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Beatriz de Holanda: una reina que se va con el cariño de su pueblo

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La ahora exmonarca, quien abdicó a favor de su primogénito Guillermo-Alejandro, se ha ganado el respeto del pueblo holandés, al que ofreció primero una imagen distante que dejó paso a su faceta más humana, sobre todo en la última década de su reinado.
Beatriz Guillermina Armgard de Holanda nació el 31 de enero de 1938 y en su infancia supo lo que significaba el exilio. Con sus padres, la reina Juliana y el príncipe Bernardo, tuvo que huir a Londres y a Canadá durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial para regresar a su país al final del conflicto bélico, en 1945.
Acudió a una escuela primaria poco convencional, dirigida por el pedagogo Kees Boeke, y en la que los alumnos gozaban de gran libertad en el proceso de aprendizaje.
Tras la secundaria se licenció con 23 años en Derecho por la Universidad de Leiden, la misma donde su primogénito estudiaría Historia décadas después, mostrando ya la rigurosidad que la ha acompañado durante su reinado.
Beatriz supo defender sus decisiones personales con determinación. Un ejemplo es la elección como esposo del aristócrata alemán Claus von Amsberg, que en un principio fue mal recibido en el país, donde molestaba el origen germano del candidato.
Todavía recelosos de los ecos de la Segunda Guerra Mundial, los holandeses mostraron su descontento con manifestaciones durante la boda de la pareja, en 1966, cuya carroza real fue atacada con un bote de humo.
La ahora princesa mantuvo su entereza ante escándalos relacionados con su padre, el príncipe Bernardo, que tuvo dos hijas fuera del matrimonio y causó una crisis constitucional en 1975 por aceptar un millón y medio de dólares de la firma estadounidense de aviación Lockheed cuando negociaba la venta de cazabombarderos con Holanda.
Los primeros años en el trono fueron difíciles: la joven reina pasó de vivir en su castillo de Drakestein, apartada de la mirada pública, a ocupar el palacio de La Haya donde tenía ante sí el reto de dar una nueva forma y credibilidad a la monarquía.
El príncipe Claus entró en una depresión, ahogado por una posición de consorte al que se limitaba para evitar posibles escándalos como los protagonizados por el progenitor de Beatriz.
Perfeccionista y disciplinada, hizo frente a esos obstáculos y reinó con una profesionalidad que chocaba con el estilo informal de su madre.
Su preparación intimidaba a los primeros ministros con los que despachaba, pero nunca sobrepasó los límites marcados para la monarquía parlamentaria y la Constitución holandesa.
En sus 33 años de reinado los escándalos solamente le salpicaron indirectamente, sabiendo apoyar a los suyos en los momentos difíciles, como cuando su segundo hijo, Friso, renunció a sus derechos sucesorios para casarse con Mabel Wisse, la cual había mantenido una relación de amistad con un conocido delincuente durante su juventud.
En el terreno político también supo guardar para sí sus propias opiniones y lo único que le reprochan algunos analistas es su influencia para abrir una embajada en Jordania en 1994.
La imagen de reina distante fue desapareciendo en la última década, cuando mostró su lado más humano en su faceta de abuela y ante tragedias familiares como la muerte de sus padres y esposo entre 2002 y 2004 y, especialmente el accidente de su hijo Friso, en coma desde hace un año a causa de un accidente en la nieve.
Beatriz de Orange-Nassau renunció al título de reina madre y tras su abdicación pasará a ser de nuevo princesa de Orange, mudándose en un tiempo "aún por decidir" desde su residencia en La Haya al tranquilo castillo donde educó a sus hijos.
Mientras no se definen los asuntos con los que se comprometerá en la nueva fase, allí podrá dedicar más tiempo a su gran pasión, la escultura, un arte que practica desde niña con resultados de gran calidad.
Ámsterdam (Holanda)

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