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Papa Francisco, dos años son pocos para cambiar una institución de dos milenios

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Se cumplen este viernes dos años desde que el nuevo papa llegado "desde el fin del mundo" se asomase al balcón de la basílica de San Pedro y comenzase su labor para hacer una Iglesia católica más cercana y universal, lejos del riguroso protocolo y el excesivo centralismo romano.
Dos años son pocos para cambiar una institución de dos milenios de vida, pero con determinación y pequeños gestos se van viendo los cambios que quiere aportar Francisco, aunque no tan rápidamente como se esperaba.
La primera gran novedad de este pontificado es que el futuro Gobierno de la Iglesia católica no está en manos solamente del papa, ni tampoco del poder romano, pues desde hace más de un año un grupo de nueve cardenales llegados desde los cinco continentes discuten sobre la reforma de la Curia romana, para que sea más ágil y menos burocrática.
Se esperaba mayor rapidez en estas reformas, pero otro de los puntos que han surgido en estos dos años de pontificado ha sido que a la Iglesia le cuesta ponerse de acuerdo en las cuestiones más relevantes y se muestra dividida. Y Francisco divide.
Por ello, el consejo de cardenales, el llamado "C9", aunque partiendo de la base de que la Curia, el gobierno vaticano, necesita una descentralización, no ha conseguido aún ponerse de acuerdo, y también los cardenales se han dividido en el último consistorio de febrero sobre la posible "externalización" de algunas competencias a las iglesias locales.
Francisco no se rinde ante estos primeros escollos y sigue aplicando su teoría de Iglesia universal y colegial como se vio en el último sínodo de los obispos, que ha dejado de ser un mero hemiciclo de debate para convertirse en un lugar donde los prelados llegados de todo el mundo toman y someten al voto las soluciones de los problemas pastorales.
En los dos consistorios de cardenales que ha celebrado Francisco desde que comenzó su pontificado también ha quedado patente ese aspecto universal y descentralizado que quiere aportar a la Iglesia.
Los cardenales creados por Francisco llegan de decenas de naciones de todos los continentes y "representan el vínculo inseparable entre la Iglesia de Roma y las Iglesias particulares presentes en el mundo", como el mismo pontífice explicó.
En el único documento que el papa ha escrito en estos dos años, la exhortación apostólica "Evangelii Gaudium" (La alegría del Evangelio) Francisco observaba que el Concilio Vaticano II ya afirmaba que las iglesias patriarcales y las conferencias episcopales pueden "dar una múltiple y fecunda contribución para que el sentido de colegialidad se realice concretamente".
Lo que ha cambiado y radicalmente en estos dos años ha sido la figura del papa, mucho más cercano y accesible que sus predecesores como asegura el cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez Madariaga, que en una reciente entrevista explicó cómo antes para hablar con el pontífice había que tramitar todo a través de la Casa Pontifica.
"Ahora es él quien se acerca a nosotros. Una misa en Santa Marta, un saludo en un pasillo o en el ascensor, un encuentro antes de entrar al Sínodo. Esa actitud fraterna y de amistad es algo que todos nosotros valoramos enormemente", explicó Rodríguez Madariaga.
En su "casa", la Domus Santa Marta, Francisco ve cada día a quien pide ser recibido, cuando antes tener una audiencia con el pontífice era dificilísimo y en los espacios preestablecidos.
Sus amigos argentinos, los sintecho del Vaticano, un transexual español, en fin, el pequeño salón de Santa Marta es testigo cada día de estos encuentros en los que el papa se muestra cercano a la gente y no sólo a los dirigentes del mundo.
A pesar de la amenaza terrorista, Francisco continua acercándose a las personas como el primer día, moviéndose en su Ford Focus y su papamóvil descubierto y caminando entre los fieles cada vez que puede.
Tampoco han cambiado sus costumbres, come y cena con el resto de sacerdotes en el autoservicio de San Marta y ha eliminado algunos pequeños detalles del protocolo como ser ayudado para vestirse o tener que ser acompañado por la seguridad cada vez que se mueve en Santa Marta o coge el ascensor.
Lo único que no parece haber cambiado en estos dos años es él: el jesuita argentino Jorge Bergoglio.

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