Con su dulce voz y su carisma, esta mujer desplazada convenció a una empresa privada para que donara mercados a cientos de personas necesitadas.
“El peligro es inminente y latente y en las manos de todos nosotros está ser humanos, no hay mayor grandeza de un ser humano que aprender a ser humano”, reflexiona Cándida, frente a la ventana de su humilde casa.
Su gentileza y bondad, motivaron a la chocoana a buscar ayuda para sus vecinos, quienes por estos días sufren la inclemencia del hambre.
“Yo me leí un libro, El Principito, que dice algo como que la humanidad no es humana, ‘Tanto humano y no hay humanidad’, esto me mueve fibras”, cuenta Cándida entre lágrimas, que se pierden en una carcajada.
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Detrás de su sonrisa y melodiosa voz, se esconde la historia de una mujer que huyó de la violencia del pacífico colombiano y se radicó en Medellín para escribir un nuevo comienzo.
“Primero el desplazamiento, la falta de muchas personas, ver gente que las minas les quebraban los pies, me tocó ver todo eso, a mí me tocó ver violencia”, relata.
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“Me tocó arrodillarme un día y que me pegaran un cachazo aquí -señala su frente-, perder la conciencia para que no me mataran, rogando por mi vida para que no me mataran”, añade Cándida.
Gracias a esta mujer luchadora y tenaz, los vecinos de un barrio vulnerable de Medellín tienen qué comer. Ahora, agradecen con una sonrisa y una nota para televisión su gesto de generosidad.