Su drama fue similar al que viven decenas de colombianos que por la pandemia quedaron atrapados en ese país y que ante la necesidad de regresar a su hogar se vieron obligados a caminar semanas completas, con sus mochilas al hombro.
Después de casi un mes de recorrido, Julián Castro Duque finalmente pudo tomarse un respiro para contar su historia.
En marzo viajó hacia Perú por temas laborales y tres días después de su llegada a ese país, se declaró la emergencia sanitaria por el COVID- 19.
Atrapado, debido al cierre de fronteras y en vista de que no conseguía un vuelo hacia Colombia, tomó la decisión de regresar caminando y a punta de aventones, o como se dice popularmente, echando dedo.
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En su recorrido fue dejando atrás miles de kilómetros y decenas de poblaciones para volver de nuevo a su tierra.
“Mi travesía, nuestra travesía, duró 22 días, recorrimos más de 3.000 kilómetros”, cuenta el avezado mochilero.
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Para completar su viaje, tuvo que abordar más de 40 vehículos, algunos conductores lo transportaban gratis y otros, en cambio, se transaban con algún dinero.
“Me tocó utilizar bus, camiones, carritos de que entregan tienda tienda, motos, mulas, motos, mulas y más mulas”, recuerda el aventurero.
En su travesía de mochilero a la fuerza, compartió con cientos de viajeros de varias nacionalidades, pero siempre contó con una compañía muy especial.
“Bueno, en realidad todo el tiempo estuvo Dios conmigo y la mano de él en todo momento, su compañía. Y en el camino me pude encontrar a los venezolanos y a muchos paisanos míos”, dice.
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El clima tropical de la región era implacable: los fríos extremos, mientras iba montado sobre camiones de carga, le congelaban hasta los huesos y el calor asfixiante, durante las largas caminatas, lo dejaban sin aliento, pero estos no fueron impedimento para conseguir su objetivo: volver a ver a su familia en Envigado, Antioquia.
Julián aguantó hambre y frio, pero nunca le faltó dónde pasar la noche.
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“En hoteles principalmente, me tocó una vez dormir en un cuchitril donde se guardaban los elementos de seguridad vial”, manifiesta.
Además, cuenta que siempre contó con la solidaridad de la gente.
“En el camino pude ser encontrado por la Cruz Roja, que me regala un kit de supervivencia, donde contenía una colchoneta, cobijas y comida”, asegura.
A pesar de estar expuesto a varios peligros, lo que más lo asustaba era el contagio con el COVID-19.
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“Lo más difícil fue cuando llegué a Cali, cuando estaba con mi familia estaba todo miedoso porque no quería que me diera ningún síntoma”, afirma.
Y aunque todavía tiene dolor de cuello por el peso de la maleta que cargó durante el viaje, hoy, por fin, descansa tranquilo en su Antioquia del alma.