Cultivadores aseguran que les han destruido el mismo cultivo hasta tres veces. Se preguntan si hay negocio o ‘falso positivo’ en el proceso.
Los campos del Alto Mira y Frontera hace apenas un año estaban cubiertos con tapetes infinitos de coca. Cuando entró con fuerza la erradicación arrasó con los cultivos en la parte baja del territorio donde hay 32 veredas de campesinos que se quedaron sin nada.
La masacre de Tandil marcó la vida de estas comunidades, pero también sirvió de lección para que la Policía Antinarcóticos ejerciera un control más directo sobre sus operaciones.
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El Tandil, una masacre que aún continúa en la impunidad Manualmente se están arrancando miles y miles de matas por día que a su vez fueron el único sustento de familias campesinas necesitadas, como la de Jesús Alderete, un cocalero que en su vida no ha hecho otra cosa.
“Les deje una casa a mis hijos y hasta aquí les estuve dando el estudio, el vestuario. Aquí se acabó la gallinita de los huevos de oro hasta hace un año que acabaron todo”, dice.
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La angustia de las familias campesinas se siente más cuando se reúnen con la abogada Diana Montilla, ella es quien los representa en las mil peleas para hacer valer sus derechos.
“La coca ha sido erradicada en la mayor parte de las veredas, sin tener una respuesta efectiva, sin que los programas que el gobierno prometió frente a la implementación de la sustitución se hayan hecho una realidad”, explica ella.
“El Estado no ha mandado ninguna empresa, no ha venido a hacer presencia aquí a decir: ‘miren a ustedes ya les mande arrancar esta mata de coca, van a cultivar esta mata, van a cambiar esta mata por la otra’”, explica Jesús.
Algunos campesinos se arriesgaron, desocuparon sus bolsillos y hasta se endeudaron con préstamos para sustituir sus cultivos. Otros como Jesús prefieren someter a sus familias al aguante.
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¿Negocio o falso positivo en erradicación?
Un campesino, que oculta su identidad, cultivó durante seis años la coca en su predio de tres hectáreas, hasta que le llegó el grupo de erradicadores.
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Dice que le arrancaron las matas de raíz y que pensó que no recibiría más esta visita, pero no fue así.
“Después volvieron a venir, y después volvieron a venir. Sí, tres veces. Ahora pues yo no sé si es el gobierno es para que rastrojeen porque eso no creo que cuente por hectáreas erradicadas. No quiero que lleguen y se metan a los cultivos de cacao o plátano. ¿Qué explicación le dan? que no que aquí hay matas. Le dije ‘no, aquí la primera erradicación eso fue lo primero que dejaron’. Le dije nosotros no hemos vuelto a sembrar”.
Un caso que se multiplica. Noticias Caracol pudo recibir más de estas quejas de los labriegos.
La Policía asegura que es una resiembra y que los campesinos instalan una mata pequeña y por eso ellos nuevamente la arrancan.
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Atacar la resiembra, dicen las autoridades. Un negocio por debajo de la erradicación, denuncian los campesinos.
¿Se están contando cómo hectáreas exitosas? ¿hay falsos postivos de englobe de terrenos?
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“Afortunadamente tenemos la Policía Judicial y todos esos procesos fácilmente los llevamos con nuestro fiscal ante el control de garantías, donde existe una noticia criminal y un radicado. Todo está avalado una fotografía antes, una después, y todo va a la cadena de custodia”, dice el coronel Tito Castellanos, subdirector de la Policía Antinarcóticos.
Si bien la erradicación en la zona baja y media del Alto Mira es un éxito. El gran reto ahora está arriba, en la parte alta del Alto Mira y Frontera, desde donde se desprenden los caminos serpenteantes que construyeron los narcos para llevar en tan solo veinte minutos, en motos, las millonarias entregas de hoja de coca a los compradores que llegan al Mar Pacífico.
Sobre el mapa, ¿un pedazo del territorio colombiano que funciona como una república cocalera a donde las Fuerzas Armadas no han llegado? ¿un todopoderoso ‘Guacho’ controlando territorio y con el mar a su servicio?, los interrogantes quedan abiertos.