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Los tule: una cultura que pese a la violencia y olvido que ha sufrido se niega a desaparecer

Su territorio está en las Bocas del Darién y conservan viva su lengua y tradiciones. Los ancianos, sobrevivientes de la guerra, esperan enseñar a los más jóvenes.

Todo empezó en el puerto de Turbo, donde la lluvia y el eterno bochorno se pegan a la piel de los viajeros. Allí donde está la movida de la cosecha de plátano, donde la subienda termina entre las manos callosas de las mujeres porteñas que desescaman y destripan el pescado fresco.

Por el río Atrato una estación obligada es Bocas del Atrato, un corregimiento palafítico metido en el río con laberintos cenagosos donde la comunidad afro vive tranquila, esperando al viajero para cubrir sus necesidades económicas.

Por aguas del golfo de Urabá se alcanza la orilla de Unguía, un municipio fronterizo con Panamá, al cual solo se llega por agua desde Turbo, Antioquia.

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Es un pueblo donde los campesinos de antaño cosechaban zanahoria, maíz y frutas como mango pero que con la entrada violenta de los paramilitares se estancó y hoy, dicen, tiene más novillos que habitantes. De los 14.000 habitantes, 11.760 son víctimas del conflicto armado colombiano.

Un municipio de calles de arena, sin agua, sin luz, sin educación, sin salud.

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Los tule salieron al encuentro, su nombre significa ‘la gente’. Son una comunidad que se conserva virgen en lengua y tradición.

Su territorio está en Colombia y Panamá. No conocen de fronteras, pero la mayoría salieron huyendo de la violencia que les llegó por oleadas.

Su resguardo es Arquía, un nicho verde de selva con techos pajizos para 129 familias tule. Desde una de sus colinas sagradas, trepan a pie limpio para mostrar con orgullo su territorio.

Sin embargo, no siempre fue así.

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Durante 33 años el pueblo tule ha tenido que soportar las siete plagas de la violencia en nuestro país. En 1985 recibieron la incursión de los armados de las FARC, posteriormente los paramilitares con sus masacres, y luego los grupos armado armados ilegales narcotraficantes que cultivaron, procesaron y buscaron los caminos como rutas para llevar la droga hacia el mar.

Sin embargo el pueblo tule ha resistido.

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El saila, cacique sabio, cuenta en su lengua como su pueblo resistió a los violentos.

Dice que él vivió la presencia de los grupos paramilitares en el 85, en el 90, en el 2000. Presenció los asesinatos de algunos líderes de su comunidad. Estuvieron atemorizados, confinados y amenazados y algunos líderes fueron desplazados. Añade que si muere alguien afecta a toda la comunidad.

El saila Julio dice que su pueblo aguantó bajo sus cantos tradicionales para la supervivencia de su cultura.

Hundiendo sus pies sobre los arroyos frescos del río Arquía, el saila Aníbal, uno de los tres sabios que hoy gobiernan, relata en su lengua cómo los paramilitares del bloque Élmer Cárdenas de alias ‘el Alemán’ sembraron un río de cadáveres entre 1996 y 2005.

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Jorge Cárdenas interpreta su pensamiento.

"El cacique Aníbal dice que acá en nuestro territorio llegaron los paramilitares comandados por ‘el Alemán’. Él estuvo dialogando con ‘el Alemán’. Pero la situación se agravó porque los paramilitares dicen que el cacique es el colaborador de la guerrilla y entonces fueron amenazados y directamente le dijeron si usted no se va de su comunidad se va a morir”, traduce Cárdenas.

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El cacique Aníbal huyó hacia San Blas, Panamá, allí perdió la visión y retornó años después.

La masacre sobre el pueblo indígena fue reconocida por los dos países como la masacre de Arquía y Paya, donde fueron sacrificados cinco de sus sailas.

A esa barbarie sobrevivió Milton.

Así lo relata:

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“¿Usted vio la gente armada? Sí.

¿Quiénes eran ellos? Paracos.

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¿Quién era el jefe? Alemán.

¿Traían algún distintivo? Aquí en el brazo traen AUC, marcado AUC.

¿Compañeros iban con usted para Paya? Seis, veníamos y entonces escuché el tiroteo en la otra loma; yo pregunté ¿y mi compañero? apenas que tiré no lo vi, apenas que lo vi se cayeron”.

Milton corrió tres días atravesando monte hasta llegar a Paya en Panamá, donde encontró a los suyos celebrando la fiesta de la menarquia de una niña tule que se convertía en mujer.

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Hasta allí llegaron los paramilitares.

"Y dijeron no hay problema, hagan la fiesta porque esa es su cultura…no hay problema".

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Al final los comenzaron a matar.

¿Los empezaron a matar a los cinco? Sí, son cuatro mataron y uno salvaron. ¡Puñalearon acá así! y venían amarrados”.

Milton se refugió en el monte aguantando hambre. Dejó pasar un tiempo y volvió para nunca más salir de su tierra.

El cántico ceremonial de los tres salilas mayores, los sabios tule que reposan en las hamacas centrales, es un canto de armonización entre los seres humanos y la naturaleza.

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Hablan de cómo sus antepasados han sobrevivido y mantenido su territorio para las nuevas generaciones.

Las mujeres más jóvenes ofrecen refrescos frutales de la cosecha, las tejedoras bordan molas, adornos, hamacas en algodón. Ellas son las trasmisoras del conocimiento y los hombres, los cultivadores de las semillas.

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Estos son cantos de resistencia de un pueblo que se negó a la extinción.

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