La comunidad científica determinó que los niños eran vectores de transmisión por lo tanto se les privó de una de las actividades más importantes en la formación: el juego con sus amigos.
Fueron alejados de los seres más tiernos y queridos: los abuelos y les robaron sus abrazos, para protegerlos.
Lo increíble es que ellos asomados a este mundo de adultos no pierden la ilusión y mucho menos la alegría.