Lizzie Parker, una británica que se dedicaba a la docencia, jamás imaginó que una noche de fiesta y tragos le permitiera conocer que padecía una enfermedad terminal.
Al día siguiente de aquella noche de copas, Lizzie creyó haber despertado con una fuerte resaca, pero el insoportable dolor de cabeza siguió aumentando con el paso de los días.
Tras unos exámenes, el doctor la diagnosticó con glioblastoma de grado 4.
Según The Morrison Clinic, es un “tumor canceroso en etapa IV que se presenta en el cerebro o en la columna vertebral”.
Desafortunadamente, es una forma de cáncer extremadamente agresiva y sin cura conocida.
Para intentar prolongar su vida, tres días después, la sometieron a una craneotomía para extirpar un tumor.
Se sometió a un intenso tratamiento, pero meses después, durante la cuarentena por el COVID-19, los doctores detectaron otro tumor en una segunda área y necesitó cirugía, según el medio The Sun.
Lizzie deseaba dejar una huella positiva en el mundo, por ello fundó Brain Tumor Charity, una organización que recauda fondos para investigar el cáncer que padecía.
Tras pasar más de seis meses buscando una cura, Lizzie murió.
“Una vida tan bellamente vivida merece ser bellamente recordada”, escribió su esposo en redes sociales.
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