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“Lo duro es que no valoran el trabajo del campesino”: así afectó la pandemia a quienes nos alimentan

Agricultores en todo el país sufren por la avaricia de intermediarios, la falta de vías para sus productos y la ineficacia del Estado. “No existimos para el gobierno”, dicen. Aun así, dan de comer a una nación.

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El despertar para muchos campesinos de Boyacá ya no es el mismo de antes de la pandemia.

Aferrados a su pequeña parcela, Segundo y Ana Sofía intentan sobrevivir con lo que da su tierra. Un tinto mañanero, hecho en fogón de leña, les da el primer empujón del día.

Ir al pueblo cercano ya no es posible, como tampoco negociar lo que producen.

“Yo compré una vaca que me costó $1.500.000 y me tocó venderla en $500.000”, dice Ana Sofía Medina.

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¿Y por qué le tocó?

“Pues la escasez de pasto, no llovía, no había pasto para ponerle al ganado. La papa siempre se encareció”, agrega Sofía.

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“Digamos lo que es el comercio, eso sí creo que se están aprovechando un poquito más de la cuenta. O sea, ellos son los que están haciendo más plata que nosotros, los productores, y los paganos son los consumidores”, dice Segundo Campos.

A más de 350 kilómetros de donde viven Ana Sofía y Segundo, asoma -en medio de las montañas - un pequeño rancho en la vereda La Loma, en Tolima. Allí, Ricardo y Eva María luchan a diario por la vida.

“Desafortunadamente, uno pierde las ganas de seguir cultivando con los precios tan pésimos que dan. Durante la pandemia, ¿qué han hecho los intermediarios? Pagarnos a lo que se les da la gana. Eso desincentiva el campo, no gana uno ni siquiera lo que le invierte. Los abonos suben y no bajan. Para uno el precio es lo mismo”, explica con tristeza Ricardo Hernández.

Siembran café, naranja, plátano, mandarina… pero no les da para vivir.

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“¿Decir que el café está a buen precio? Mentira. Porque es que el comprador puede decir ‘lo puedo pagar a 1.200.000, porque mañana baja’. Pero a uno nunca le pagan el precio que es”, añade Ricardo.

“Lo más duro es que nunca valoran el trabajo del campesino. En una ciudad no se ponen a pensar esa comida de dónde sale y quiénes la producen; quien más sufre es el campesino. Todo el proceso es muy duro”, añade el hombre.

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El mensaje en todos los rincones del país es el mismo: los campesinos necesitan apoyo.

En La Palma, Cundinamarca, por ejemplo, a punta de mulas y por estrechos caminos, los campesinos enfrentan la cruda realidad de un país con pésimas vías terciarias.

Del total de la red vial terciaria con la que cuenta Colombia, el 96% está en mal estado, según el Invías.

“Estamos careciendo de carretera porque este camino ya no es un camino de herradura, ya no hay donde transitar. Dese cuenta, no hay por dónde sacar los productos”, dice un agricultor.

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Los estudiosos del tema resumen lo que está pasando con los campesinos.

“Son unas trochas impasables, entonces competir en esas condiciones para la agricultura campesina es muy difícil. Antes uno se sorprende de que, a pesar de tantas dificultades y estar de alguna manera tan solos,hayan logrado mantenerse y seguir siendo una fuente tan importante de la comida de todos nosotros”, dice Ximena Rueda, docente de Administración de la Universidad de los Andes.

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En contraste, en Cajicá, un municipio vecino de Bogotá, las siembras de lechuga abundan porque hay forma de mercadearlas. Flor María Ruiz sufrió al principio de la pandemia pero ya se está recuperando.

“Las personas que distribuían la lechuga tenían el temor a salir y ser contagiados, había gente que me decía ‘yo prefiero cuidar mi familia y yo no salgo a vender’, pero pasados unos 20 días, pues vieron que se estaba perdiendo la ruta, que se estaba perdiendo todo y se arriesgaron”, dice Flor María.

Los grandes productores han padecido el cimbronazo de la pandemia. Empresas lecheras reportaron el impacto.

“En todo el sector ha habido una caída en el consumo, es normal por los ingresos de los colombianos que han caído, pero también porque hay negocios que han cerrado…restaurantes, en los hoteles y los sitios de paso, los colegios y eso ha disminuido la demanda del producto de leche del país”, dice Carlos Enrique Cavelier, presidente de Alquería.

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Cavelier recuerda junio como el momento en que los productores de leche, los trabajadores de los centros de acopio de las siete plantas y las rutas que distribuyen el producto se reactivaron.

“Vamos a seguir ayudándole a nuestro productor. Alquería en esa coyuntura está apoyando a más de 12.000 ganaderos que nos acompañan día a día con la leche”, dice el empresario.

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En la región de la Orinoquia, que abastece el 70% del consumo de carne en la capital de la república y produce el 20% de leche para la industria, la dinámica del campo cambió.

“Pues aquí no nos ha ido muy difícil porque uno está en el campo, la vida en el campo es más fácil que en la ciudad; está uno ocupado en sus labores y no nos ha afectado mucho. De pronto en el comercio sí un poquito para salir a hacer las compras, eso sí nos ha afectado, pero en el trabajo en la finca no mucho”, señala Marcos Moisés Montañez, quien se dedica a la vaquería.

Un análisis de la situación agroindustrial en Colombia de la exministra Cecilia López muestra que el agro soporta la economía del país.

“El sector agropecuario ha crecido 0,1 por ciento cuando los otros sectores productivos han decrecido, entre otros el sector de la industria. Resulta increíble que este gran esfuerzo que han hecho los agricultores, sobretodo un sector que ha sido subestimado a través de la historia, esté ofreciendo la oferta de alimento que los sectores urbanos necesitan.

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Ante esa realidad, es incomprensible que el gobierno no haya desarrollado una estrategia que permita que ese gran esfuerzo que están haciendo los pequeños campesinos se reconozca, no se incentive en un momento en el que se sabe que Colombia es de los pocos países que puede responder en el futuro por esa gran demanda de alimentos que habrá en el mundo”, dice López.

Los pequeños agricultores, clave de la seguridad alimentaria, están solos.

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“Hoy es evidente que, mientras hay gente muriéndose de hambre en las ciudades, se están perdiendo cosechas de alimentos en el campo. Eso es absolutamente inconcebible.

Cómo es posible que el Estado no esté desarrollando una estrategia para juntar esa oferta, incluso los campesinos han buscado formas alternativas de llevar esos alimentos a las ciudades.

La falta de demanda que hay en las ciudades, por la falta de ingreso de tantos sectores pobres, impide que esa demanda encuentre o se junte con la oferta. Es incompresible que el gobierno este permitiendo pérdidas de cosechas, que arruinan a los campesinos, y hambre en las ciudades”, señala la exministra.

La gran critica hoy se concentra en los créditos al agro en plena pandemia, que se fueron para los que tienen recursos. La Contraloría General encontró que cerca del 90 por ciento de los recursos del gobierno para el programa Colombia Agro Produce se concentró en prestantes empresarios.

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“Pues lo que hoy ocurre con los subsidios a la producción es muy regresivo. El que más produce más recibe entonces estos subsidios al precio o los subsidios a la producción realmente son unas ineficiencias que se introducen en el mercado y que no benefician a los más pobres, así se tenga la mejor intención”, señala la docente Ximena Rueda.

Como Ricardo, que no vio las ayudas mientras labraba su tierra en Cajamarca para conseguir lo del diario.

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“No llegan subsidios de vivienda porque la titulación de la tierra no existe, no llegan esos subsidios cuando no hay legalidad. Los campesinos somos ilegales. No existe uno para el Estado. Yo, Ricardo Hernández, no existo para el Estado porque no estoy recibiendo nada del Gobierno”, dice.

“Ningún ingreso solidario ni devolución del IVA. Yo no existo y como yo millones de colombianos”, agrega Ricardo.

La crisis para los campesinos se agudizó en las últimas semanas. Productos como la papa, el plátano y el maíz se quedaron en los cultivos por la baja demanda, la cadena de intermediarios y restaurantes, colegios y hoteles cerrados.

En Colombia, 8 departamentos concentran el cultivo de la papa, lo que representa el 90 % de la producción nacional. Toneladas del producto se pudren en los campos.

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“Yo me voy a quedar quieto porque no voy a sembrar; porque cómo, no hay plata. El Gobierno dice que nos va ayudar, pero exigen una factura a quién vendamos y quién una factura acá en la calle”, señala un agricultor que salió a vender en las carreteras.

Lo mismo ocurre con el plátano y el maíz.

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El Gobierno anuncio ayudas a los papicultores de 30 mil millones de pesos, una cifra que según ellos no da para sobrevivir.

Según el DANE, el sector agroindustrial representa el 6,3% del PIB nacional y cerca de 4,9 millones de habitantes están vinculados al campo. El mayor tesoro para un país son campesinos como Ana Sofía y Segundo, que producen alimentos para la gente y solo piden un empujoncito del Gobierno para mejorar su calidad de vida.

La mirada de los analistas apunta a que el Gobierno cambie el norte. Ante la crisis del modelo minero, el país podría encender otra locomotora: la del sector agropecuario y agroindustrial.

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