Jugosa es la historia cada vez que se evoca el cinco a cero ante Argentina. Inolvidable fecha, el cinco de septiembre del 93. Recordar inspira, motiva y reactiva ilusiones. Qué tiempos bellos instalados en la memoria en esta larga aventura por el mundo siguiendo la pelota y sus artistas.
Por calendario, en fecha igual, el próximo martes Colombia enfrentará a Brasil… otra vez Brasil, imparable, con su malabarismo y su fuerza colectiva. Con la innegable influencia de Neymar y los astros que lo rodean.
En su necesidad de triunfo, el equipo nacional que aún no encuentra el ritmo para darle fuerza vital a sus aspiraciones, enredado en su juego improductivo, obligado está a rastrear soluciones para ganar el partido. No hay alternativa…ceder puntos es asomarse al abismo.
Fuerza mental y física, pero no solo eso. También desequilibrio técnico, propuesta agresiva, sin resignar terreno y pelota. Es abalanzarse con inteligencia, para acosar al adversario. No importa que esté Neymar. Al contrario, hacer de él un elemento negativo, presionándolo, enjaulándolo, transformando en improductiva y empalagosa su virtuosa gambeta, hasta conducirlo a las reacciones nerviosas e infantiles que lo desquician. No es este un partido contra Brasil. Es un partido de Colombia para Colombia. Jugar el fútbol nuestro, sin temores, sin complejos, sin confusiones, con madurez, para estremecer con gritos de gol la tribuna.
Ante Brasil no es sobrevivir. Es ganar, madurar la clasificación y festejar.
Es excitar con cuerpo y alma. Es jugar con habilidad, velocidad, orden y frescura. Es la fiesta del triunfo para el pueblo colombiano. Que Colombia, esta vez, no sea solo las manos de David Ospina y que a Pékerman no lo dobleguen los miedos.