Gracias a su ingenio, amistades y la facilidad que tenía para hacerse amigo de cualquier jugador, Raposo pasó entre equipo y equipo sin siquiera jugar un minuto en la cancha. En los entrenamientos simulaba una lesión para durar de baja varios días y así los técnicos no sabían realmente cómo jugaba.
En una ocasión estuvo cerca de debutar. En 1989, cuando era jugador del Bangú brasileño, el técnico decidió que Raposo jugaría. Raposo se dio cuenta del riesgo que corría, por lo que se enfrentó a un aficionado para que lo expulsaran. En el vestuario tenía que dar explicaciones a su técnico y al resto del plantel por lo que había hecho. Raposo les dijo: "Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre -refiriéndose al técnico- no dejaré que ningún hincha lo insulte". Esto ocasionó que el técnico le cogiera cariño y le extendieran su contrato seis meses más.
El primer club por el que fichó fue Botafogo en 1986. Fichó por este equipo gracias a Mauricio, ídolo del club y amigo suyo. También estuvo en Flamengo, Guaraní, Palmeiras, Ajaccio (Francia), Puebla (México) y El Paso (Estados Unidos).