En solo 6 años, el esloveno vivió una revolución personal y deportiva de lo más peculiar. Dejó los saltos de esquí en 2013 y en 2019 ha ganado su primera grande.
Primoz Roglic, parco en palabras y gesto de incomodidad permanente en sus comparecencias ante la prensa en los doce días que ha sido líder de la carrera, ya puede dejar de sonreír "en secreto". Su ambición y capacidad competitiva ya le ha regalado el tesoro que buscaba. Incluso se podrá permitir sonreír en público.
Roglic nació en Zagorje ob Savi "entre las montañas junto al Sava" hace 29 años, localidad de 17.000 habitantes famosa por las minas de carbón. La nieve invernal le impulsó a ponerse los esquís, y su inquietud lo encauzó hacia los saltos de esquí.
Hasta hace 8 años destacó volando en la modalidad, donde llegó al título mundial juvenil por equipos en 2007. Como tenía complicado llegar a la elite probó con la bicicleta y con 22 años ya tenía claro que el ciclismo no se le daba nada mal.
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A mes y medio de cumplir los 30 años ya tiene una Vuelta a España y varias carreras de una semana, como la Itzulia 2018, el Tour de Romandía por partida doble, el UAE Tour y la Tirreno-Adriático. En las grandes vueltas, ha logrado alguna victoria de etapa en cada una de ellas. Además, en las grandes citas ha sido cuarto en el Tour de Francia y tercero en el Giro de Italia.
Sus ambiciones no paran aquí, y se muestra convencido de que puede ser candidato a ganar el Tour de Francia. "Por qué no?", lanza.
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"Yo me divertía en los saltos, pero llegué al ciclismo y también me gustó. Vi que podía ser uno de los buenos y me quedé. Volar es bonito, pero bajar un puerto también es emocionante".
Roglic, con etapas ganadas en las tres grandes, firmó en 2013 con el equipo Adria Mobil, en el que estuvo hasta el 2015. De ahí a su actual equipo, antes llamado LottoNL-Jumbo y hoy Jumbo Visma, donde coincidirá con el holandés Tom Dumoulin la próxima temporada.
Se trata de un personaje peculiar, inexpresivo, de los que hay que sacar las palabras con sacacorchos. En la Vuelta a España no admitía más de tres preguntas ante la prensa. Sonrisas, cero. Nada más contestar con cinco palabras la tercera cuestión salía volando de la sala de prensa.
Con la roja asegurada en Gredos admitió que sonreía "en secreto", y prometió sonreír más en el podio de Madrid, donde representó desde lo más alto al deporte de su país, en un día memorable para Eslovenia, de tan solo 2 millones de habitantes, ya que en el tercer escalón también sonreía un chaval de 20 años llamado Tadej Pogacar.
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"Claro que estoy contento. En los días anteriores sonreía, pero sólo en sitios secretos. Ya no quedan más montañas", dijo en Gredos, ya como campeón de la Vuelta.
El dueño de la roja mira al futuro. Su equipo está llamado a plantar cara al Ineos en la próxima temporada. Entre sus valores, que son abundantes, está una moral de hierro y una confianza tremenda en sí mismo.
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"No comparo a mi equipo con ningún otro. Somos fuertes y podemos luchar por el triunfo en cualquier carrera, eso es lo más importante". Palabra del vencedor de la Vuelta, dispuesto a sonreír, ya sin guardar el secreto.