Pintaba para goleada histórica de Santa Fe. El fantasma del 7-3 alcanzó a pasar por El Campín y las almas azules, pero de pronto parecía que iba a ser una remontada épica de Millonarios que serviría para echarle en cara a los rojos su seria incapacidad de cerrar partidos.
Pero no. Ni lo uno, ni lo otro: fue un partido plagado de errores que sí, emocionó (¡y de qué forma!) pero que en verdad dejó en evidencia a dos equipos débiles en defensa y totalmente ciclotímicos. Incluso, ya que estamos en días del Festival Internacional de Teatro de Bogotá, los dos clubes grandes de la ciudad parecen personajes del teatro del absurdo y por eso su clásico es mejor contarlo en actos arbitrarios, al mejor estilo de Beckett.
Primer acto: Ramos y su ojo de boxeador
El tipo se fue corriendo a su arco como el fajador que busca refugio en la esquina. Acababa de pasar el minuto 10 de juego y en una salida algo arriesgada para cortar un avance de Johnatan Copete, Nelson Ramos recibió un cabezazo de esos que son sin querer pero que en el box le cuestan al agresor puntos y al agredido un ojo cerrado y poca visión.
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Así quedó el arquero de Millos: tendido en el piso por casi tres minutos y con el ojo derecho totalmente disminuido mientras el cuerpo médico de su equipo buscaba la forma de abrírselo. Claro, si no fuera futbolista sino boxeador, a Ramos le habrían sangrado la hinchazón para reducirla y permitirle recuperar visibilidad, pero no fue así.
El partido, que no había empezado muy animado tal vez por presentar unas tribunas desoladas (cosa comprensible con la floja campaña de los dos), inmediatamente tuvo la primera opción clara: un pase magistral de Mayer Candelo que Wilberto Cosme no supo definir y que la defensa de Santa Fe cortó con propiedad.
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El clásico pintaba azul, pues azul era la pelota, azules eran las aproximaciones al área y azul tenía el ojo derecho Nelson Ramos.
Segundo acto: la efectividad de Santa Fe
Minuto 24, el rojo estaba tan ausente del arco contrario como sus hinchas del Campín. De pronto Omar Pérez soltó un pase magistral al corazón del área y mientras Pedro Franco pasaba vergüenzas en la marca, Copete cabeceaba suavemente.
Cuánto habrá influido el ojo prácticamente cerrado de Ramos en su falta de reacción es algo que no se sabrá, pero lo cierto es que en su primera llegada Santa Fe marcó.
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Lo más curioso es que cinco minutos después la jugada se repitió: centro de Pérez como con la mano (¡cuánto hay que agradecerle a su lesión de rodilla que podamos tener un jugador de esas condiciones en nuestro país! Con la rodilla entera nunca habría pasado por acá...), la defensa de Millonarios pasa vergüenzas tratando de levantarse para cabecear, Ramos extrañamente sale sin distancia (¿o aún estaría grogui por el golpe?) y Copete define: dos llegas y dos goles en 30 minutos de juego.
Este acto tuvo la peculiaridad de mostrar a un Santa Fe en papel de justiciero adusto y eficiente a costa de la tragedia azul: su ataque daba grima y nunca pudo con Camilo Vargas y su defensa, mientras su retaguardia evocaba los suicidios por honor tantas veces vistos en el cine japonés.
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Tercer acto: el absurdo
Por supuesto, el drama era sólo el preámbulo de la comedia. Porque la defensa de Millos pasó de ser dramática a dar risa. Es increíble que un equipo que es tan débil atrás trate de salir jugando desde su área, pero eso hizo el azul comenzando la segunda parte: quiso armar juego desde muy atrás, 'Ganiza' Ortiz intentó hacerle un enganche a Daniel Torres que, como buen perro de presa lo dejó sin la ídem, y la pelota le llegó a Pérez para que le recordara sus vergüenzas a la zaga embajadora con un gol de esos que llaman "de pintura".
Cinco minutos después, demostrando que los guiones a veces son repetitivos, Millonarios demostró que su defensa tal vez se había ido a la Plaza de Bolívar a ver la inauguración del Festival porque, increíblemente para un equipo profesional, al azul le hicieron un gol después de un saque de banda. Absurdo pero cierto, y muy bien ejecutado por Diego Aroldo Cabrera al 53.
Era el momento de la gloria cardenal, el epítome de la vergüenza azul, un 0-4 que puso a todo el mundo a hablar sobre el villano Richard Páez y el reivindicado Wilson Gutiérrez, pero...
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Cuarto acto: el héroe
Humberto Osorio Botello había hecho dos de los siete goles de Millonarios en este torneo antes del clásico. Era el único 9 con poder de definición demostrada, aunque pobre, en un equipo que es más sufrido que un tango para meter un gol, y tal vez por eso último y porque ya no sabe qué hacer con lo que tiene, Páez lo mandó al banco.
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El venezolano lo envió al campo justo cuando Santa Fe ganaba 0-3, y no había alcanzado a tocar la pelota cuando ya su rival ganaba 0-4. Sin embargo, en una jugada fortuita al minuto 61, en la primera pelota que le quedó (aunque en verdad la peleó y se la quitó a Candelo), pateó el arco y puso el 1-4.
Parecía imposible que Millonarios remontara, la ventaja de Santa Fe era muy larga, los errores azules demasiado evidentes y su pobreza ofensiva excesiva, pero de pronto el delantero que llegó del Inti Gas asumió el rol heroico que esta obra necesitaba.
Osorio puso el 2-4 al 67 y el 3-4 al 78. Los hinchas de Millos pasaron de la humillación a la esperanza, de meter la cabeza entre las solapas de sus gruesas chaquetas azules a gritar a pecho descubierto por la remontada, mientras los de Santa Fe notaron cómo lo que parecía una obra épica y gloriosa se convertía en un drama inesperado gracias, una vez más, a los errores en los cambios.
Acto final: la tragicomedia
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De un momento a otro en el remate del partido ni Páez era tan bestia ni Gutiérrez tan afortunado, y en medio de gritos de todos los bandos y de emociones que ocultaban el verdadero nivel mediocre del juego (maravillas del fútbol que nadie puede comprender), el partido se fue.
Era goleada cardenal que casi se vuelve empate, y era remontada embajadora que no alcanzó... fue un absurdo en últimas, una gran obra de absurdo en la que sí, los cardenales gozan porque vencen al rival eterno, porque finalizan la empatitis crónica que venían sufriendo y porque tienen el gusto de haber ganado como "visitantes", pero a la vez las sombras del flojo nivel, de la falta de carácter para cuidar un 4 a 0, de los cambios que una vez más no le salen a Gutiérrez, dejan un mal sabor de boca.
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Por supuesto, esa amargura es breve frente a la de sus vecinos que sí, se ilusionaron y toda la semana seguramente van a recordar las emociones que les ofreció un equipo que nunca bajó los brazos y que mostró tener el corazón para darle batalla a un 0-4, pero que igual perdió, igual recibió cuatro goles, igual sigue siendo una coladera atrás y un desastre ofensivo. Porque no siempre se va a tener a Osorio Botello... sobre todo si consideramos que para Páez es suplente.