Ni al comienzo del duelo, con una puesta en escena potente de ambos conjuntos, ni en el desarrollo del choque, salvo en unos cuantos lanzamientos desde lejos del conjunto turinés, ni en el tramo final, siempre asociado a la firmeza de su retaguardia, este marte impenetrable para el campeón italiano, y a su táctica milimétrica.
El Atlético es el ganador del grupo A sin discusión. Ha sido el mejor de los cuatro, por encima del Juventus, del Olympiacos y del Malmö, y ha cumplido su objetivo con cierta rotundidad para acceder a los octavos de final de la Liga de Campeones entre los favoritos e invicto y sin goles en contra en los últimos cinco choques europeos.
Y eso que el duelo comenzó sin tregua, con un cuarto de hora frenético, de esos que generan una inquietud inaguantable en los entrenadores pero la diversión del aficionado, expectante de un área a otra, entre el descontrol y la ambición de dos equipos conscientes de la dimensión de un partido grande, pero que decayó después.
En el primer minuto centró al área turinesa el brasileño Guilherme Siqueira; segundos después la agarró el argentino Carlos Tévez cerca de la otra portería, a trompicones camino de la meta; en el tres Andrea Pirlo estrelló una falta en la barrera y en el siete sólo la aparición de Gianluigi Buffon impidió el primer gol rojiblanco.
Un balón aéreo y unos cuantos rechaces después, la pelota terminó en las botas de Koke, cuyo disparo lo despejó el guardameta desde el suelo primero con la mano derecha y después con la izquierda; una maniobra de un portero sensacional, también hábil y sin florituras para mandar a saque de esquina un cabezazo de José María Giménez.
Se adornó más el cancerbero a un tiro lejano de Mario Suárez, en la tercera y última oportunidad del Atlético en el primer tiempo, en el que el conjunto rojiblanco no se achicó en ningún momento. Ni cuando apretó más el Juventus, siempre con intermitencia y en esos momentos por la banda izquierda visitante, con el consecuente sufrimiento, y una tarjeta amarilla, para el brasileño Siqueira.
No hubo nada excesivamente comprometido para la zaga del Atlético hacia el descanso. Muchos amagos del Juventus, unas cuantos centros sin rematador de Andrea Pirlo, alguna carrera de Tévez y la respuesta siempre fiable rojiblanca por arriba y por abajo, incluido Moyá, oportuno para repeler un leve toque de Fernando Llorente.
El partido trepidante de inicio, movido durante la primera media hora y siempre jugado a una altísima intensidad llegó al intermedio bajo el control del Atlético, que se replegó cuando el encuentro lo requería, que presionó cuando debía y que se presentó en el campo contrario siempre con intención, pero sin la clarividencia habitual.
No le importó el dominio de la posesión del Juventus, porque se desplegó por cada espacio con rigor e inteligencia, una norma en el funcionamiento del colectivo rojiblanco, consciente de que el marcador era a su favor, de que el empate era una vía directa al bombo de los primeros de grupo en el sorteo de octavos de final.
Un córner directo de Gabi contra el poste, nada más iniciarse la segunda parte, reafirmó la buena sensación del Atlético como también la insustancial acumulación de toques de su adversario en zonas irrelevantes del terreno hasta que el Juventus dio un paso adelante, transformado en un par de ocasiones: un zurdazo del chileno Arturo Vidal y un derechazo del francés Paul Pogba, despejados por Moyá.
El Atlético ya le esperaba en la mitad de su propio campo, con su implicación defensiva como prioridad contra las leves embestidas de su contrincante, sin ningún daño en el marcador y con un empate suficiente para avanzar a los octavos de final de la máxima competición europea como primero del grupo A y entre los favoritos.
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