Un futbolista del equipo equis intenta patear el balón. Un jugador del equipo zeta se barre y le saca la pelota. El jugador del equipo equis golpea el piso, su pie comienza a doler. Grita, se revuelca. Parece que se ha roto algo. Entra la camilla y se lleva al adolorido. Pasa un minuto. El jugador se pone de pie y se ubica en la mitad de la cancha con su mano levantada. El árbitro también levanta su mano en señal de autorización. El jugador del equipo equis, sin un solo hueso roto, sin gestos de dolor, regresa al partido. La anterior escena la vi repetirse por lo menos cinco veces en un partido del fútbol colombiano el último fin de semana. A decir verdad, sumadas todas las veces que la he visto en los últimos años, tendría que contarla por centenas. Al final de cada uno de esos partidos, el árbitro, como es lógico –para él, que gusta de lavarse las manos-, nunca añadió más de tres minutos. Hace poco leí una interesantísima conversación entre el ex futbolista argentino Roberto Perfumo y el periodista uruguayo Víctor Hugo Morales. En ella discutían sobre los cambios que creían que debían hacerse en el reglamento del fútbol para mejorar el juego. Salieron de allí algunas propuestas llamativas, algunas tan descabelladas como suprimir el fuera de lugar o anular los goles de cabeza. De todas las cosas que surgieron en esa discusión, hubo una que me llamó especialmente la atención y que considero fundamental para mejorar el nivel del fútbol en general, pero el del colombiano en particular, porque este último sufre especialmente de ese síndrome descrito en el primer párrafo. En un aparte del diálogo, Perfumo sugiere que un cambio que debería hacerse en el reglamento es que todos los minutos que se pierdan durante el juego sean repuestos al final de cada tiempo. Es decir, si los jugadores suman 15 minutos en el piso, que se repongan 15 minutos. Ni más, ni menos. Cuando el futbolista se tire al piso, que el cuarto árbitro ponga a rodar un cronómetro y al final le avise al central cuánto tiempo se ha perdido. Esta propuesta es de una lógica aplastante y me parece que es necesaria para mejorar de verdad el juego. Entre las millones de comparaciones que podrían hacerse entre el fútbol latino y el europeo, una de las más claras está en la abismal diferencia de tiempo que se pierde en un partido. Para que en Inglaterra entre el carrito con la camilla tiene que haberle sucedido una tragedia al futbolista. En el fútbol colombiano, concretamente, el vehículo aquel entra más veces a la cancha que los delanteros al área, sumiendo el juego en una serie de interrupciones que llegan a niveles desesperantes. Personalmente, pienso que la entrada del carrito camillero debería estar prohibida. La solución es fácil: que a los árbitros les den un curso básico sobre traumatismos osteomusculares. Si el futbolista se arroja el piso, que el central vaya y verifique si está fracturado o con un ligamento roto. Si es así, que llame al camillero. Si no, que lo obligue a ponerse de pie y reponga el tiempo que el personaje en cuestión desperdició. Y si puso mucha cara de dolor, que lo amoneste por tratar de engañar al árbitro, tal cual como se hace cuando fingen una falta. Lo demás es alcahuetería. El fútbol, esencialmente, es hermoso. Por eso difiero de todos aquellos que pretendan modificar algo de lo que fue originalmente. Pero hay ciertas cosas añadidas al juego que hay que cambiar para potenciarlo aún más. Lo del chip que señale los goles dudosos es una de ellas. Lo segundo, quizá, podría ser lo de suprimir la camilla. Hay muchas otras pequeñas cosas que yo cambiaría en el fútbol para mejorar el juego. Entre otras, pondría una regla que obligue a los árbitros a amonestar a los jugadores que traten de parar el balón y éste se les vaya más allá de cuatro metros. También determinaría expulsar a aquellos futbolistas que le nieguen un pase al compañero que estaba solo. Pero eso podría ser un tema de largo debate. Con que el carrito ya no exista para Qatar 2022 me daré por satisfecho. Luis Miguel Bravo // Twitter: @LMiguelBravo
Actualizado: enero 25, 2017 11:58 a. m.