En enero de 2000 el proceso de Javier Álvarez al frente de la Selección Colombia fue frenado en seco tras caer 9-0 con Brasil en el Preolímpico de Londrina, en ese país. La Selección entonces quedó en manos de Luis Augusto García, para enfrentar la Eliminatoria que empezaba ese año, pero al 'Chiqui' se le complicaron las cosas.
El técnico no sólo debía clasificar al mundial sino, además, ser campeón de la Copa América que se realizaría en Colombia en 2001. Andrés Pastrana, presidente electo en 1998, solicitó un año después, personalmente, la confirmación de la sede de la Copa América de 2001 para el país que había sido asignada en 1987.
El panorama no era bueno. Colombia no mostraba un buen juego en la Eliminatoria y, aunque estaba en los primeros lugares, su puesto podía variar en cualquier momento. Además, la elección de la sede en Bogotá tenía a todo el país acusando un centralismo que, visiblemente, no le favorecía al juego del equipo y, por tanto, a la imagen del país.
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El sentido de jugar en Bogotá era aprovechar la altura y así disminuir físicamente al rival, pero la preparación era inadecuada y la Selección se presentaba en la capital en las mismas condiciones que se presentaban sus rivales.
Las voces de protesta no sólo venían de Barranquilla sino de todo el país y los resultados no favorecían la labor de García: mientras Colombia apenas había empatado en Bogotá con Brasil y luego había perdido por 1-0 en Sao Paulo, Ecuador y Chile habían derrotado como locales a la potencia y Uruguay le había empatado en su sede.
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La gota que derramó la copa fue el empate en San Cristóbal con Venezuela 2-2. El “hermano país”, en el papel el rival más débil, tiene una función en el imaginario nacional de ser el equipo que más complica a Colombia: un empate en esa misma ciudad había eliminado a Colombia del mundial de 1986 y ese 2-2 representaba la salida del grupo de los cinco primeros en estas eliminatorias del 2001.
Sin atenuantes, y ante la división de la opinión nacional, García fue despedido y se volvió a contratar a Francisco Maturana.
'Pacho' debía ganar primero la Copa América que se realizaría en julio, y luego ganar tres partidos de la eliminatoria para clasificar el Mundial. Sin embargo, el torneo en el que debíamos a ser anfitriones se empezaba a complicar...
La compleja Colombia del 2001
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La Copa se había vuelto una cuestión de Estado del gobierno Pastrana, y era su tabla de salvación para aumentar el índice de popularidad de su administración en medio de un proceso de paz con la guerrilla que naufragaba y al cual el presidente le había apostado todo su capital político.
El hecho no era sólo organizar la mejor Copa América de los últimos tiempos, sino ganarla, y este discurso gubernamental fue pronto aprehendido por todos los colombianos que vieron en la realización y consecución de la Copa un asunto personal.
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Este sentimiento creció a medida que, al acercarse la fecha de inicio del torneo, la Conmebol empezó a escribir una novela extraña en torno a la realización del evento, cuya protagonista era la inseguridad, cuando ya se habían asignado sus tres sedes principales en Medellín, Cali y Barranquilla, sus subsedes en Armenia y Manizales y el hogar de la final en Bogotá
El 2001 había sido un año complicado por la ausencia de una tregua en medio de las negociaciones del proceso de paz con las FARC y por que, por primera vez en varios años, el terrorismo se volvía a hacer presente en las ciudades,algo que no sucedía desde la era del narcoterrorismo.
Primero fue el carro bomba que destruyó gran parte del centro comercial El Tesoro en Medellín el 11 de enero. Esto era grave, no sólo por la bomba, sino porque la ciudad sería la sede del grupo C cuya cabeza era Argentina. Pero luego llegó mayo y las cosas empezaron a empeorar.
El día 4 un carro bomba estalló en frente del Hotel Torre de Cali, en el que se encontraban las oficinas de la organización de la Copa América. El gobierno y la Federación de Fútbol se apresuraron a aclararle a la Conmebol que este atentado no tenía nada que ver con el evento, pero los miembros de la Confederación empezaron a tener sus dudas.
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Días después explotó otro carro bomba en el Parque Lleras de Medellín y a los tres días, el 19 de mayo, la policía encontró y desactivó un nuevo vehículo cargado con explosivos, pero esta vez en Itagüí. Luego, el 21, la Policía encontraría un misil aire-tierra que sería utilizado como bomba en pleno centro de Bogotá en una camioneta.
La Conmebol le hizo saber a la Federación colombiana que esto ponía en riesgo la realización de la Copa y le pidió al gobierno que garantizara la seguridad del evento.
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Este, más allá de preocuparse de dónde había salido un misil aire-tierra, veía cómo se complicaba la que, imitando a Belisario Betancur y aprovechando la coyuntura de las negociaciones con la FARC, había sido llamada la “Copa de la Paz”.
Pastrana salía casi todos los días en la televisión para decirles a los colombianos que la Copa se realizaría en calma y que esperaba que los violentos la respetaran. Pero el 24 de mayo explotaron dos bombas en Barrancabermeja, y al día siguiente dos petardos dejaron heridos frente a la Universidad Nacional de Bogotá.
Esta ola de atentados fue explicada como una retaliación de grupos de narcotraficantes pues, hasta esta fecha, 34 solicitudes de extradición habían sido aprobadas por el gobierno después de que se reformara el artículo constitucional que la prohibía.
La Confederación Suramericana de Fútbol, que no está para entender venganzas de narcotraficantes, planteó entonces la cancelación del evento o una reasignación de sede y fue ahí cuando el gobierno realizó un nuevo viaje con intenciones políticas.
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Pastrana, el otro capitán de la Selección Colombia
“Vamos a cambiar las bombas por goles”[1], dijo el presidente Pastrana antes de enviar una comitiva a Asunción, sede de la Conmebol, para que recuperaran la Copa América. En esta comitiva no sólo iba la dirigencia deportiva del país, sino que los verdaderamente importantes delegados para salvar la Copa eran los alcaldes de todas las ciudades sede y dos Ministros de Estado, principalmente el Ministro de Minas y Energía Ramiro Valencia Cossio conocido por sus dotes como negociador.
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La presencia de un Ministro de Minas y Energía en una cumbre de dirigentes de fútbol muestra claramente los objetivos de gobierno de la administración Pastrana.
La comitiva volvió victoriosa y se trajo la Copa que fue besada inmediatamente por el presidente, cual si fuera el capitán de la Selección campeona, y se planeó todo para que el 11 de julio los diez equipos de Suramérica junto a Canadá y México, como invitados, comenzaran a disputársela.
La Copa América parecía serlo todo. El Aguardiente Antioqueño era la “Copa Ardiente”, Coca Cola sacó unos comerciales en los que se mostraban paisajes hermosísimos y gente tomando gaseosa que perfectamente podían servir en Perú, Chile o Surinam, los bancos lanzaron al mercado pollas maravillosas que, de ser acertadas, restituirían la deuda del UPAC en UVR o le rebajarían el 3 por 1000 al cliente o, mínimo, le daban plata; Pedro el escamoso, el personaje de moda en la televisión, salía cada hora en la pantalla chica vistiendo el uniforme de la Selección, y la noticia de todos los días era cómo iban a recibir en Cali a Brasil o en Medellín a Argentina, y cómo se iba preparando el equipo de Maturana que, como él mismo lo había dicho, tenía que ser campeón.
Pero el 25 de junio todo se fue al piso. Las FARC secuestraron al vicepresidente de la Federación, Hernán Mejía Campuzano, e inmediatamente la Conmebol canceló la Copa como protesta por el hecho.
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Dos días después Mejía fue liberado pero la decisión ya estaba tomada y Colombia perdía su Copa América así como en el 86 había perdido su Mundial. Ese mismo día llegó un panfleto al consulado argentino en el que un anónimo amenazaba a la Selección de ese país y todo parecía perdido.
El presidente se dirigió a la Nación en su tradicional alocución televisiva y dijo que el quitarnos la Copa era un atentado diplomático. La verdad es que, más allá del problema de seguridad del país, quitarle la Copa a Colombia y darle la sede a Brasil parecía ser el objetivo de Ricardo Texeira, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, para así obtener todos los beneficios comerciales del evento y facilitar le producción de Traffic, empresa brasileña dueña de los derechos televisivos que, de realizarse el evento en Colombia, le debía dejar la producción al Gol Caracol, productor televisivo por contrato con la Federación local.
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El presidente Pastrana empezó una nueva campaña diplomática con el presidente de la Conmebol, Nicolás Leoz, y con los mandatarios de cada país de Suramérica. Esta campaña llevó a que el 30 de junio se determinara mantener la sede en Colombia, por solidaridad con el país, y porque los soldados liberados que retenían las FARC querían ver los partidos, pero aplazar el evento para el 2002.
En una nueva alocución presidencial, Pastrana calificó esto como una cachetada a Colombia, y al comenzar julio los columnistas de todo el país no tenían otro tema que no fuera la pobre imagen de Colombia en el mundo con este hecho.
Mientras la Constitución nacional cumplía diez años entre críticas y elogios, y los colombianos asistían frustrados a los cines a ver Pena Máxima, una película sobre la pasión colombiana por el fútbol, en Asunción la Conmebol se volvió a reunir para determinar el futuro de la Copa América 2001.
El 5 de junio la Confederación Suramericana, presionada por Traffic, Coca Cola, Master Card y Telefónica, patrocinadores del evento que amenazaron con demandarla por 50 millones de dólares, ratificó la sede para Colombia y determinó que todo quedaba como antes y que el evento empezaría el 11 de julio como se tenía planificado.
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La noticia en Colombia despertó el amor propio y todos y cada uno de los colombianos sintieron que iban a devolverle la cachetada a los países suramericanos haciendo la mejor Copa jamás hecha, y siendo los mejores anfitriones que alguien hubiera visto.
Lástima para el presidente Pastrana que todos los medios explicaron la razón por la cual la Copa se quedó en Colombia, si no habría pasado a la historia como héroe nacional por su labor para salvar el evento. Aún así, muchos consideran que esa fue su mejor acción de gobierno...
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La bofetada gaucha
Pero no todo era alegría, Canadá canceló su presentación y Julio Grondona, presidente de la Federación Argentina de Fútbol, dijo que su Selección no asistiría a la Copa. Esta noticia hizo que cayera la sombra de la tristeza en Medellín, sede de Argentina, y ciudad que culturalmente está muy vinculada con el país del sur desde los 30 con Carlos Gardel como modelo y el tango como pasión.
La polémica se volvió a iniciar en los medios y los cafés, donde los amigos no dejaban de comentar la actitud de Grondona, el cual fue presionado para enviar cualquier equipo a Colombia por el presidente argentino Fernando de la Rúa, quien era llamado a diario por su homólogo colombiano.
Lo de Canadá no le importó casi a nadie pues a fin de cuentas era sólo un invitado, pero el rechazo de Argentina fue interpretado como una ofensa contra el país y los colombianos y fue eso, en últimas, lo que comprometió a los habitantes del país en esforzarse por realizar un evento para la posteridad que tuviera el nombre de Colombia: “Que Canadá no asista, vaya y venga. Pero que Argentina se empeñe en deslucir una Copa que todos esperamos que al final resulte entretenida no tiene presentación”[2] .
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Los paisas enviaban cartas a la embajada argentina, y todos los días salían en televisión prometiéndoles una hinchada permanente a la Selección gaucha. El diario El Colombiano pedía el 10 de julio “Que vengan pa´ mimarlos”, pero todo fue inútil.
Los antioqueños leyeron con tristeza al día siguiente en la primera página de su principal periódico: “Se arrugó Argentina y no viene a la Copa”, y se unieron al comentario del alcalde Luís Pérez: “Es una bofetada que se le da al país”[3] .
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Ese día, el día que en Barranquilla empezaba la Copa con el partido entre Colombia y Venezuela y todo el país estaba pendiente de su equipo, Medellín fue infeliz.
Los reemplazos de Argentina y Canadá fueron Honduras y Costa Rica, que aceptaron la invitación en cuestión de horas y salvaron la realización de la sede en el grupo C, en el que argentinos y canadienses jugarían contra Bolivia y Uruguay.
Esto hizo que los dos equipos centroamericanos se volvieran los favoritos de los antioqueños pues “sin siquiera pisar territorio antioqueño tanto Costa Rica como Honduras, por el desprendimiento demostrado en colaborar con la fiesta, se convirtieron en las selecciones mimadas de la afición local que nunca olvidará este gesto oportuno y gallardo de aceptar la extemporánea invitación”[4] .
Incluso en el primer partido de este grupo entre los dos centroamericanos, que fue bastante malo, el público que llenaba el estadio Atanasio Girardot hizo una fiesta al empezar a animar a los dos equipos con oles cuando no había buen fútbol que los ameritara.
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Esa noche, en medio de varias quemas de camisetas argentinas y de letreros que decían: “Argentina, Honduras tu papá”, una pancarta estaba en medio de la tribuna occidental y resumía lo que pensaban todos los antioqueños: “Grondona boludo: el único argentino que murió en Medellín fue Gardel y se llenó de gloria”.
Hablemos de fútbol y de gloria
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Esta fue, sin lugar a dudas, la mejor Copa realizada en muchos años, más que por el nivel deportivo, por la permanente presencia de público en las tribunas de todos los estadios, por la amabilidad con que se trató a los visitantes y por la fiesta que vivió el país.
No importaba si ese día jugaba o no Colombia, las banderas con el tricolor nacional se volvieron una constante aún en partidos que, en la práctica, eran poco interesantes par el público como Honduras vs Bolivia.
A todos los colombianos les gustaron las palabras del técnico brasileño Luiz Felipe Scolari: “El pueblo colombiano nos está tratando maravillosamente bien y vamos a retribuirles con nuestro fútbol”[5] , pero les gustó más el hecho de que el pequeño consentido, Honduras, eliminara al tetracampeón mundial en cuartos de final.
Ante la ausencia de los argentinos Batistuta y Verón, el ídolo del torneo fue el costarricense Paulo César Wanchope, que hacía jugadas de lujo y tuvo barra propia en Medellín.
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Los índices de violencia descendieron como nunca en los últimos años, un 35% en las tres sedes iniciales, y la guerrilla cesó sus ataques convirtiendo a la Copa América de Colombia en la "Copa de la Paz" que tanto había anunciado el presidente.
En Medellín, por ejemplo, “en la semana anterior a la Copa se presentaron 70 homicidios en el área metropolitana; en la primera semana del evento esa cifra cayó a 55, y en la segunda a 37, un número no registrado desde hacía 20 años”[6] .
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El estado de bienestar fue tan alto, que la columnista María Isabel Rueda llamó en todas su columnas de julio en la revista Semana al fútbol como el “prozac de los colombianos”.
El comentarista Carlos Antonio Vélez junto al técnico argentino campeón del mundo, Carlos Salvador Bilardo, encargados del cubrimiento del evento para el canal RCN, hacían análisis tácticos de las jugadas, de los planteamientos ofensivos, del posicionamiento de los líberos, los stoppers y las triangulaciones de compresión en un tablero con fichas imantadas que, si bien casi nadie entendía, todos disfrutaban pues se sentían parte del conocimiento que generaba la “Copa de todos”.
El comercio se reactivó con productos referentes a la Copa, los bancos sacaron cuentas con nombres referentes al fútbol, las ventas de banderas y camisetas colombianas se dispararon en los mercados callejeros y, lo mejor de todo, la Selección Colombia estaba haciendo un papel memorable.
El país estaba feliz y el presidente Pastrana estaba feliz. La situación fue caricaturizada en todos los medios con peticiones de una Copa América permanente durante toda la administración Pastrana.
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Y un día fuimos campeones de América
Colombia llegó a la final invicta, con el goleador del torneo, Víctor Aristizábal, y sin haber recibido un solo gol. Fue casi irónico que el día de la final entre Colombia y México, El Tiempo abriera con dos titulares: “Al filo de la Apoteosis” y “El último año de Pastrana”. Ese día, domingo 29 de julio, se propuso una campaña para las personas que seguramente llenarían el Campín: llevar puesto algo blanco como protesta frente al secuestro. El lema era: “Un solo equipo por la libertad de todos”.
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Después de ver con satisfacción de hermano mayor que el invitado de última hora, Honduras, ocupaba el tercer lugar de la Copa al derrotar por penaltis 5-4 a Uruguay, el corazón de los colombiano empezó a latir más fuerte.
El capitán Iván Ramiro Córdoba salió encabezando un grupo de hombres que, sobre la camiseta amarilla, llevaban puesta una blanca que llevaba impreso el mensaje en contra del secuestro.
La euforia fue total, tanto en el estadio como al frente de los televisores todos los colombianos sintieron que el suyo era un equipo de patriotas: la identidad se volvía a replantear en la Selección ampliando la cadena de ídolos.
Ya no estaban “el Pibe” y su equipo, pero estaban Iván Ramiro Córdoba, Oscar Córdoba, Mario Yepes, Gerardo Bedoya, Iván López y , aunque no estuvieran en la alineación de ese día, Jairo “El Tigre” Castillo y Juan Pablo Ángel.
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En un partido complicadísimo, que no dejó dedos con uñas y por el que muchos perdieron varios kilos, Colombia ganó por primera vez el título de campeón de algo en mayores con un gol en el minuto 64 del capitán Iván Ramiro Córdoba frente a México.
La alegría embargó al país, las calles se cerraron para que el pueblo pudiera celebrar el triunfo, su triunfo, y, a diferencia del 5-0, la celebración fue tranquila pero emotiva.
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Cada ciudadano se sintió un ganador, empezando por el presidente Pastrana, que vistiendo su camiseta de la Selección es el primer mandatario en la historia mundial que recibió la Copa y una medalla de campeón, como si hubiera sido un jugador más, y el país se llenó de esperanza nuevamente: no había paz con las FARC, pero había fe de clasificar con ese equipo al Mundial y al fin teníamos un título que mostrar a nivel internacional.
Claro que la ausencia de Argentina del evento, el mejor equipo del momento en el mundo junto al campeón mundial Francia, empañaba la celebración pues los colombianos no habían podido demostrar su superioridad frente a los argentinos en una disputa nacionalista que todos los que vivimos en el presente tomamos como irrefutable.
Pastrana había salido victorioso en su plan de conseguir la Copa América para Colombia, en todo el sentido de la palabra “conseguir”, pero Maturana fracasó en su intento de clasificar el equipo a Japón y Corea 2002.
Una derrota con Perú en Bogotá (Perú, siempre Perú ), y un empate con Uruguay en Montevideo obligaban a tener que ganarle en Defensores del Chaco a Paraguay y esperar que Argentina derrotara a Uruguay como visitante para acceder al quinto puesto.
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Increíblemente, Colombia jugó como el campeón de América que era, para orgullo nacional, y derrotaba a Paraguay en su temido estadio por primera vez.
El 4-0 era más que sorprendente pero no bastaba pues en Montevideo Argentina y Uruguay empataban a un gol, y ese resultado obligaba a Colombia a anotar otro gol para superar a los uruguayos en la diferencia.
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El gol de Colombia nunca llegó. El de Argentina tampoco.
Al enterarse de la finalización del partido en Defensores del Chaco los argentinos empezaron a hacerse pases para atrás y se olvidaron de que Uruguay tenía arquero y portería.
Esta conducta antideportiva, que le dio la posibilidad a Uruguay de jugar por el último cupo al Mundial frente a Australia, fue justificada por la estrella argentina Juan Sebastián Verón que, después del partido le dijo a la televisión que si Colombia hubiese metido el gol que le hacía falta, Argentina se habría dejado ganar de Uruguay.
Esto, sumado al rechazo de la Copa América, fue entendido por el pueblo colombiano como una venganza argentina por las derrotas que le había propinado en los 90. De esta forma los colombianos convirtieron a Argentina, un país con el que las diferencias históricas, políticas, económicas y culturales nunca han sido trascendentes como sí lo han sido con Perú o Venezuela, en el “otro” que necesita el nacionalismo colombiano representado en el fútbol de final de siglo XX y comienzo del XXI.
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Ante la ausencia de enemigos nacionales reales, Argentina es, por el fútbol, nuestro "enemigo".
La gloria del campeón de América terminó con el fracaso de no asistir a un Mundial, algo que se considera una catástrofe nacional, y con el mejor ejemplo de la nueva identidad nacional que representó el fútbol en el siglo XX para Colombia alojado en el Museo Nacional.
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Allí, a unos cuantos metros de la Carta de Jamaica por la que Bolívar declaró la guerra a “Españoles y Canarios”, y muy cerca de las pertenencias del Libertador y de los objetos más representativos en la constitución de la nación durante el siglo XIX, reposa una copia exacta de la Copa América ganada por Colombia en 2001.
El gran testimonio de que Colombia fue el país más grande, al menos en algo....
[1]
Revista Cambio. No 415. Bogotá. Junio 4 de 2001. Pág. 20
[2]
Bayona, Mauricio. Se nos vino encima en El Tiempo. Bogotá. Julio 8 de 20001. Pág. 3-3
[3]
El Colombiano. Medellín. Julio 11 de 2001
[4]
Gracias, Honduras y Costa Rica. Editorial en El Colombiano. Medellín. Julio 13 de 2001. Pág. 5ª
[5]
El Tiempo. Bogotá. Julio 13 de 2001. Pág. 3-3
[6]
¿Qué dejó la Copa América? en El Tiempo. Bogotá. Julio 30 de 2001. Pág. 3-18