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Realidades que convivieron en un estadio: el fútbol y las ejecuciones, la pasión de los talibanes

El antiguo estadio Ghazi de Kabul acogía dos de las pasiones de los talibanes: el fútbol y las ejecuciones, dos realidades que convivían todos los viernes sobre el césped de este recinto tras el obligado rezo en la mezquita.

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Estadio Ghazi de Kabul - AFP

Las ejecuciones, que solían ocurrir entre la  1:30 p.m. y las 2:00 p.m., daban paso una hora después al otro gran espectáculo del día: el fútbol.

El antiguo estadio Ghazi de Kabul, de Afganistán, acogía dos de las pasiones de los talibanes: el fútbol y las ejecuciones, dos realidades que convivían todos los viernes sobre el césped de este recinto tras el obligado rezo en la mezquita, una época que algunos afganos rememoran hoy con nostalgia.

A la salida del templo, miles de kabulíes se dirigían al estadio para asistir al macabro espectáculo de la implacable ley islámica o sharía, impuesta entre 1996 y 2001 durante el régimen talibán.

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"Éramos niños que crecimos en la época de los talibanes, para nosotros era una atracción", recuerda a Efe Lmar Khplwak, un consultor de 30 años.

Ante unas 20.000 personas al grito de "¡Allah-u-Akbar!" (dios es grande), los talibanes explicaban altavoz en mano el crimen por el que habían condenado al reo, exhibido ante un público entusiasta en el centro del terreno de juego, para a continuación ejecutarlo o, en el mejor de los casos, cortarle una mano.

Khplwak asistió a la ejecución de tres hombres y dos mujeres.

Uno de los hombres, acusado de corrupción y de tener vínculos con la oposición, fue degollado; a otro lo ahorcaron por haber matado a su hijo, y a una de las mujeres, que mantuvo una relación extramatrimonial, la ejecutaron con un disparo.

El joven, dice, no entiende que la hubieran matado de un disparo cuando según la sharía "debería haber muerto lapidada".

Las ejecuciones, que solían ocurrir entre la 1:30 p.m. y las 2:00 p.m., daban paso una hora después al otro gran espectáculo del día: el fútbol.

Hayat Ullah Logarwal, de 50 años, y Muhamad Aziz Abul Fazli, de 60, eran futbolistas profesionales durante el régimen talibán.

En una liga nacional de 19 equipos, Logarwal jugaba en el Sabawon FC y Fazli, portero, en el Maiwand FC.

"Un día, al llegar, había un charco de sangre en el centro (del campo) después de que hubieran amputado una mano. No sabíamos qué hacer con la sangre, así que llevamos algo de tierra para cubrirla y empezados el partido", recuerda Logarwal.

Fazli, que como su colega asegura que solía evitar el macabro espectáculo, recuerda también una ocasión en la que los talibanes ajusticiaron a una mujer por haber asesinado a su marido. Cubierta con un burka, primero la obligaron a rezar por última vez y, acto seguido, le dispararon. En otra ocasión amputaron la mano a un hombre y luego, subido en una furgoneta "pick-up", lo exhibieron alrededor del estadio.

Ambos mantienen que los talibanes se aprovechaban de la pasión de los afganos por el fútbol para atraer a más gente a las ejecuciones, en un estadio que podía albergar hasta 52.000 personas, a diferencia de los 27.000 actuales tras haber colocado asientos.

Los exjugadores, que ahora forman parte del personal del estadio, muestran orgullosos en sus móviles fotografías de la época con un graderío a rebosar, entre ellos muchos insurgentes.

"Los talibanes amaban el fútbol. Después de cada partido, nos daban dinero y donaciones para nuestras casas. Una vez donaron tres toneladas de leña", recuerda Logarwal.

Aunque los insurgentes que participaban en las ejecuciones permanecían allí solo durante unos 20 minutos, estaban también los que acababan de regresar de la primera línea del frente, los más entusiastas.

"Venían para (ver) el partido y se sentaban cerca del campo, justo donde termina. Unas 400 o 500 personas con sus armas viendo el partido", afirma Logarwal.

Los dos recuerdan la época de los talibanes con cierta nostalgia, años en los que "el fútbol evolucionó al no haber otro tipo de entretenimiento en Afganistán".

Fazli llegó incluso a defender la portería con la selección afgana durante el régimen talibán, viajando a países como Irán o Rusia, y posteriormente, tras la invasión estadounidense en 2001, ejerció de entrenador de porteros del equipo nacional, que en la actualidad ocupa el puesto 146 de 210 en el ránking de la FIFA.

Así que no esconden su satisfacción por un posible regreso de los insurgentes, siempre que sean "talibanes afganos" y no de países como Pakistán, si fructifica un acuerdo de paz con el Gobierno que salga elegido de las elecciones presidenciales del pasado sábado.

"Entre los talibanes hay buenos y malos. Los afganos eran buenos con la gente", subraya Logarwal.

Quizá entonces tendrían que hacer algunas remodelaciones en el estadio, como retirar el cartel que preside el campo de fútbol con la imagen del general Ahmad Shah Massoud, el principal líder de la lucha contra los talibanes asesinado en 2001 a manos de Al Qaeda.

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