El mediocampista colombiano tuvo una infancia complicada en su pueblo natal, Necoclí, donde tuvo que ver a su padre morir. Comienzos difíciles antes de lograr ser uno de los jugadores más relevantes de la Selección Colombia.
Disparos. Gritos. Luego un silencio perturbador. Desolación. La violencia en Colombia se llevaba una nueva vida, una de las miles que el conflicto armado no perdonó. Era la del padre del volante de la Juventus, Juan Guillermo Cuadrado.
Año 1992. La crueldad de la guerra entre las desmovilizadas guerrillas de las FARC y autodefensas de extrema derecha desangraba a diario a Colombia. No había rincón del país que no fuera ajeno a la muerte.
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La casa del pequeño Juan Guillermo, cuando apenas tenía inocentes 4 años, en Necoclí, en el norte de la entonces convulsionada región del Urabá, en el departamento de Antioquia (noroeste), no estuvo ajena a la infamia de las armas.
Guillermo, el padre, un humilde repartidor de refrescos, murió asesinado en la propia puerta de su hogar. Su hijo, aleccionado por sus viejos ante cualquier tiroteo, buscó refugio debajo de su cama.
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Fueron los minutos más eternos de su vida, interminables hasta que Marcela, su madre, quebró el silencio ensordecedor de la tragedia con un grito desgarrador. El niño, envuelto en llanto y miedo, había visto la escena.
Comenzaban los tiempos difíciles en la devastada familia Cuadrado Bello.
- Huir de la guerra -
Marcela, valiente, abandonó con dolor a Necoclí y se refugió en el vecino municipio de Apartadó. Allí, desde cero, se decidió a hacer de Juan Guillermo un hombre de bien, negándoselo con su sacrificio a la guerra, a las balas, a la sangre.
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Inquieto, como cualquier niño a esa edad, Cuadrado acompañaba a su madre a la escuela nocturna, y mientras en las mañanas se quedaba al cuidado de su abuela, la madre trabajaba en plantaciones de banano.
Juan Guillermo fue creciendo, y dentro de él al mismo tiempo lo hacía la pasión por el fútbol. Jugaba en calles polvorientas con latas, con piedras, con pelotas hechas un desastre. Lo que viera.
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Marcela lo inscribió con 12 años en el Manchester Fútbol Club de Apartadó, su novel talento lo llevó a las inferiores del Deportivo Cali y de allí saltó al profesionalismo con la roja del Independiente Medellín en el 2008.
Con cuerpo y piernas rápidas como las de un boxeador superwelter (69 kg) y de mediana estatura (1,78 m), nadie creyó que Cuadrado pudiera llegar a la Serie A del Calcio, y lo hizo con 21 años desembarcando en el Udinese a mediados de 2009.
Lo que vino después en su historia es lo que aprendió del sacrificio de su madre.
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- La felicidad -
Dos temporadas en el Udinese, una en el Lecce, hasta que su fútbol sedujo a la Fiorentina, donde fue figura con la 'Viola' desde su llegada en 2012 hasta su recordado adiós en el invierno de 2015.
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El Chelsea de Mourinho lo fichó después de su brillante Mundial-2014, cuando con la selección colombiana alcanzó por primera vez los cuartos de final cayendo con el anfitrión Brasil.
Pero sus apenas seis meses en Stamford Bridge no fueron los deseados: solo 15 partidos y una suplencia cada vez más eterna precipitaron su salida. Juventus apareció en el camino, y ahí renació el fútbol del colombiano.
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Con la 'Vecchia Signora' ha conquistado tres títulos de Serie A y de Copa de Italia. Y recuperó la alegría perdida en Londres siendo regular en la formación de Massimiliano Allegri.
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Y es esa misma alegría contagiosa, que con 30 años lo tiene de nuevo en la selección cafetera en el Mundial Rusia-2018, la que ha querido regalarle a la niños de Necoclí con una fundación que lleva su nombre.
Ya la guerra no acecha las calles de su pueblo como en esos sangrientos años noventa, pero el narcotráfico sigue enquistado en esa zona del país, y allí Cuadrado se está jugando su mejor partido: salvar a esos niños de las drogas.
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