Recuerdo que el periodista Nicolás Samper me hablaba del nuevo técnico que tenía Millonarios. Me decía que el señor era muy metódico y que le preguntaba en exceso por detalles del fútbol profesional colombiano. Pero ante todo, Nicolás me describía a Juan Carlos Osorio como un tipo decente y muy trabajador. Recuerdo que llegó al Atlético Nacional un 3 de mayo de 2012. Todo era turbio. Los dueños del equipo acaban de sacar por la puerta de atrás a Santiago Escobar. Nacional había quedado eliminado de la Libertadores tras una inversión millonaria en refuerzos, y el ambiente futbolero de los verdolagas estaba lleno de chismes que hablaban de indisciplina de jugadores, y desunión. Era una “cocina”. Recuerdo que mi padre me dijo: “El nuevo entrenador de Nacional es un tipo serio. Es honrado y trabajador, hay que creerle”. Recuerdo que por esos días me invitaron al programa del “Fenómeno Verdolaga”, que dirigía Carlos de la Ossa. Entrevistamos a Juan Carlos Osorio. Fue la primera vez que hablé con él. Fue una charla de una hora. Recuerdo que a todos los presentes nos sorprendió su conocimiento frente a la historia del club, su perfil y su hinchada. No se le quedaba un detalle. Recuerdo que empezó barriendo al Junior en la Superliga, luego ganó la Copa Postobón del mismo año, 2012. A pesar de ello, nada qué hacer, Osorio no convencía al 90 por ciento de la hinchada, incluyéndome. Recordar los primero meses del 2013 me da vergüenza por mi comportamiento. Nacional no funcionaba y yo, a través de mis redes sociales y en la tribuna, fui implacable con Osorio. Pedí su salida, lo insulté, caí en lo bajo de lo bajo del hincha. Así estábamos muchos, iracundos, presos del miedo por lo que mostraba el equipo, por la rotación, por el nivel, por el profe… Y el equipo llegó a la final. Y el equipo jugó un partido memorable en Bogotá y el equipo fue campeón en El Campín. Y recuerdo que en el televisor vi a Osorio y allí recibí sus primeras lecciones a punta de: paciencia, tolerancia, ver el fútbol de otra forma, aguantar el chaparrón en silencio, trabajar con humildad, celebrar con cautela, otorgar el crédito al equipo de trabajo…Todo ese paquete de enseñanzas llegó con ese título. Osorio aguantó, trabajó y ganó, y al ganar fue humilde. Es el reflejo de la vida: capotear la adversidad, trabajar con ahínco y ganar con humildad. Me dio pena de mí. Yo, que vociferaba a los cuatro vientos saber de este deporte, no sabía y aún no sé nada. El fútbol no es una constante en el sentimiento. No siempre se quiere, no siempre se odia. Si fuera constante sería el deporte más aburrido del mundo. El fútbol es sentimiento, y eso sí que fluctúa de acuerdo a lo que dicta el balón. Empecé a ver a Juan Carlos Osorio como una fuente de enseñanzas a través del deporte que amo. En la victoria, no en la derrota como hacen muchos para tratar de “salvar los muebles”, Osorio habló de su estilo: de promover la fortaleza del núcleo familiar en sus jugadores, de hablar de una profesionalización al 1000% para el deportista, de ubicar a la institución en los máximos estándares a nivel de logística y de la parte administrativa y, en mi opinión, también darle más nivel al periodismo a través de su relación con los medios. En Nacional, en la era Osorio, el equipo estuvo limpio de chismes sobre indisciplina, sindicatos o líos internos. Y si los hubo, tuvieron un manejo de caballeros, de profesionales. Nada transcendió. Todo lo anterior, hace parte del trabajo que vi en él, y que está por fuera del rectángulo de entrenamiento. Pero más allá de eso. Jamás olvidaré el título de liga contra el Cali. Lo viví con mi hija, nunca habíamos visto juntos a Nacional coronarse campeón en el estadio. Lágrimas de felicidad que serán inolvidables para ambos. Cada título para cada hincha tiene recuerdos que son imborrables y se llevan a la tumba. Los invito a eso, a recordar cada felicidad que nos dio este equipo bajo el liderazgo de Juan Carlos Osorio. Cada abrazo con el amigo, el familiar, la esposa. Cada trago que se tomó bañado de felicidad. Cada sonrisa que le vio a su padre, abuelo o tío por culpa de una estrella más. De igual forma hace parte del recuerdo la derrota, la frustración de la eliminación en torneos internacionales, la final contra River que nos puso a vivir otra ilusión continental al máximo nivel de palpitación. No son sentimientos que se viven a diario. Con Osorio vivimos cosas que muchos no viven y mueren sin ellas. La rotación, tal cambio por otro, mantener a X jugador, plantear el partido de una manera, poner a X en vez de Y cuando ha jugado de Z, todo queda ahí, en el plano del juego. Osorio se equivocó mil veces, Osorio acertó mil veces ¿Esos errores dieron tristeza? Tal vez sí, o no. Pero de algo estoy seguro, sus aciertos dieron alegría total, las vueltas olímpicas, seis en tres años, dan fe de ello. Dos tertulias sobre fútbol compartí con Juan Carlos Osorio. No lo digo por alardear, no apreciado lector, lo que busco es contarle sobre el ser que conocí. Un hombre con valores, orgulloso de la educación que le dieron en su hogar, que mira hacia atrás y encuentra en el camino de la vida todos los sacrificios que tuvo que hacer para prepararse en el exterior, para abrirse paso como colombiano en el extranjero. Un hombre humilde, que valora su conocimiento porque nadie se lo regaló, se lo ganó a pulso. Un hombre que respeta la opinión del otro, aprecia los aportes inteligentes y se nutre de ellos. Un señor educado. Una persona de familia, un respetuoso absoluto de su trabajo y del trabajo de su equipo. Un ser que quiere dejarle un legado al país a través del fútbol. Las personas pasan, las instituciones quedan. Esa premisa es cierta y la hemos leído por años. Pero la grandeza de las instituciones no la forjan los ladrillos, no, se sustentan en el legado de quienes han pasado por ella sin mediocridad. Osorio es una de ellas, una de sus más importantes ¿Su principal razón? Es el director técnico más ganador en la historia del club. Eso rompe cualquier otro argumento, crítica, lo que se quiera decir sobre él. Es el más, y mientras no llegue otro más, su legado tiene aún más validez. Zubeldía, Maturana, Osorio, he ahí el tridente desde la dirección técnica que soporta gran parte de la grandeza de este club. "La alegría de la victoria como la tristeza de la derrota al día siguiente son pasado, y lo que cuenta es que amas el juego": le decía el gran 10 rumano, Gheorghe Hagi, a la revista SoHo en su última edición. Es cierto. Atlético Nacional seguirá adelante con o sin Juan Carlos Osorio. Pero seguirá fuerte gracias a su legado y enseñanza. Así pasó con Zubeldía, así fue con Francisco Maturana. Sin esas maestrías la grandeza se estanca. Mis padres me enseñaron que no hay nada peor que ser malagradecido y tacaño. Yo, Andrés “Pote” Rios y en nombre de mi hija, le agradezco desde el corazón y con toda mi fuerza, profesor Juan Carlos Osorio. Las puertas del club Atlético Nacional siempre estarán abiertas para usted, ya sea en un año, tres, cinco o cuando usted tenga 80. Jamás a los ganadores se les puede cerrar la puerta, y menos a usted, que en tres años nos hizo inmensos y nos deja más afilados para ser más grandes. ¡Gracias, gracias, mil veces gracias Maestro Juan Carlos Osorio! Seguir a @poterios
Actualizado: enero 25, 2017 02:48 p. m.