Es hermoso y a la vez perverso el juego de fútbol. Intocables algunos, mientras juegan y ganan. Los demás, golpeados por la crítica en el silencio de las derrotas. No basta el ruido de estadio, ni las voces que ponderan juego o estilo. Es el momento de cada uno y sus aportes al espectáculo que endiosan y devoran. Es la diferencia que marcan el éxito y el fracaso cuando rueda el balón.
Hace seis meses Gustavo Costas, robusto en su ego, celebraba el doble título con Santa Fe. No compartía con el público su forma de jugar pero lo respaldaban sus estadísticas, con números inapelables. Medio año después su despedida, amarga, confusa, sin una explicación lógica del porque cuando regresó, con un equipo armado por otros entrenadores fue campeón y con el suyo, el que él este año diseñó, fracasó.
Es un juego maligno entre las pizarras y la silla eléctrica, el de los entrenadores. Con simpatías, fingidas y nerviosas, llegan a un club. Siempre en el escrutinio de la afición, con el temor al derrumbe de su estabilidad, lo que los lleva a actuar con temores, sin asentar un esquema o un proyecto.
Manejan hostilidades con pedantería y la armonía con el pueblo y lo directivos, cuando carecen de capacidad para revertir los malos resultados, tiene tiempo breve de caducidad. Sus discursos, en ocasiones incoherentes, traen consigo sensaciones de inseguridad. Son pocos los ganadores y muchos los que abandonaron sus clubes por la puerta de atrás, para entrar en un carrusel que los conduce a saltar de un equipo a otro, donde una piedra nueva los hará tropezar.
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Doce preparadores dejaron su cargo, en el torneo colombiano, en cinco meses. Uno, Fabio Martínez, duró pocas horas en su flamante puesto. Tiene premio de consolación porque será asistente de Juan José Peláez en el Medellín. Otro, el uruguayo Gregorio Pérez, curtido en banquillos de famosos clubes, abandonó su proyecto a días de empezar, en el Tolima.
Siempre se dijo que la verdad del fútbol esta en los jugadores y que de estos depende la continuidad de un entrenador.
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La verdad del fútbol, para tantos, esta en los resultados, razón única y lamentable, para fabricar dioses o demonios; o en las poltronas de aquellos dirigentes que deciden sin pensar.