Las palizas en redes, radio y televisión, se silencian con fútbol. Lo hizo James Rodríguez frente a Ecuador. Su gesto obsceno, ante periodistas, calificado por sus contradictores como inelegante, inoportuno e inculto, fue el estímulo para la redención de sus calidades.
Su influencia fue catarsis en la Selección Colombia, dado que de nuevo se hizo guía, aportó ideas, influyó en el resultado y priorizó, como todos, la posesión como elemento básico para el significativo triunfo en Quito.
Hizo del balón el hilo conductor para la imposición del estilo tradicional de nuestro juego: el equipo por encima de las individualidades, unido a través de la técnica de sus futbolistas.
El escándalo por James, innecesario, oportunista y amarillista.
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Qué tal lo de Diego Maradona, en el pasado, disparando a los comunicadores frente a su casa, acusado de intento de homicidio y sometido a procesos judiciales.
Colombia encontró soluciones tácticas en el orden, la concentración y el compromiso; ocupó todos los espacios con inteligencia y equilibró líneas y bloques, para un resultado que debió ser mayor.
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Gobernó el partido con solvencia y los pocos sustos sus defensores los contrarrestaron apelando al anticipo.
Miguel Borja tuvo su cualitativo aporte. Llegó para darle fertilidad y versatilidad al ataque. Su alarde técnico, arrancando de izquierda, con pase, borde externo-pie derecho como recurso, fue la cuota inicial para el extraño gol de James que el mismo tardó en comprender.
Llegaría luego “la cucharita” de Edwin Cardona, para capitalizar el movimiento oportuno del ‘10’, como punto de partida para el segundo gol, el de Cuadrado.
¿Importa entonces “la pistola” de James Rodríguez?
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Confianza, paciencia y seducción, para ver, sentir y disfrutar. Ese es el fútbol que gusta… Esa es nuestra Selección cuando reencuentra el estilo y obtiene óptimos resultados.