Empecemos a entendernos desde el primer párrafo: a los futbolistas les pagan por jugar. El dinero sale –principalmente- de los patrocinadores, de la taquilla y de los derechos de televisión. En todos los casos hay una relación (directa o indirecta) con los aficionados. Son los que consumen las marcas patrocinadoras, compran las boletas y se sientan frente al televisor.
Pero esa relación no la tienen clara todos los futbolistas. Es el caso de Jhonatan Gómez, por ejemplo. El volante de Santa Fe dijo lo siguiente luego de un entrenamiento del equipo en días pasados: “Yo no hablo con la prensa, no hablo con nadie. Tampoco juego para la prensa, ni para los hinchas. Yo juego para mí”.
Efectivamente, hoy Gómez no da declaraciones. Cuando llegó al equipo bogotano en 2016, proveniente de Pasto, sí lo hacía. Ciudad diferente, equipo diferente, ambiente diferente. Hablar, o no, hace parte de su derecho. Es respetable. Lo que no puede olvidar es que el que le paga el sueldo es el club, con el dinero de los hinchas, patrocinadores y televisión. Que alguien le diga que, por lo menos, para el club y los hinchas sí debería jugar.
Algo parecido ocurre con Johan Arango. Los hechos: ha desaparecido de convocatorias, inclusive de unas ya anunciadas por el club, porque misteriosa y repentinamente sufre de problemas físicos. Fue el caso del clásico contra Millonarios del 19 de marzo. Justo ese fin de semana lo vieron (lo vimos) en la zona de rumba de la 85, en Bogotá.
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Cuando se le preguntó al DT Gustavo Costas por la ausencia de Arango pasó trabajos para contestar que se trataba de una contractura muscular. Es lo que pasa por contratar jugadores que se creen estrellas y no lo son. El equipo termina trabajando para ellos, para justificarlos, para hacerlos quedar bien. Con razón Gómez dice lo que dice…