No somos capaces de reconocer la mediocridad o la ineficacia. Es el caso de Junior y de muchos otros equipos, jugadores y técnicos que esconden sus fallas en las ajenas. Diego Umaña a cada rato se queja. Habla, crítica, reclama, acusa y denuncia. Denuesta de los árbitros, cree que hay una persecución en su contra y en la de Junior. Se enfurece, grita, manotea, discute. Quiere hoy que todo cambie. Se pone camisetas alusivas al juego limpio en los entrenamientos y luego pelea, ofende, insulta, provoca. La selección Colombia juega mal. No hace goles. No dispara al arco. No convence. No se entiende. Pero se explica diferente. Es un proceso, dicen. Pero es un proceso en el cual ganar no es importante, por lo que parece. Es un proceso que da el aval a la insuficiencia. Si las cosas van mal para un técnico extranjero es porque no conoce el “ambiente local”. Si un futbolista sale del país, antes de jugar bien, se tiene que adaptar. Si es un equipo que juega de visitante y pierde, la altura o el calor se hacen determinantes. Si le hacen un gol, es desconcentración, error espontáneo o falla arbitral. Si llega plata de narcos a los equipos, la responsabilidad es anterior o ajena. Si hay relaciones de paramilitares en la Federación Colombiana, es una casualidad. No debería ser tan difícil reconocer el acierto contrario. Aceptar los errores que cometemos. Atenerse a los hechos. Asentir faltas, imperfecciones y anomalías. Y, sobre todo, decir la verdad sin conveniencias. En ese caso, hay que aclarar que Junior está mal en el torneo porque sólo ha ganado tres juegos en catorce partidos y eso no es culpa exclusiva de los árbitros. También, que el fútbol de la selección Colombia es penoso. Si no cambia, no iremos al Mundial. Y que si no se ven las cosas como realmente son, difícilmente se podrá hacer un buen diagnóstico para mejorar. En Twitter: @javieraborda
Actualizado: enero 25, 2017 02:42 p. m.