Fue una promesa de vida. En cama, después de sufrir un accidente de tránsito, la meta se convirtió en motivación: volver a caminar y viajar a Brasil, no como periodista, sino como un hincha más con ganas de ondear la bandera de Colombia. Y así fue. Sin tristezas ni lamentos. Solo con la convicción de hacer lo que se quiere, decidí irme a pesar de no estar recuperado de una dolorosa fractura de pelvis y otros menesteres (aún no lo estoy). El viaje era una irresponsabilidad si se tenía en cuenta el desorden que alcanzaron a armar quienes estaban en contra del Mundial. Además, el dinero, ese bendito y maldito que va y viene, no sobraba y tampoco tenía boletas para ver a la Selección. En otras palabras, la cabeza decía una cosa y el corazón, otra. Pero ahora, ya en plena resaca postmundial, la gran lección que me queda y que bien le puede quedar a todo el país es que se debe aprender a vivir con lo que se siente, naturalmente dentro de los cabales de la responsabilidad. Entre tanto fervor no podemos desconocer que volvimos a fallar. Fue demasiado estúpido ver que de nuevo en Colombia, como después del 5-0 ante Argentina en 1993, nos volvimos a disparar mientras celebramos lo que fue en cada momento la mejor fiesta de fútbol de nuestra historia. Este 2014, sin embargo, es un momento irrepetible y mucho mejor cualificado. El país después de hacer sus conclusiones debe entender al fútbol como lo que es y, sin alcanzar la exageración, aprender la trillada frase que nos recuerda que “el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes”. No es posible que mientras el equipo en la cancha mejora, nosotros en la calle sigamos siendo tan subdesarrollados, tan ebrios de idiotez. Esta Selección unió, aglomeró multitudes y despertó un fervoroso patriotismo que exclusivamente es capaz de producir un gol. Para ser ganadores esta vez no necesitamos trofeo. Falcao, como muchos, dijo alguna vez que después del primero todos eran perdedores, aunque no es así, al menos no en esta oportunidad. El Mundial de Brasil dejó demasiadas victorias. Los cuartos de final, el juego limpio del equipo, el goleador del torneo, el récord de Mondragón, el golazo de James (su figura opacó de lejos a estrellas como Messi y Cristiano Ronaldo), la seriedad de un cuerpo técnico y, entre muchas otras cosas, la victoria de cada persona que vivió, gozó y lloró con esta participación del equipo nacional. Qué cierto fue lo que apuntó el difunto Gabo: “La vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Así que cada persona tendrá sus propios recuerdos de esta fantasiosa competición. En mi caso, ver la victoria de Colombia ante Uruguay en el Maracaná será simplemente inolvidable. Fue el premio que me di a la mayor adversidad que me ha enfrentado hasta ahora la vida. Y así Colombia hubiera perdido creo que valía la pena arriesgarse. Ojalá este sea un punto de partida que haga crecer más nuestro fútbol y nos convierta en gente más civilizada. El recibimiento al equipo en Bogotá fue memorable por eso, fue la prueba de lo que está dentro de nosotros y que muchas veces negamos relucir. Para mí, esta Selección Colombia nos representó muchísimo mejor de lo que somos, pero no tanto como lo que podemos llegar a ser. Seguir a @javieraborda
Actualizado: enero 25, 2017 02:46 p. m.