Si fuera por el deporte, ojalá Colombia nunca se hubiera librado del yugo español y tuviéramos hoy su legado. Más allá de que la profesionalización de distintas disciplinas haya sucedido en Europa mucho después del famoso 20 de julio de 1810 –por ejemplo, la liga española se fundó en 1929 y la colombiana como la conocemos ahora empezó en 1948-, las raíces allá se han conservado y han producido frutos en los últimos decenios. Nosotros hablamos de independencia y en realidad eso no es tan acertado, así hace 200 años sí se haya producido el inicio de la ruptura de la esclavitud, la servidumbre y la pleitesía obligada hacia los españoles. Incluso hasta de despertar. Dos siglos atrás, cierta gente que vivía en nuestra tierra pensaba que el caballo y el hombre eran un sólo ser viviente, un gigante de cuatro piernas y dos cabezas. Ahora no somos tan ingenuos. Eso queremos creer, aunque la patria sigue siendo boba. Entre Colombia y España hay 7990 kilómetros de distancia, aproximadamente. Entre el nivel deportivo de uno y otro hay mucho más trecho. Es triste rememorarlo y reconocer tantas diferencias, tanta ventaja. El mejor fútbol visto en la última época en Colombia (hablar de ‘El Dorado’ es nostálgico y lejano) dependía del dinero del narcotráfico. Pablo Escobar con Nacional, los hermanos Rodríguez Orejuela con América y Gonzalo Rodríguez Gacha con Millonarios hicieron valer su negocio ilícito con nóminas costosas y ganadoras. Lo demás ha sido literalmente extraordinario. La gloria del deporte colombiano depende en gran parte de milagros, de héroes, de atletas que entrenan en medio de la pobreza y que, por desgracia, nos dejan saber su sed cuando piden casas dignas de habitar apenas asoman sus éxitos. Si no, de aquellos que libran cruzadas con el dinero familiar, como Juan Pablo Montoya, o de quienes han gozado de un respaldo económico para cumplir sueños, como Camilo Villegas. Son pocos los procesos que en realidad se planean, se estructuran y consiguen sus objetivos. El tenis, verbigracia, trata de dar mejores pasos en este inicio de siglo, al tiempo que el patinaje es el único en el que de verdad ‘somos’ (son) superiores, el único en el que se está en la élite. No hay que mentirse. El deporte colombiano depende de eso. De sucesos, personajes o equipos asombrosos pero no llevados de la mano del Estado, ni de la patria, ni del país, si acaso del patrocinio privado. Y mientras no pase nada distinto en la mayoría de disciplinas, seguiremos en las mismas, con fe en victorias sobresalientes y espontáneas. Creyendo en el talento por encima de las adversidades y confiando en nuestra independencia relativa. A pesar de todo, es lo que hay y lo que queda. La independencia que celebra Colombia es plausible por estos días porque recuerda que ya no somos esclavos de los españoles. Pero de esa libertad y orden que nos enseña el escudo nacional hay que decir que seguimos cautivos de la pobreza, atados a ella y prisioneros de tantos males que menoscaban el país y que obviamente también le hacen caries al deporte.
Actualizado: enero 25, 2017 02:42 p. m.