El fútbol de estos tiempos se fabrica en serie. Sacar jugadores, firmarlos, promoverlos, ponerlos a debutar, venderlos, desecharlos o reemplazarlos. De cien en cien. Entre más, mejor. Las carcajadas se convierten en una rareza entre las divisiones inferiores de los equipos. Lo que antes era un juego, hoy parece un brazo militar del Ejército norcoreano. No hay tiempo para la diversión. El negocio no lo permite.
Aquella ley natural de selección que era el talento quedó atrás. La ley de hoy no lo espera sino que lo fabrica. Los zurdos espontáneos que sorprendían, primero en la calle, donde dos ladrillos hacían de cancha, y luego en los torneos en los que el premio era un trofeo, son sustituidos por ambidiestros hechos de disciplina y jornadas aburridas de repetición.
Basta un partido bueno -o dos- para que un pichón de futbolista sea vendido como una promesa que jamás se cumplirá. Vender se convirtió en el verbo principal. Divertir, alegrar, entretener, deleitar, fascinar o cautivar son verbos en vía de extinción. Solo los fuera de serie como Messi o Neymar aún los conjugan en las tardes.
Con 20 años, Brayan ‘Coco’ Perea llegó a Lazio en 2013. Hoy juega en Lugo de la B española. Marlos Moreno, a sus 19 años, se destacó en una seguidilla de partidos con Nacional que le valieron, primero, llegar a la Selección Colombia de mayores y, luego, fichar por el Manchester City. Hoy está cedido en el recién ascendido Girona, también en España. A los 19 años, el defensor Jherson Vergara fue comprado por Milán. Ahora está en el fútbol ruso.
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Ellos, y cientos más, son producto de la fábrica en serie. No alcanzan a ganar nada en Colombia, se van sin ser goleadores, sin marcar el número de la camiseta en la memoria de los hinchas. Se van porque así es el fútbol. Sin no se van ellos, se irán otros. Los empresarios no apagan la máquina. A nadie le conviene que la apaguen. Bienvenidos al futuro, donde el fútbol se fabrica en serie.
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