Una mordaza simbólica de los jugadores alemanes, ministras luciendo el brazalete arcoíris en el palco, amenaza de acciones judiciales: en pleno Mundial-2022, la FIFA hace frente a una rebelión de un puñado de federaciones europeas, en una nueva etapa de la politización del deporte.
La Europa del Norte, minoría combativa
Escrutando las posturas de sus 211 federaciones miembro, en particular de las 32 selecciones participantes en el Mundial-2022, la instancia del fútbol podría pensar que iba a pasar un torneo libre de sustos: la mayoría de ellas no expresaba ninguna crítica pública contra Catar ni le reprochaba la criminalización de las relaciones homosexuales.
El presidente de la FIFA Gianni Infantino, muy vehemente el sábado para señalar a los "predicadores de lecciones" occidentales, no se expone a grandes riesgos: se dirige hacia una reelección para un tercer mandato el próximo marzo, cuando será el único candidato en liza, con un sistema en el que cada federación dispone de un voto, se trate de Alemania o de Trinidad y Tobago.
Sin embargo, a la organización con sede en Zúrich, interpelada a diario sobre el caso, le cuesta justificar la coherencia entre "la inclusividad" de la que presume y el rechazo a permitir que los capitanes de siete selecciones europeas (Alemania, Dinamarca, Inglaterra, Bélgica, Países Bajos, Gales, Suiza) puedan lucir el brazalete antihomofobia 'One Love'.
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Amenazas 'sotto voce'
Las federaciones afectadas han lamentado la decisión, pero es sobre todo la forma lo que las ha enervado: solicitada desde hace meses para autorizar o no ese brazalete colorado, la FIFA no dio ninguna respuesta clara antes del torneo.
Por correo, su presidente Gianni Infantino propagó un mensaje difuso, exhortando a las 32 participantes en el Mundial a "concentrarse en el fútbol", sin dejar que el deporte rey "sea arrastrado en cada batalla ideológica y política".
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Y hubo que esperar al lunes para que las siete federaciones que deseaban lucir el brazalete tirasen finalmente la toalla: revelando haber sido amenazadas con sanciones deportivas nunca hechas públicas, quisieron evitar ese riesgo a sus equipos.
Sin embargo los dirigentes y jugadores de los países aludidos, además de sus convicciones personales, se topan con "una presión social que les lleva a mostrar su conformidad con las corrientes de los tiempos actuales", estima Pim Verschuuren, especialista de geopolítica del deporte en la universidad de Rennes II.
Cada cual su símbolo
No extraña pues la variedad de respuestas adoptadas desde el lunes, la más espectacular la de los jugadores alemanes el miércoles, que se taparon la boca con la mano en la tradicional foto de equipo antes de su partido contra Japón (triunfo asiático luego por 2-1).
"Con las redes sociales, tenemos una instanteneidad del gesto político. En unos minutos, el de los alemanes fue visto por varios millones de personas", observa Pim Verschuuren.
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Ninguna otra selección les ha imitado, aunque los galeses desplegaron una bandera arcoíris el miércoles en su campo base de Doha, y sus aficionados portaron el lunes gorros multicolores durante el partido Gales-Estados Unidos, confiscados en ciertos casos por la seguridad del estadio.
En la vertiente política, la ministra alemana de Interior, y después la ministra belga de Asuntos Exteriores lucieron el brazalete 'One Love' en el palco presidencial el miércoles.
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¿Hacia un procedimiento judicial?
Para la FIFA, la amenaza más seria se prepara sin embargo entre bastidores: la Federación Alemana de Fútbol (DFB) indicó el martes que prepara un recurso contra la prohibición de brazaletes ante el Tribunal Arbitral del Deporte, una iniciativa contemplada por su homóloga inglesa y seguida con atención por los otros países.
Pero lo que está en juego va más allá del brazalete, e incluso del fútbol: el debate afecta a la libertad de expresión de los deportistas, tradicionalmente muy restringida sobre el terreno de juego, pero cada vez más reivindicada postrando una rodilla en tierra o con gestos y declaraciones de los deportistas.
Y todas las instancias deportivas saben de lo arriesgado de esta vía: "No son los organismos los que escriben las normas, son las asociaciones mundiales, que deben gestionar enormes diferencias religiosas, sociales y políticas. Hasta ahí, el apoliticismo fue su mejor argumento para vender las competiciones", indica Pim Verschuuren.