Sí, “pararse duro” es una expresión de las barras cuando deciden encarar a la barra rival y ellos o se “paran duro” o corren. La verdad no creo que nadie lleve una estadística de cuantas veces una barra u otra se paró duro o corrió. No se sabe cuál es, en promedio, la más veloz o la más lenta.
No se sabe en qué proporción corren a norte o sur o cuántos corren o se paran duro por momento, no, las únicas cifras que se llevan son las de las pérdidas materiales, la cantidad de fechas jugadas a puerta o tribuna cerrada. Obvio, lo que es más triste, también se lleva (espero al menos) de cuántos heridos, lesionado y muertos quedan por correr o “pararse duro”.
La fiesta del fútbol, para mí, es de lo más bello que puedo vivir. Antes lo hacía en familia, papá por salud decidió no ir con mi hermano y conmigo a la cancha nunca más. Disfrutás del partido, de las jugadas, la emoción (cuando al Cali se le da la gana de darla) y vibras con todo el resto de la familia verdiblanca, esa que se llena de hermanos, tíos, sobrinos y primos cada domingo. La mía es verdiblanca, la tuya puede ser roja, azul, rojiblanca, verde, amarilla… es familia.
Dentro de la fiesta te acostumbraste, será unos 25 años para acá a ver a parte de la hinchada saltar, cantar todo el partido y alentar a su estilo. Copiaron mucho de los argentinos y algo de los ingleses, la educación no tanto, pero sí el deseo de armar un carnaval y vivir el fútbol con una pasión diferente. Se arman de instrumentos, trapos y gargantas. Hacen la fiesta, ponen el estadio a cantar al punto de que sabés que el partido no tiene futuro cuando no los escuchás.
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Son en esencia hinchas, hay que reconocerlos como tal desde el comienzo porque conozco a varios que van y se ubican en sur, entre ellos sin ser nada diferente a un enamorado del Deportivo Cali.
Tristemente todo se desvirtuó. Las barras de a poco y sin ningún control posible, ni por sus líderes o sus legiones, vieron como la tribuna se les fue llenando de personas (aunque su conducta sea de animales) que les interesa cualquier cosa menos el aliento, se llenaron de vándalos, narcotraficantes y delincuentes de todo nivel desde ladrones hasta asesinos. ¿Cómo sacarlos si ni siquiera sabés quiénes son? Son, para todos: los barras.
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Los equipos saben de la importancia de los hinchas en la tribuna y también saben de lo que puede ocasionar no manejar como es debido a las barras. La Dimayor, entre todas sus ideas, propuso reglamentar la pérdida de puntos e incluso la categoría a aquellos equipos cuyos delincuentes disfrazados de hinchas causaran desorden o alteraran el normal funcionamiento de un partido.
Buena idea, sí, pero ¿quién la regula? ¿Dimayor? Ahí muere todo porque los intereses para que “X” o “Y” equipo pierda para favorecer a otros juegan de local y, aunque recientemente no se ha vuelto a ver, a Dimayor le cuesta mucho aplicar el reglamento con equidad porque el juicio de cada norma es de interpretación, apelable e incluso ignorable en medio de investigaciones que no concluyen nada.
La solución, para mí, no es cerrar las puertas o castigar a los profesionales y los hinchas de verdad afectando su trabajo por lo que hagan un puñado de malandrines que, acá pensando mal, pueden incluso ni ser del equipo del que visten la camiseta pero si de quien los podría obligar, por unos centavos, a actuar en contra de otros.
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Hacen falta leyes, no de Dimayor sino de Policía que permita individualizar a estas personas y que así, sin el poder de la masa, respondan individualmente y penalmente por las estupideces que hacen, los daños y, obvio, las víctimas.
Es hora de voltear la tortilla y que muchos no seamos los que pagamos por los actos de unos pocos, a esos pocos, identificados e individualizados, deben hacerles pagar por todo.
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El último clásico de Cali entre Deportivo Cali y América terminó en trifulca, es más, había estado en trifulca desde la tarde. Los directivos del Cali, tengo entendido, pidieron aplazar el juego no solo por la falta de seguridad en las calles debido a que los agentes de la ley estarían ocupados en otras cosas como la marcha indígena y el paro de maestros, sino que también pidieron no jugar el encuentro por los hechos de violencia de la tarde del miércoles en donde criminales vestidos de hinchas ultimaron a un seguidor e hirieron a otro. La respuesta fue negativa.
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El fútbol es el espejo de la sociedad, dicen, y en Cali aplica perfectamente. Hace rato los índices de violencia y delincuencia han aumentado mostrando que el respeto por la autoridad es cada vez menor. Eso debió tenerse en cuenta.
“Terror en el Pascual”, “Clásico del terror” titularon los medios, obvio, la sangre y las lágrimas venden más que el sudor, se sabe. Y, sin ánimo de justificar a nadie ni excusar la conducta de ninguno de los implicados, es más, no me interesa analizar si fue porque los unos entraron a la tribuna de los otros o por si la Policía no abrió la puerta o si es que falló la logística, no, acá debemos, paradójicamente en su jerga, pararnos duro y no permitir hechos así nunca más.
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En el clásico fallamos todos. La organización, la logística, el hincha del común (incluso algunos periodistas) que aplaude a la barra, el barra que no entiende nada del respeto por la vida humana y aquellos ilusos que creímos en un pacto entre hinchadas. Ilusos, si, como los líderes del Barón Rojo americano y Frente Radical Verdiblanco caleño que todavía creen que controlan hinchas cuando lo que tienen, infiltrados o recibidos, son delincuentes.
Me gusta la fiesta del fútbol y considero que el espectáculo de las hinchadas en las populares le agrega sazón, pero varios de los actos de sus barras son indefendibles y por ello deben terminar.
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Vienen sanciones, claramente y sin duda merecidas. Pagará el local por ese reglamento de Dimayor que castiga, así sea con justicia, al menos vivo, al que no supo pararse duro.
Y, por cierto, Deportivo Cali ganó con gol de Sabbag en un partido con un árbitro equivocado de cabo a rabo. Con la victoria los de Héctor Cárdenas pasamos primeros en nuestro grupo, pero eso, entre heridos y daños es difícil celebrarlo.
Nos vemos en el Estadio, nos leemos por acá.