Hace algunos años tuve una charla extensa con el árbitro Wílmar Roldán. Me contó sobre la primera vez que le pagaron por pitar. Tendría unos 11 años y le dieron dos mil pesos en monedas de la época (1991) por dirigir un juego infantil. Corrió detrás de las jugadas con el dinero en el bolsillo todo el partido.
Por ese entonces me pareció una anécdota divertida, pero hoy lo veo como el reflejo de un oficio que en Colombia aún no es ni profesional, ni bien pago, ni organizado, ni seguro…
Este domingo, en la fecha 19 de la Liga Águila, Roldán dirigió el compromiso entre Jaguares y Alianza Petrolera. Le pagaron como hace casi 30 años, como le pagan a todos sus colegas en pleno siglo XXl. Debió salir del estadio de Montería con $1;700.000 en efectivo, menos los descuentos de ley que constan en el contrato por prestación de servicios que firman todos los árbitros partido a partido con el equipo que oficia de local. Para sus asistentes fueron $850.000, también menos los descuentos. En la B, las cifras son la mitad.
No es sólo la situación del antioqueño, sino la de todos los réferis de nuestro país. Cuando terminan de trabajar tienen que abandonar los escenarios con la presión de las barras inconformes, con el acoso de los ladrones y con la protección de la Policía, que los escolta hasta el aeropuerto cuando es el caso.
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Si Roldán se equivocó este domingo, corre el riesgo de quedarse sin trabajo durante algún tiempo. No lo vuelven a designar. No vuelve a cobrar. Es el caso de todos, inclusive los otros que también hacen parte del listado Fifa: Andrés Rojas, Gustavo Murillo, Hárold Perilla, Wilson Lamouroux, Luis Sánchez o Juan Pontón.
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En Colombia los árbitros no son profesionales, pese a que se les exige como si lo fueran. Tampoco están agremiados. Una cosa es pitar en el fútbol profesional y otra muy diferente es ser árbitro profesional. Entre ellos se organizan para mantenerse en forma física. Cada uno se rebusca con médicos, nutricionistas o expertos de la salud que los guían en los entrenamientos, que les valoran las lesiones y que los ayudan a recuperarse. Los gastos los cubren ellos.
Los señores de negro son eso: la cara oscura de nuestro fútbol colombiano. Se equivocan, muchas veces, por la trampa de los jugadores, por la falta de capacitación, por el escaso acompañamiento. Una mala tarde de un futbolista queda en el olvido o tiene revancha el próximo fin de semana: A ellos, les cuesta el salario, la carrera, la comida de su familia.
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