“Esto me motiva más”, dijo increíblemente el jugador, después de recuperar un poco el aliento. Horas antes, el crack colombiano había sido amenazado. Le habían apoyado un arma en su pierna derecha como deleznable mecanismo de presión, para que demostrara en la cancha su verdadero talento. Salido de Antioquia, una región colombiana relacionada aún en el exterior con el narcotráfico y la violencia, Giovanni Moreno sintió en carne propia el miedo, el temor a las balas. El hecho sucedió en días en los que se vive con exagerada pasión el fútbol y en los que algunos se precian de ser hinchas para servir de delincuentes. Lo triste es que hay quienes se atreven a criticar a “Gio” por la respuesta que dio a la pesadilla que nunca soñó. Pero para todos aquellos que no comparten su prudencia, sepan que lo que él hizo es digno del mínimo respeto: calló antes de contestar con la cabeza energúmena, se mostró humilde ante la prensa, fue hasta conciliador con sus agresores y aseguró que todo este infierno podría acabar con una simple disculpa. Agregó que, con paciencia, esto se iba a olvidar en poco tiempo, que él quería a Racing y que no se quería ir por la puerta de atrás. En pocas palabras, no sirvió de gasolina al fuego. Ahora, la verdad es que “Gio” debe marcharse del equipo de Avellaneda y no por el poco fútbol que allí ha mostrado, lo cual también sería suficiente razón. La realidad dista de tanto romanticismo y el fútbol no es para morir ni para tener temor. Racing es su trabajo, pero no la verdadera familia. El mediocampista piensa acertadamente en la seguridad de su hijo, de quienes lo rodean, y así debe ser. La vida va allende de un balón, más cuando apenas se tienen 25 años. Cualquier decisión que tome Giovanni Moreno en ese sentido es acertada porque es humana ante todo. Juzgar su reacción es propio de los soberbios. Lo demás es lo de siempre. La maldita violencia, las malditas barras bravas que empañan cada vez más este deporte y manchan con sangre a los aficionados. Ya no falta casi nada para llegar a lo peor en Argentina, en Colombia, en varios rincones del mundo. Se sufrió la tragedia en Egipto y se padecen las amenazas constantes de los hinchas a los futbolistas. Se lamentan los secuestros, las extorsiones, la corrupción del mercado... Esto hace rato se salió de las manos. El presidente de Racing, Gastón Cogorno, afirmó, por ejemplo, que el club irá "hasta las últimas consecuencias" para que no vuelva a suceder un hecho parecido al que aquejó “Gio”. "Hay que aplicar la ley con rigurosidad", aseveró por su parte Sergio Marchi, titular del gremio de futbolistas en Argentina. Eso es pura palabrería, un simple contentillo para los que siempre esperamos cambios reales en el fútbol local y en el que está a kilómetros de distancia. Será imposible cumplir la premisa de la paz cuando la gente que maneja el balompié le ha entregado tanto poder a las susodichas barras sin ninguna clase de control y sin medir las consecuencias. Desde luego, hace falta la denuncia, la verdadera persecución a los violentos. No ceder ante las amenazas. Giovanni Moreno tal vez debió hacer lo primero y, en caso dado, con convicción. Pero lo último que deberíamos hacer es criticarlo en plenos momentos de dificultad. Sabemos que el colombiano también está armado, pero de talento, y que una pistola en la pierna nunca lo impulsará a jugar mejor. En Twitter: @javieraborda
Actualizado: enero 25, 2017 02:44 p. m.