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Algunos apuntes sobre "nuestro" Mundial y el regionalismo

La lechona en El Campín está a $10.000 por culpa del Mundial. Puede que a usted esto no le afecte y no le importe, pero cuando comer es tan importante, como para mi, que considero como algo sagrado el palito de queso del Nemesio Camacho desde que tengo 13 años, la cosa duele. Además, es escandaloso el precio de las chucherías (lo que mi mamá llama "para picar" y una ex novia "snacks"), y he recibido muchísimas quejas de dolor "patrioticobarista" porque en Colombia, la tierra del café, de un momento a otro uno ya uno no consigue tinto en los estadios: está prohibido, así como están prohibidas todas las cosas que no sean parte de la organización. Si quiere tomar algo, ojalá le gusta la Coca Cola (patrocionador oficial). El que va a un partido del Mundial se encuentra con que el torneo es nuestro sólo en las tribunas y en la gente que las adorna. De resto, es un evento Fifa en todo el sentido del término: desde tomar únicamente "la chispa de la vida" (no vaya a ser tan descachado de buscar una Colombiana: el Mundial es Coke), hasta un exceso de higiene en los productos que suelen acompañar la fiesta del fútbol en Colombia, que parece extraña. Porque la lechona no sólo está a $10.000, ahora se ve tan "limpia" que ni ganas dan de pedirla. Por supuesto, los sobrecostos son explicados por la organización precisamente con eso: unas papitas en paquete transparente, sin marca alguna (como la lechona), que cuestan fuera del estadio más o menos $700, en el templo mundialista tienen un sobrecosto del 900% ya que, según me contaron, "superaron todos los requerimientos de higiene". Mejor dicho, las papas fritas sabor natural que te comas en el estadio, amigo mío, van a ser las más saludables del planeta. Y va uno a ver y... En fin, estos detalles hacen parte de la misma organización del evento que, por supuesto, sin patrocinadores no sería lo mismo. Hablo de la bandera de Coca Cola que fue tal vez lo único que nos recordó que había Mundial en Colombia desde meses antes del torneo, de las promociones de Visa que dieron descuento en la preventa con esa tarjeta y ahora están sorteando boletas entre los tarjetahbientes que realicen compras superiores a los $50.000, o de las entradas que están regalando Hyundai y Kia (recordemos que la Fifa tiene seis socios estratégicos: Emirates, Sony, Adidas y las otras tres empresas mencionadas en este párrafo). Digamos que el tener el Mundial en Colombia tiene un precio, y no sólo se trata de los más de $200.000 millones que pagamos todos de nuestro bolsillo para responderle a la Fifa en infraestructura, sino que con pequeños detalles como las papitas o la lechona sabemos qué es hacer parte del "sistema mundo de la Fifa", y eso está bien: por algo a la Selección ahora la viste la marca de las tres rayas y en estos días hemos dejado de tener la presencia constante de Cerveza Águila junto a la tricolor. Sin embargo, hay algo que ha avanzado de la mano de este Mundial que me parece totalmente negativo: extrañamente el evento más importante en la historia de Colombia, el que debería cumplir la función de unirnos y fortalecernos más como nación, está causando que las cicatrices históricas del regionalismo vuelvan a picar. Y con sarna. Todo comenzó con preguntas incluso lógicas: que por qué esas ocho sedes y no se tuvo en cuenta a Bucaramanga, a Cúcuta o a cualquier otra ciudad que no clasificó en la decisión final, o esa que se cuestionaba por qué la inauguración en Barranquilla si la Selección no iba a jugar ahí. Pero apenas empezó el Mundial la cosa se puso fea: la inauguración, un desastre televisivo si me lo preguntan y un espectáculo carnavalesco que de cierta forma reflejó lo que somos para bien y para mal, fue seguida de una batalla campal de señalamientos desde el Caribe hacia el interior y viceversa. Muchos cachacos, paisas, vallecaucanos, santandereanos y demás no criticaron a la inauguración per sé, sino que señalaron que el fracaso de la misma fue culpa de que se hiciera en Barranquilla. A la vez, desde esta ciudad pasaron a lo que se podría llamar como una "defensa agresiva" y empezaron a acusar al resto del país de xenófobo (con razón, aunque irónicamente, pues estaban haciendo lo mismo). Todo, claro está, adornado con los peores insultos. Luego vino el oso de Bogotá, con la inundación del sector de prensa y la demostración de que la cancha no estaba lista para las condiciones climatológicas de la capital (o bueno, a lo mejor para las de la capital de Perú, donde nunca llueve), y los bogotanos hicieron lo mismo que los costeños: comenzaron a defenderse a punta de insultos, asumiendo que la crítica normal contra una situación así (porque no hay derecho a que pase eso en un estadio al que se le ha invertido tanto y que va a ser sede de la final de un Mundial), como si fuera un ataque directo contra ellos. Estar en las redes sociales en estos días de Mundial ha sido una tortura, un corolario permanente de insultos de los habitantes de una región contra los otros, vanagloriándose unos, criticando otros, asumiendo señalamientos que nadie a hecho algunos más... ¡y ni siquiera llevamos una semana de torneo! El Mundial despertó esa latente bestia regionalista e ignorante que todos los colombianos llevamos dentro y pareciera que ese torneo, "nuestro Mundial", sólo se refiere a la primera persona del plural cuando es algo bueno para nuestra región: como si la inauguración fuera sólo barranquillera y no colombiana, o como si la inundación del Campín o los retrasos en las obras del Pascual Guerrero no afectaran también la imagen de Medellín y de Cartagena. Vivimos en un país de chovinismo elevado a la máxima potencia. Todavía creemos que el de Colombia es "el segundo himno nacional más lindo del mundo" (¿cuál es el primero, quién hizo el ranking, de dónde salió eso?), que "el mejor español del mundo se habla en Colombia" (cosa que refuta totalmente cualquier película de Víctor Gaviria o mamarse cinco minutos de ese tipo que se hace llamar Suso), que este país es grande porque Shakira sale en revistas internacionales y que todo el planeta está pendiente de lo que pasa acá y lo mira con atención y/o envidia. Lo peor es que, a la vez, cada una de las regiones cree que esa Colombia gloriosa que nos hemos inventado históricamente (y que es una tremenda mentira) corresponde sólo a su terruño. Como si las que quedaran mal frente a esa mirada internacional que tanto nos importa fueran Cali, Barranquilla, Medellín, Pereira, Bogotá o Choachí, y no toda Colombia. Después de que los aficionados presentes en El Campín se lanzaran al terreno de juego para abrazar a James Rodríguez en un gesto tan emotivo como desafortunado, producido por su gol frente a Malí, escribí en Twitter que aún no teníamos la cultura para vivir el fútbol sin mallas. Inmediatamente me replicaron de todas las regiones del país diciendo que "eso en Medellín no pasa", "eso es impensable Pereira", "eso en Armenia, ¡jamás!", etc.  ¿Cuándo entederemos que este Mundial no se trata de qué ciudad es más "del putas" sino que los que quedamos bien o mal somos todos? Pero bueno, asumo que por eso también es "nuestro" Mundial: porque la lechona cuesta $10.000, toca tomar Coca Cola y sólo importa lo que pase en la ciudad de cada uno. Lo de los otros, pareciera, no es Colombia... Sígame en Twitter: http://twitter.com/PinoCalad

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