La catarsis sucedió por culpa de un periodista argentino que recordó la relación que tuvo Atlético Nacional con Pablo Escobar. El narcoasesino, “muerto desde 1993, ya no ‘juega’, claro. Pero su nombre marca la historia del rival de River esta noche en la final de la Sudamericana”, se atrevió a escribir el comunicador calvo y de anteojos. La frase dolió. Y mucho. Dolió y ofendió porque Colombia cruzaba tiempos de proceso de paz, de reconciliación, y porque había decidido dejar atrás, por fin, sus relaciones con el dinero mal habido. Las palabras del periodista Ezequiel Fernández Moores fueron una cachetada al ego y al sueño de un nuevo país. Fue así como, en una inusitada reacción, hinchas de Millonarios, Santa Fe, América, Cali, Junior y Medellín, entre muchos otros, salieron a defender a Nacional. ¡Esta vez, Nacional es Colombia! ¡Nacional ganará la Copa Sudamericana! ¡Vamos, Rey de Copas! Frases de ese tipo proliferaron en Twitter, en Facebook, en cadenas radiales deportivas a las que llegaron miles de mensajes de apoyo. Los noticieros de TV y la prensa escrita recogieron el sentir del pueblo en titulares y portadas. Se vieron aficionados que vestían, por ejemplo, la camiseta azul de Millos y ondeaban al mismo tiempo, con orgullo, la bandera verde. Una locura. La ola empezó a crecer sin medida. Moores, sorprendido, vio a la distancia, sentado frente a su computador portátil, la reacción que había traído su texto y se preocupó. Pensó incluso que lo podían mandar a matar, como si fueran los años ochenta o noventa, cuando el Cartel de Medellín y la coca decidían en Colombia quién vivía y quién no. Entonces se resguardó. “¡Soy un boludo de las mil putas. Puta que me parió!”, exclamó. El correo del periodista, al igual que las redes sociales, se llenó de escritos e improperios. Y, obvio, de amenazas. En Argentina hubo molestia ante la situación, desde luego, pero los hinchas de Boca no se ofrecieron a su archirrival sino a favor de Nacional. Miles de colombianos, no solo seguidores de Nacional, se pintaron, en cambio, aquel miércoles 10 de diciembre, de verde. La final de la Copa Sudamericana 2014 unió a Bogotá, Barranquilla, Cali y demás por un fin. Una victoria “nacional”. La gente salió con banderas, gorros y afiches del equipo antioqueño a las calles, a los trabajos. Fue un día excepcional. Colombia dejó de ser varios países por primera vez en su historia. Mientras tanto, mientras llegaba la hora del partido, a Moores le aumentaba el pulso cardiaco. Recordó el asesinato de Andrés Escobar, algo sobre lo que también había escrito alguna vez. “Tengo que parar esto”, pensó para sí. Y maldijo, airado, al brasileño Josef de Souza, el jugador de Sao Paulo que había dicho de Nacional, en la semifinal de la misma Copa, que era " un buen equipo, que tiene grandes cualidades y sabemos que tiene buenos jugadores, como Pablo Escobar y otros". “Soy un idiota. ¡Inspirarme en semejante pelotudo para mi columna!”, se recriminó otra vez Moores. “Tengo que llamar a Bogotá”, avisó. Y antes de eso se puso a escribir, otra vez. “Estimados lectores colombianos, aficionados o no de Atlético Nacional: No suelo escribir aclaraciones sobre mis artículos, a menos que haya cometido algún error que deba rectificar. Lo haré ahora (…) Algunos aficionados colombianos se enojan por el recuerdo sobre el pasado difícil de Nacional. Lo entiendo, pero supongo que seguiré haciendo lo mismo que hago hace ya más de treintaicinco años. Y, a través de una mirada siempre crítica y honesta sobre el poder. No soy objetivo. Me resulta imposible. “Objetividad –escribió alguna vez Heinz von Foerster- es el delirio de un sujeto que piensa que observar se puede hacer sin él”. Pero ya era demasiado tarde. Moores logró que un diario de circulación nacional le publicara su disimulada disculpa, aunque sin efectos. Edwin Cardona, la joya de Atlético Nacional, se había contagiado de la emoción popular y se había anticipado: “Disparos los de Pablo Escobar y los que le vamos a hacer a Barovero en el Monumental”. Juan Carlos Osorio, técnico del cuadro antioqueño, se mostró más calmado, pero ante decenas de periodistas en el estadio Monumental comentó: “Hoy no juega Nacional. Juega Colombia. Representamos a 48 millones de colombianos. Y nosotros no somos ni asesinos ni narcotraficantes”. A las siete de la noche, hora de la final, el estadio de River era poco menos que una olla a presión. También lo eran Medellín y las demás ciudades de Colombia. “Vamos mi verde, que esta noche tenemos que ganar”, coreaba un joven pintado de verde en sus mejillas y que vestía un saco de Santa Fe para protegerse del frío en la capital. Cientos de miles de personas se alistaron a ver la final en pantallas gigantes dispuestas por alcaldías y gobernaciones. El Atanasio Girardot abrió sus puertas. El partido se transmitió a toda la Nación. Toda Colombia se hizo por un día hincha de Nacional. Moores encendió el televisor justo a la hora del pitazo inicial. No quiso ir al Monumental para evitarse problemas. “Ojalá gane Nacional”, pidió, casi con miedo. Sin embargo, sabía también que la final la pitaba un juez uruguayo, Darío Ubriaco. Lo lamentó temblando, porque sabía de la cercanía que representa el río de La Plata, una amistad para definir títulos. “Si esta final la pierde Nacional por un error arbitral, me van a matar”, dijo, como si fuera justo pagar por los errores ajenos. Luego volteó su mirada al portátil y releyó en su mente las amenazas que le habían llegado por culpa de un texto arrepentido. El partido fue durísimo, encarnizado. No hubo goles, pero sí tres expulsados. Henríquez, de Nacional, y Teófilo Gutiérrez, de River, por una agresión mutua en un tiro de esquina. Una pelea entre dos colombianos como triste ironía. Además, vio la roja el técnico Osorio, quien entró a la cancha y pateó y puteó a Ubriaco porque no quiso pitar, una infracción gigantesca de Leonardo Pisculichi sobre Berrio a tres minutos del final del extratiempo. En los tiros penalti sucedió lo que tanto temía Moores. Franco Armani tapó dos cobros y el juez, puerco, los hizo repetir porque asimiló que el portero se había adelantado. Cavenagui y Sánchez aprovecharon su segunda oportunidad y marcaron. Descontrolado, enojado, Alejandro Bernal falló el décimo penalti al mandar el balón por las nubes. Un gol para cada equipo en dos partidos. 5-4 para River en la última definición. Adiós Copa para Colombia. En cancha de River un monstruo celebró en las tribunas tras el fallo de Bernal. Varios jugadores de Nacional no aceptaron la derrota y pelearon contra su rival y la terna arbitral. Estaba heridos en su orgullo. Hubo batahola, gresca, policía sobre la grama. En Colombia, se registró un silencio terrorífico mientras la escena del TV demostraba que lo que tanto quería el país aún no estaba entre todos nosotros. La gente se quitó los trapos verdes y volvió al otro día a las burlas y las ofensas contra el equipo perdedor. Se ensañaron contra el contrario si saber que la mofa era hacia ellos mismos. Moores tampoco quiso seguir viendo lo que pasaba y apagó el televisor. Poco después, alguien tocó a su puerta. Y no quiso abrir. Todavía tenía miedo. Seguir a @javieraborda
Actualizado: enero 25, 2017 02:46 p. m.