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El fútbol que nos merecemos

Ya se ha dicho con acierto que el fútbol es espejo de la sociedad. Y en Colombia, país lleno de desgracias y alegrías excepcionales, refleja muchas veces pobreza y carencia de valores. Fíjese usted no más en toda la plata que se ha perdido en los casos de corrupción destapados recientemente y en la histórica explotación laboral. No hay por qué extrañarse de que el fútbol nuestro sufra males parecidos. El balompié colombiano es pobre y ha esfumado sus fortunas en transferencias oscuras de jugadores, directivos despilfarradores y toda clase de abusos a los empleados y las instituciones. De nuevo, como en el caso de la lechuza, hay malgenio en el país por un acto ligado al fútbol. Hernando Ángel no pateó un animal, pero cambió su apellido por el de un demonio que mandó a unos adolescentes a jugar frente a Millonarios. El propósito del directivo, dueño de Boca Juniors, Centauros y Quindío, era no pagarle a la primera plantilla tres meses de sueldo. La posterior goleada 5-0 fue para él insignificante. No así para el cuadro de Armenia y su hinchada. Eso, sin embargo, es solo una gota en la gran piscina de carencias que nos ahoga. Un dineral (45 mil millones de pesos) pagó Postobón para ponerle su nombre al torneo y para ayudar un poco a los equipos. La mejoría ha sido nula. La plata se la han comido en no se sabe qué. El campeón Once Caldas está en la olla. América, con sus 13 relucientes estrellas en el escudo, debe 18.576 millones de pesos, según publicó El Tiempo. La pobreza en Colombia no se disimula. Está latente en todos sus ámbitos. Lo merecemos El fútbol colombiano va acorde con la historia que vivimos, una llena de contrastes. Hace poco, mientras expandilleros y exintegrantes de barras bravas jugaban durante doce horas un partido como ejemplo de convivencia en el sur de Bogotá, casi al mismo tiempo, en Ibagué, eran detenidas 50 personas que intentaban entrar con armas al juego entre Tolima y Millonarios. Pedir paz en el fútbol antes que en el país es casi un disparate. Tener a todos los equipos en buena situación económica en este medio adverso es un imposible. Hay aproximadamente tres millones de desempleados y ocho millones de subempleados en Colombia. El fútbol puede no ser tan especial para escapar de esta realidad. Los esfuerzos deben continuar sea como sea. Pero es necesario prestarle atención a las cosas de fondo. El caso sonoro hoy es el citado partido del Quindío y el portero de 16 años Jeison Lizalda, quien lloró tras la derrota en un acto, de verdad, conmovedor. Luego fue considerado “héroe”, descubrieron que cuenta 33 medios hermanos y que él tiene muchos sueños . Como todos. El circo puede seguir. Entonces continuaremos hablando de las abejas que interrumpieron el partido Huila-Santa Fe de la fecha 11, de la lechuza o del ataúd que entraron unos hinchas al estadio General Santander con el supuesto cadáver de un amante del Cúcuta. Si queremos, citaremos nimiedades, como que el técnico Arturo Boyacá dice que le cae mal a los periodistas porque no los invita a almorzar. Todo lo anterior es especial. De acuerdo. Le da un tinte muy colombiano, muy particular. Pero el fútbol es más que eso y actualmente está en muy poco. Es más, recorre otra vez un círculo vicioso que nos lleva a las mismas partes. A la pobreza, la corrupción y la violencia. Y solo de vez en cuando a triunfos desacostumbrados. Si quiere seguirme en Twitter: @javieraborda

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