El viernes en la noche, un día antes del partido con Millonarios, un grupo de inadaptados seguidores del América, representantes de “Disturbio Rojo”, llegó a la zona oriental de El Campin, cerca de la puerta de maratón. Procedió a pintar con proclamas agresivas y provocadoras, las paredes del escenario deportivo. En lugares estratégicos y visibles, situaron gallinas muertas y sus cabezas enhebradas, como actitud desafiante, con simbólicas señales de guerra.
El día del partido, el sábado en la noche, minutos antes del comienzo, un urgente mensaje de los lideres convocaba a los miembros de la mencionada barra, en la puerta sur oriental, para ingresar, boleta en mano, pese a que estaba prohibida su presencia. Actuó de inmediato la policía para alejarlos del estadio, evitando, de esta forma, conflictos posteriores.
Se supo que el propósito de los aficionados era instalar el caos durante el duelo futbolero, para propiciar una sanción al local, Millonarios, que a la postre ganó con legitimidad el partido.
Tiempo atrás, seguidores del Deportivo Cali ingresaron sin autorización al estadio Atanasio Girardot y se apoderaron de banderas y pancartas del Deportivo Independiente Medellín. Semanas después, hace ocho días, una refriega no vista en televisión, a punto estuvo de originar la suspensión del juego entre ambos rivales. Se argumento que era la venganza de los hinchas locales, por lo que en el ambiente se llama ultraje, insulto y declaración hostil, al robarse los “trapos” de las barras.
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Consciente del resurgimiento del delicado problema, la Dimayor anunció sanciones drásticas para los clubes, al punto de exponer, como medida de choque, el despojo de los puntos para el onceno cuyos aficionados tengan mal comportamiento en los escenarios.
El remedio peor que la enfermedad. Es la manera, quizás perversa, de premiar al violento y castigar al inocente, porque la mayoría de los seguidores tiene buena conducta en los estadios.
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Disfrazados o no, los “barras bravas”, minúsculos grupos que operan para imponer la anarquía, buscarán la forma de originar disturbios en las tribunas, para despojar de sus victorias a quienes las han conseguido por el camino de la lealtad competitiva.
Alguna vez un equipo, sancionado de esta manera, amenazó con retirarse del torneo y suspender el patrocinio de sus empresas a la Dimayor. El hecho quedo en veremos, por fortuna. Hoy no existe ese auspicio pero el club aludido, es el flamante y merecido campeón de América.
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