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“¿Qué hace uno para vivir cinco meses sin recibir un peso?”, le indagaron a Yonni Hinestroza en la revista Semana. Y la respuesta del jugador del Pereira fue muy triste. “Esa misma pregunta me la hago todos los días. Ayer no tuve plata para almorzar, muchas veces no tengo ni para el bus, y me ha tocado ir a varios entrenamientos sin comer. Esta semana un compañero se desmayó de hambre”. Hinestroza se refería al centrocampista Ronald Quintero, quien cayó de repente al piso durante un entrenamiento. No había comido, no tenía fuerza, no tenía como patear un balón como se merece. Eso mismo les pasa a muchos otros jugadores del fútbol colombiano. Y no sólo del Pereira o de equipos chicos. América, subcampeón de la Libertadores en cuatro oportunidades y otrora un gran conjunto de Sudamérica, alcanzó a durar ocho meses sin pagar sueldos y lleva ya varios años rozando la ruina. Ahora intenta salir del pozo y en eso trastabilla repetidamente. El fútbol no es un mal negocio, pero en Colombia está muy mal administrado y vigilado. Un equipo percibe ingresos por taquillas, premios por títulos o clasificaciones a torneos internacionales, publicidad, derechos de televisión y transferencias de jugadores. Es, como se ve, una actividad de puertas abiertas, de muchas entradas. No obstante, el actual torneo de primera división puede considerarse el peor de la historia nacional. El patrocinio se lo han devorado los directivos; lo que se ve en la cancha muchas veces es lento, aburrido; hay artimañas y abusos con los futbolistas y el nivel general no deja oportunidad de figurar en los campeonatos continentales. A todo esto se suman estadios desaliñados por la adecuación que se adelanta en los escenarios para albergar el Mundial juvenil el año próximo. Carlos González Puche, de Acolfutpro, dice sin sonrojarse que plata hay, pero que está muy mal distribuida. Si es así, parece todo lo contrario: no hay plata, los futbolistas aguantan hambre y siguen jugando porque no tienen otra alternativa. Irónicamente, uno de los que más devenga es Giovanni Hernández, del Junior. Tiene que ser el que más debe: cerca de 500 millones de pesos al fisco argentino. Un torneo de este talante, con tantas violaciones a la ley e irregularidades, debería suspenderse, aun cuando esto podría ser injusto para los pocos conjuntos que sí están en regla, como Nacional, Huila, La Equidad, Junior y Tolima. Pedir eso por el bien del fútbol es una quimera. Es más, sólo pasó con la tragedia, cuando mataron al árbitro Álvaro Ortega en 1989 y se canceló el campeonato. Jairo Clopatofsky, nuevo director de Coldeportes, órgano de control y vigilancia de la ley marco del deporte, llegó hace poco al cargo y aseguró que iba a intervenir el fútbol. Luego de una reunión con Luis Bedoya, titular de la Federación, y Ramón Jesurún, su par en la Dimayor, bajó el tono y cambió el discurso a uno más moderado, a uno que sirve para poco. Si las palabras son condescendientes, las acciones también lo serán. Por todo eso es que un jugador como Hinestroza lamenta a sus 26 años su camino por el fútbol. “Es muy duro vivir así, tan mal”, comenta. Y si bien Hinestroza mantiene vivo el deseo de jugar en un equipo grande, lo que sueña ahora es simplemente que le paguen por lo que hace. ¡Qué tristeza!