Marco Lazaga mide 1.80, estatura insuficiente para ser un voleibolista profesional, pero su manotazo frente a la red del Quindío, que definió el ascenso del Cúcuta al convertirse en gol sin que el flojísimo árbitro Ulises Arrieta dijera nada, mostró que tiene toda la vocación para ser también delantero de un equipo de voleibol. Eso y que es un tramposo más en un deporte de tramposos. Porque duele aceptarlo, pero si hay algo que le falta al fútbol es lo que románticamente llamamos "espíritu deportivo". En tenis ves que el jugador que le tira la pelota al cuerpo a su rival e inmediatamente ofrece disculpas y es censurado por todos, en rugby te puedes romper la crisma pero tras el partido los equipos se hacen pasillo y luego comparten un tercer tiempo para afianzar la camaradería, el escándalo del doping en el ciclismo dejó claro que ganar a cualquier precio no puede ser... pero en fútbol la trampa es el día a día. No se trata sólo de Lazaga, Diego Armando Maradona hizo la mano más famosa de todos los tiempos para anotarle a Inglaterra en México 86, Thierry Henry manoteó el balón que terminó en el gol que dejó a Irlanda sin Mundial, Torsten Frings impidió con su extremidad superior izquierda el gol de EEUU que a lo mejor habría eliminado a Alemania en Japón/Corea 2002, Schnellinger hizo lo mismo en un robo descarado de Alemania a Uruguay en Inglaterra 66... y no pasó nada, así como nada va a pasar con Lazaga, el Cúcuta y el Quindío. Porque eso es el fútbol: el deporte de los vivos que viven de los bobos (rivales, árbitros, aficionados, periodistas). Lo vemos seguido: cuando los futbolistas celebran goles que no son, cuando los delanteros hacen la 'gran Piojo Acuña' (léase: tirarse en plancha como si le hubiesen pegado un tiro en el área para que el árbitro pite penal), cuando al mejor jugador de un equipo sus rivales lo van moliendo a patadas sistemáticamente para 'neutralizarlo'... Lo más triste es que los hinchas lo permitimos. Bajo el lema de la 'malicia indígena' (¡qué imagen terrible la que tenemos de nuestros indígenas!) muchos aplauden a los piscineros, celebran a los matones que van directo a la rodilla del crack del rival, cantan los goles que no cruzaron totalmente la línea, gozan con las rojas injustas y las amarillas y penales inventados... En fin, el fútbol está justificando una forma de ver la vida en la que importa simplemente ganar, sin importar los medios y sin importar si se logra haciendo bien las cosas. Claro, hay excepciones. Miroslav Klose, por ejemplo, desperdició adrede un penal inexistente que sancionaron a favor del Werder Bremen y en el 2012 hizo un gol con la mano para Lazio, pero luego le dijo al árbitro que lo anulara. Era el 0-1 y Napoli terminó ganando 3-0. Pero de Lazaga a Klose hay mucho, y no sólo porque el alemán sea el máximo goleador en la historia de los Mundiales. Porque no sólo se trata del paraguayo, se trata básicamente del entorno. Si el delantero del Cúcuta hubiese hecho lo del atacante de Lazio, seguramente sus compañeros lo habrían recriminado, la hinchada lo habría puteado y más de un periodista lo habría tratado de pendejo porque así somos en Colombia: en la mayor herencia cultural del narcotráfico y el éxito fácil, el fin justifica los medios, no importa si por delante nos llevamos lo que sea. No importa si con una mano ganamos un partido. No ve que el vivo vive del bobo... En Twitter: @PinoCalad
Actualizado: enero 25, 2017 02:40 p. m.