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Los proxenetas de Falcao

Le dicen cuánto cuesta, cuánto debe ganar, dónde debe trabajar, le impiden hablar y se vuelven ricos a expensas de su trabajo. Miles de prostitutas en el mundo sufren hoy en día esas condiciones de trabajo, las cuales se adaptan en sus enunciados a la esclavitud mercantil a la que están amarrados los grandes futbolistas. Antes de ir a Mónaco, Falcao habló varias veces en los medios pero no podía decir nada de verdad. Estaba cohibido. Dos ideas fueron su escudo: ‘A mí me compró el Atlético de Madrid, sólo sé eso, después no sé nada más’ y ‘Ya llegará el momento de poder hablar’. Andrés Charria, el abogado que logró que María Luisa Calle recuperara su medalla olímpica,  sentenció con razón que nadie compra al deportista ni a la persona. Jamás. Falcao, como cualquier otro empleado, no es de nadie, ni de la empresa que le paga, por más que la ame. Si usted paga por sexo, paga por eso, no se queda con nada más. Es igual con quienes patean pelotas.  Un equipo de fútbol paga por servicios. Falcao ahora no es del Mónaco como Cristiano Ronaldo tampoco es del Real Madrid. Más allá de las minucias del lenguaje, la segunda frase citada por Falcao evidencia la reserva que necesita un negocio de tales proporciones económicas, pero también es típica de la censura que sufren los futbolistas. Incluso a pesar del desarrollo de las tecnologías.  Los futbolistas, libres en la cancha, son presos de los directivos, la publicidad y los empresarios. Estos últimos son los proxenetas que, vestidos con trajes elegantes, tienen una insaciable hambre de dinero. Explotan la mercancía. Véase no más a Neymar, la nueva joya de la élite patrocinada por Panasonic, Santander, Red Bull, Tenys Pé, Guaraná Antartica, Nike, Volkswagen, Lupo, Mentos, Claro, Unilever y Heliar. Los jugadores también ganan mucho dinero en esta zona de tolerancia. Obvio. Falcao, por ejemplo, recibirá 14 millones de euros por temporada en el Principado. Estará en el top de los de mejores ingresos en todo el planeta. No es poca cosa. “Cuando se trata de asegurar para siempre el futuro, todos lo pensamos mucho y tenemos derecho a elegir. Es imposible pedirle a alguien que rechace una fortuna como ésa. Que no viva una vida extraordinariamente cómoda y glamorosa como la que tendrá en Montecarlo”, apuntó Jorge Barraza. Cierto es. Falcao no tiene la culpa de que el fútbol sea así, un deporte apoderado por los caprichos de quienes saben de negocios y no tanto de técnica. Ya el debate entre si el goleador colombiano acertó al irse al Mónaco es coyuntural e intrascendente. La jugada ya se hizo. No la ejecutó el futbolista y puede resultar muy bien o en una catástrofe deportiva. Ese es el riesgo. Cualquiera quisiera ver ya a Falcao en un club más grande , triunfando, pero aquí se trata de dinero, de lo espurio y necesario. Pertinente en este momento la famosa frase de Gabriel García Márquez: “El sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le alcanza el amor”. La cita es pertinente porque el amor por la camiseta de fútbol es inferior a lo que ésta cuesta en una tienda deportiva. Pero al final de cuentas, ¿quién es uno para hablar de las decisiones ajenas? ¿Qué tiene de malo el Mónaco? Nada. ¿Los periodistas tenemos derecho de juzgar a quien se nos dé la gana al vaivén de nuestras percepciones? ¿Acaso lo tienen los hinchas? No. Muy diferente es opinar. Cuando nos empecinamos en sentenciar cuánto vale un jugador y dónde debe trabajar, nos acercamos a esos “chulos” que sobrevuelan buscando talentos para venderlos al mejor cliente. Twitter: Seguir a @javieraborda

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