La caída ante los campeones mundiales es una lástima. Se puede cuestionar con válidos argumentos de qué sirve jugar bien si se pierde, pero para nosotros, que buscamos un camino hace tiempo, este partido es un aliciente. Hubo amor por la camiseta, hubo pundonor. Las caídas así, aunque injustas, no duelen tanto. Son diferentes. Dejan, eso sí, un sinsabor que dura unos cuantos días, un sentimiento de frustración, un grito de gol atragantado en el cuerpo. Selecciones con jerarquía no pasan esto por alto. Hay que anotar, por Dios. Hay que castigar al rival, por favor. Resulta increíble seguir padeciendo este mal de la ineficacia. Se debe evitar la metástasis pronto a punta de psicólogos, entrenamientos y lo que sea necesario. No importa el personaje: Dayro, Rodallega, Ramos, Moreno, Armero, Falcao (lesionado en esta oportunidad) y demás están con los ojos tapados para convertir en el conjunto nacional. Por demás, resulta admirable tener un capitán como Yepes, quien jugó a diferencia de sus palabras y no disputó un “partido más” sino una final. Es gratificante su esfuerzo, su enjundia. A pesar de “jugar como nunca y perder como siempre”, hay un colofón prometedor en esta historia. Queda demostrado que Colombia puede luchar por un lugar digno en Suramérica. Será así si se lo propone, si la mentalidad de los jugadores (y de los que mandan) no cambia para jugar contra equipos como España o contra otros de menor voltaje. La confianza renace. No dejar marchitar esa pequeña flor será la tarea de “Bolillo” y Leonel de ahora en adelante. Su proceso debe producir cosecha en la Copa América. Después, empezará el trabajo real para conseguir la llave que abre la puerta al Mundial y que nosotros extraviamos hace años. Perder un amistoso no es trágico. Lo será no clasificar a Brasil 2014. En Twitter: @javieraborda
Actualizado: enero 25, 2017 02:42 p. m.