Millonarios juega mal. Desde los micrófonos el entrenador Miguel Ángel Russo profetiza un futuro mejor, sin percatarse del presente deplorable, de un equipo sin alma y sin fútbol.
Cero autocrítica y una extrema valoración de sus rivales, “mentiras de vestuario” que llaman, para justificar sus 'patinazos'.
Andrés Cadavid siempre destacado, por riñones, por testículos, por corazón. Su fútbol es rústico, tantas veces violento, intimidante, sin técnica.
Como sin técnica es el equipo en general. Pero su foco de atención ha desaparecido y gruesos son sus errores defensivos.
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La tónica imperante es correr por correr, tragar kilómetros sin talento y sin ideas.
Por fortuna esta Wuilker Faríñez, juvenil estrella en crecimiento. Un portero sitiado en su portería, sacudida por furiosas embestidas que logra con sus reflejos contener.
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El venezolano salva puntos y partidos, como guardián de un equipo incapaz de jugar con la pelota o sin ella.
En estos días, cuando las notas necrológicas despedían a Carlos Ángel López, el verdadero último talento que hace tantos años vistió la casaca azul, dejando grata huella, las nostalgias acudían a la memoria de los aficionados más apasionados. Aquellos tiempos, los de antes, fueron distintos.
Volviendo al presente, cuando el portero es siempre la figura, algo no encaja en el funcionamiento colectivo del equipo y en el módulo de juego elegido.
Es con hechos, no con frases rebuscadas, que se convence a la afición. Las disculpas públicas por el bajo rendimiento, resultan tan vacías y repetidas como el fútbol que el equipo practica.
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Con la nómina existente en Millonarios, mejor se puede jugar. De paso los malos resultados comprometen seriamente su clasificación.