Hay muchas lágrimas en la memoria. Las de Maradona, por ejemplo, lamentando la derrota en la final del Mundial de Italia. Las de Ronaldo, por sus dolorosas lesiones. Está el llanto salido de las entrañas de Samuel Kuffour en aquella increíble derrota de Bayern Munich ante Manchester por el título de la Champions… La lista podría ser interminable. Cada quien se acuerda de sus penas, propias o ajenas, y a mí me llega también mientras escribo esto el llanto de John Terry en la eliminación de Inglaterra en Alemania 2006 y, rápidamente, el de varios paraguayos tras el gol de oro sufrido en Francia ’98. A los colombianos nos pasa lo mismo. No somos más fuertes. Lo primero, que finalmente es una salvedad, es toda la tristeza que se derramó con la muerte de Andrés Escobar. Mucho después recuerdo a Jorge Luis Pinto sollozando en rueda de prensa cuando lo nombraron DT de la selección. Luego, el mismo Pinto hablando entrecortado, ofendido, en una entrevista radial en la que contaba su pelea con Carlos Antonio Vélez, ya cuando estaba por fuera del equipo nacional. Lo cierto es que si de lágrimas hablamos en Colombia un buen lugar lo tiene Eduardo Lara y, ahora, pasará al recuerdo la expresión natural de Luis Amaranto Perea tras el histórico triunfo de Colombia sobre Bolivia en La Paz, en el primer juego rumbo al Mundial de Brasil 2014. Aquel jugador que después de vender helados en las afueras del estadio Atanasio Girardot logró llegar al Independiente Medellín, pasar a Boca Juniors y fichar para el Atlético de Madrid, demostró que cualquier triunfo es excepcional si se logra con el corazón. El defensor, convertido en capitán esta vez por la lesión de Yepes, no pudo culminar una entrevista tan pronto terminó el partido. Estaba emocionado, bajó la cabeza y tuvo que hacer un alto para tomar el oxígeno que falta en Bolivia. Lloró en un gesto de grandeza y no de debilidad. Fue un momento sublime para una selección que acumula varios fracasos consecutivos y que muchas veces carece de sentimiento. Las lágrimas de Perea simbolizan un buen comienzo para Colombia, significan entrega total por la camiseta, además de ambición por la victoria. Lo demás podría ser hasta anecdótico. Colombia le ganó al peor equipo de los nueve en disputa, desperdició muchísimas opciones de anotar e, increíblemente, pudo perder un partido que debió golear. Aun así, el triunfo vale un aplauso sonoro, merecido. Fue en La Paz, lo que agiganta el mérito. El triunfo ilusiona de nuevo al hincha y le regresa la esperanza. Fue un paso nada más, valorado porque se dio con confianza en el técnico, con respuesta de los jugadores y apoyo del público. Tal vez si las cosas siguen así volvemos la Eliminatoria una “Clasificatoria”. Y ahí sí lloramos todos, ya con una felicidad completa. Por ahora, sonriamos de gratitud con las lágrimas de Amaranto. En Twitter: @javieraborda
Actualizado: enero 25, 2017 02:44 p. m.