Aún está en rodaje el Atlético de Madrid, que visualiza en su idea una dimensión que aún no tiene, sin la constancia ni la velocidad en el juego que pretende, sin aún el nivel que le debe dar Antoine Griezmann o Joao Félix, expulsado, y empatado a cero por el Athletic, con el lamento de las dos ocasiones perdidas por Iñaki Williams y Asier Villalibre ante Jan Oblak.
La doble amarilla al atacante portugués en el minuto 77, por bracear para soltarse de un agarrón, primero, y por un gesto despectivo al árbitro, después, fue una de las imágenes del duelo, pero no pareció tan decisiva para el desenlace del encuentro, inamovible el 0-0, incapaces los dos equipos de ganar el choque. También Griezmann, Joao, Luis Suárez, Carrasco... O Iñaki Williams.
Ya no hubo casi voltaje de la afición cuando sonó por megafonía 'Griezmann'. Bronca, algo; aplausos, también. Parece ya un asunto zanjado, ni tan extendido ni tan mayoritario como se intuía, asumido como está la vuelta de un futbolista que, más allá de su pasada fuga al Barcelona, es el salto que debe dar el actual campeón este curso.
Pero, hoy por hoy, el Atlético, Simeone y Griezmann tienen un problema. Al '8' del internacional francés se le ve sobre el terreno, pero no en la dimensión que se le presupone, en esa figura crucial e incontestable que fue en el pasado, en la versión concluyente por la que lo rebuscó y lo reencontró este mismo verano.
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No sólo es una cuestión propia de Griezmann. También es colectiva. Un asunto de equipo. Porque el Atlético aún no dispone ni de la velocidad de transición ni del volumen de juego suficiente para proponer a uno de sus hombres más determinantes en las zonas y en las condiciones más apropiadas para explotar todas sus virtudes.
Ni él, sustituido en el minuto 54, tampoco arriesga en exceso. No es el líder que debe ser, más aún este sábado en la alineación que configuró Simeone. Titulares Luis Suárez y Joao Félix el miércoles, Griezmann y Correa tomaron la alternativa. También Rodrigo de Paul, cuyos pases apuntan mucho más alto de lo que luego sucede; la profundidad de Trippier y su desbordante conexión con Llorente -lo único visible en ataque del primer tiempo, con sendos remates de Griezmann-, el imprevisible Lodi -hoy, para mal-, y Savic.
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No fue una cuestión de regularidad el primer tiempo, sino de cantidad, de velocidad, de creatividad. Del Atlético, que sólo encontró algo con Trippier y Llorente, y del Athletic Club, que también presenta una buena estructura, redujo al equipo madrileño a poca cosa en ataque en el primer tiempo, aparenta cuando tiene la pelota... Y se queda en nada en los metros finales. En la verdad.
Menos el comienzo, la primera parte fue un sopor a la hora de la siesta. Un pulso contenido. Nadie se atrevió a apretar en exceso. Ni el Atlético ni el Athletic, que revoloteó por el área de Jan Oblak a la espera de su oportunidad, pero sin la convicción que exige una defensa como la rival. Giménez frustró la mejor opción bilbaína, igual que después Kondogbia, aparte de un mal remate de Williams.
No es un goleador. Al menos en toda la expresión de esa palabra. Quedó de manifiesto cuando al principio de la segunda parte se quedó solo ante Oblak, por el pase de Raúl García -perfecto para romper una línea entera- y por la salida desesperada de Giménez. En el momento definitivo, ante el portero, se acomodó el balón a su derecha con todo el tiempo del mundo. Y falló. Ni siquiera exigió la parada del guardameta esloveno, que destinó su tiro fuera del marco.
Antes había rematado Correa, fuera, el único buen centro de Lodi, pero nadie había tenido una ocasión más ventajosa que la de Iñaki Williams, que también invitó a Simeone a los primeros cambios, a los primeros recursos, entre ellos el reemplazo del lesionado Kondogbia por Herrera. También entró Luis Suárez, por Griezmann. Y Carrasco.
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Y luego Joao Félix para completar la remodelación del Atlético para la media hora final, igual que Marcelino cambió su ataque -Nico Williams y Villalibre por Iñaki Williams y Raúl García-, en la calma tensa en la que se movía el encuentro, pendiente de algún detalle, de algún regate, de algún tiro que rompiera con la monotonía, como el que lanzó Marcos Llorente al poste, previo roce de Unai Simón.
Pero todo cambió de repente. En una falta sobre Joao Félix, que braceó para soltarse del agarrón de Unai Vencedor, el árbitro Gil Manzano enseñó la tarjeta amarilla al atacante portugués, que respondió con un gesto que provocó la siguiente amonestación. Expulsado. Era el minuto 77, con 0-0, con todo por decidir...
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Quizá exagerada la primera tarjeta, la segunda fue una tontería de Joao Félix, imprudente en la carrera contrarreloj en la que ya estaba el duelo, ni para uno lado ni para otro, ya ensuciado el duelo, con más revolcones, simulaciones y faltas que fútbol, con el árbitro en el centro de todo, con el empate inmóvil del marcador, aún con una inmejorable ocasión de Villalibre que malgastó fuera y con el pitido final cuando Carrasco se quedaba ante Unai Simón.