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Qué fácil es hacerse hincha de un equipo extranjero

Tengo algo grabado en la mente: Colombia jugaba ante Argentina en Barranquilla en las Eliminatorias al Mundial de 1998 y en el noticiero entrevistaban a dos amigos costeños en las tribunas del estadio Metropolitano. Uno tenía la camiseta de Colombia y la cara pintada con amarillo, azul y rojo. El otro vestía la de Argentina y le hacía fuerza al equipo extraño a su cultura, a su linaje. No lo aceptaba; no lo entendía. Barcelona acaba de golear 5-0 al Real Madrid y hay muchos colombianos que se enorgullecen con la paliza, con el baile. También hay cientos de seguidores del Real que están tristes con la humillación que no quiso reconocer Mourinho (el mismo que se escondió de la lluvia en el Camp Nou a pesar de que una tormenta blaugrana caía sobre su equipo). Un niño que haya visto ese histórico superclásico a la distancia fácilmente podría hacerse hincha del Barca o de cualquier otro cuadro que le atraiga. Simplemente porque le gusta lo que ve. Encantarse con Messi no tiene ‘Lío’. Tampoco con los colores del estadio, si se quiere. Es una elección individual y, por lo tanto, irreprochable. Pero cuesta entender que alguien se precie de ser hincha de algo que solo ve en televisión. Resultado esto, tal vez, del desmedro del fútbol que se vive en carne propia en otras latitudes, como en Colombia. ¿Enamorarse de un equipo como Barcelona puede ser mejor que volverse un ‘fanático’ de la mediocridad? Seguramente no. Pequeñas conquistas traen grandes felicidades. El título del Cúcuta, por ejemplo, agradó a muchos en su tierra. Eso parece más real, un poco más honesto consigo mismo, que ver a un guajiro con la camiseta del Chelsea. Que le guste, víctima o beneficiado de la globalización, es diferente. Hay quienes se consideran hinchas de un conjunto de Colombia, de River, de Manchester, del Inter, del Bayern, del Barcelona... De todos a la vez. ¿Es eso creíble? ¿De cuántos equipos se puede ser hincha? ¿Existe un número máximo? Tres ya es mucho. Hace poco, Palmeiras quedó eliminado increíblemente en la semifinal de la Sudamericana. Mientras esto sucedía, en las tribunas un niño de ocho años llamado Dudu lloraba con envidiable dolor. Mostraba el sentimiento verídico de la derrota, puro, noble, sin excesos ni medida. El club lanzó una campaña para encontrarlo. Y lo hizo. Lo reunió después con el equipo y le regalaron una camiseta con su nombre y el número 30 a su espalda (Ver video ). Fue el premio a la fidelidad. Uno no se la puede pasar llorando por diez equipos a cada rato. Ni gozando. En Twitter: @javieraborda

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