El técnico José “Cheché” Hernández, José Amaya, Giovanni Hernández y el goleador Carlos Bacca fueron algunos de los que ofrecieron todas sus palabras y plegarias a un ser todopoderoso que les fue vital, según dijeron, para conseguir con Junior el más reciente título del torneo nacional. Lo manifestaron a su manera, siguiendo una consigna. Es la fe y eso está a salvo de cualquier objeción. Al campeón, a “Junior, tu papá”, se le vio unido en torno a una creencia. Por eso, al consumarse la conquista frente al Once Caldas, sus jugadores vistieron camisetas que taparon los colores, el escudo del equipo de Barranquilla y la publicidad de pastas La Muñeca. Con respeto lo digo: pareció también el triunfo de una iglesia cristiana y no el de una escuadra deportiva. El patrocinador perdió dinero. Y los símbolos de Junior visualmente se escondieron. A pesar de las buenas intenciones, en la foto del recuerdo, en ese momento orgásmico que se da cuando se levanta una copa, no se pudo ver el rojo y el blanco de los representativos colores del Junior. Para la historia de la imagen quedó el blanco y un estampado negro en el pecho que reza: “La gloria es para Cristo”. Antes de ataques vacíos de razón, aclaro que no soy ateo, aunque tampoco un aficionado de la fe. El punto es qué tanto un futbolista no creyente puede estar en desventaja en un equipo que se codifica en Colombia en torno a un Dios, como lo hizo el nuevo campeón. Hace poco, Emerson Leão, ex arquero de la selección brasileña y ahora técnico, hizo una reflexión sobre el tema. "Ya dirigí un equipo que, de 20, 16 eran de una comunidad. Usted hablaba aquí y el pastor cambiaba allá. Dije: 'Presidente, vamos a tomar una acción'. Y él dijo: 'Pero Leão, entonces nos vamos a quedar sin jugadores'". En Colombia, vamos por una línea similar. La religión está demasiado presente alrededor de un partido de fútbol. Ejemplos de fervientes jugadores y exjugadores hay por montón. No son sólo los mencionados al comienzo de este texto. Recuerde, por ejemplo, a Víctor Cortés o al “Pipa” de Ávila, que rechazaba el diablo de la camiseta del América y se lo tapaba con un esparadrapo. También hay técnicos fanáticos que difícilmente pronuncian una frase sin hacer referencia a Dios. Para la muestra reciente está el propio “Cheché” Hernández o Jesús “Kiko” Barrios. La Dimayor castiga como se debe a quien se quita la camiseta, pero debería prestarle más atención a la religión en la celebración de los títulos, antes de que lleguemos a la exageración a la hora de dar las gracias por todos los logros y desventuras en el fútbol. Esto no es una afrenta a la fe; es un componente inmerso en el balompié mundial. La FIFA prohíbe que en las canchas se presenten mensajes políticos o religiosos y por eso mismo le llamó la atención a Brasil cuando ganó la Copa Confederaciones en 2009. Los hombres del “scratch”, al igual que hicieron los jugadores de Millonarios cuando perdieron hace poco ante Junior en semifinales, armaron un círculo, se tomaron de las manos en la mitad del campo y empezaron a rezar. Como Leão, a veces me siento "cansado" de escuchar tanto de Dios cuando un futbolista hace un gol o bota un penalti, pero eso, claro, ya es un tema de gustos, libertades y convicciones respetables. La fe y la religión bien aprehendidas abren el camino del progreso personal. Sin embargo, allende de la libertad de culto, se le debe exigir a la Dimayor que obligue a los equipos a usar sus uniformes a la hora de celebrar los campeonatos, al menos para la foto. Es lo mínimo. Porque si de respetar se trata, seguramente existen hinchas de Junior que no aman tanto a Cristo y quienes creen, como yo, que Dios está presente tanto como uno quiera y que esas manifestaciones religiosas en el fútbol quitan más de lo que ponen. En Twitter: @javieraborda
Actualizado: enero 25, 2017 02:44 p. m.