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Una antigua historia de infieles

Una novela del siglo XIII interpretó con fidelidad la lucha de dos mujeres por la buena salud del amor. Leonor de Aquitania, reina de Francia, y su hija María, lideraron un siglo antes la idea del llamado amor cortés. "Flamenca" transforma esa idea en historia de amor.

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Rescatar a una dama de la tiranía de un marido celoso era el sueño de cualquier trovador enamorado en el lejano medioevo. Su amor, de apellido cortés, liberaba a la mujer de la esclavitud de un matrimonio impuesto porque al esposo lo elegían los padres y no la novia.

Flamenca, que significa llameante, es el nombre de una novela escrita en el siglo XIII que resume de bella manera esa modalidad del amor que componían los trovadores y que cantaban los juglares por villas y campiñas.

El celoso Archambaut mantiene encerrada a su esposa Flamenca en una torre del castillo bajo el acompañamiento de dos doncellas. Sólo la deja salir de vez en cuando a los termales, y los domingos y días de fiesta a la capilla.

Guillems de Nevers sabe de su belleza y le pide al capellán que lo convierta en monaguillo para acercarse a ella. Una de sus tareas consistía en abrir el libro sagrado para que los feligreses lo besaran. Cuando a Flamenca le tocó el turno, el joven susurró: “¡Ay de mí!”.

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La dama les contó a sus doncellas lo ocurrido y le recomendaron preguntarle en la misa siguiente, que tendría lugar siete días después, de qué se quejaba. Flamenca hizo caso, formuló la pregunta en lenguaje de susurro y se alejó del libro luego de besarlo.

La respuesta llegó siete días después en el mismo ritual: “Me muero”. Cada ocho días y de fiesta en fiesta se tejió una conversación de breves susurros porque una palabra de más sería una fatal imprudencia. “¿De qué?”, dijo ella en su turno y ocho días después él respondió: “De amor”. En la ceremonia siguiente le correspondía hablar a la dama: ¿Por quién?. Misa siguiente: “Por vos”. Ocho días después: “¿Qué puedo hacer?”. Siguiente festivo: “Curar”. Fiesta siguiente: “¿De qué modo?”. Nueva festividad: “Con ingenio”. Ocho días después: “Tómalo”. Otros ocho: “Ya lo he tomado”. Un festivo nuevo: “¿Cuál?”. Ocho días más: “Iréis”. Tensa espera hasta otro ritual que llega con una pregunta de Flamenca: “¿A dónde?”. Ocho días para susurrar: “A los baños”. Otros ocho para decir: “¿Cuándo?”. Y ocho más para la cita del amor: “El próximo día”.

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Después de casi tres meses de monosílabos de amor, los amantes se ven en los baños gracias a un túnel que el enamorado había construido desde su casa. Cruzan el subterráneo y llegan a la habitación del amado. Sentados en la cama, el primer encuentro no pasa de los besos, los abrazos y las caricias. Guillems da muestras de paciencia y respeto, así la pasión lo desborde por dentro. “Él no pidió ni exigió nada. Se contentó con lo que su dama le ofrecía”.

La cita siguiente sería la de la consumación de la intimidad pero no como elogio del adulterio, sino como signo del amor verdadero en una época en que a la mujer le imponían el marido.

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