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Getsemaní, el barrio de Cartagena que no quiere morir

Cuando uno recorre las calles de la ciudad se encuentra de frente con la historia, el visitante acude a una cita con balcones señoriales que resisten el paso del tiempo, plazoletas donde se gestó la independencia, pero todo este legado se puede perder si no se hace algo a tiempo.

Getsemaní, el barrio de Cartagena que no quiere morir

Isabela Restrepo es la directora de la Fundación Centro Histórico de Cartagena y una defensora del patrimonio de la ciudad. A ella le preocupa el avance de construcciones que ponen en peligro la declaratoria que, en 1984, la Unesco le otorgó a la ciudad como patrimonio histórico de la humanidad.

"Vemos con preocupación que hemos hecho poco caso de las recomendaciones que ha hecho la Unesco y la fundación está haciendo un esfuerzo desde hace cuatro años para que Cartagena permanezca en esa lista de la Unesco, entre esas recomendaciones que no hemos tenido en cuenta está la permanencia de los residentes en su territorio, es algo que tiene mucho valor internacional frente a la conservación del patrimonio, el cambio de uso que es lo que ha generado un despoblamiento en el centro histórico", cuenta.

Isabela pone sobre el tapete un problema que aqueja a las comunidades que aún viven dentro de las murallas, el fenómeno se llama gentrificación, sin gente, que es el alma de los barrios, las edificaciones se vuelven tierra de nadie y son tomadas por la delincuencia.

Cuenta Isabela que esta situación se viene presentando desde los años de 1970, cuando despareció la plaza de mercado para dar paso al Centro de Convenciones que tomó el nombre del barrio.

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Los habitantes raizales empezaron a marcharse y ese despoblamiento es el que ha dejado los barrios sin Dios ni ley en manos de la delincuencia, asegura la directora de la fundación.

"Han empezado a crecer las actividades de alto impacto, prostitución, ruido, drogas, todo este tipo de actividades es justamente donde no hay residentes. Entonces, en la medida que ha avanzado ese despoblamiento del centro histórico, estos espacios los han llenado este tipo de actividades", anota.

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El despoblamiento es problema de todos

El problema no es indiferente para sus vecinos, hablamos con Javier Pimienta, gerente general de San Francisco Investments, firma del grupo Valorem que adelanta un ambicioso proyecto turístico en el centro de la ciudad.

Desde la empresa privada han decidido apoyar todas las iniciativas comunitarias orientadas a que la gente de los tres barrios del centro histórico no los dejen solos, pues, para ellos, dice Pimienta son el alma de la ciudad.

"Soy un creyente que los grupos que mejor pueden cuidar su territorio son los residentes, son los nativos, a veces no es un tema de autoridades, no se puede es que haya personas que lo vivan, que lo sufran permanentemente… Hay un doliente que esta acá que conoce su territorio, lo que es compatible, digamos, con su entorno su estilo de vida”, afirma.

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Es un buen negocio para todos, ganan ellos porque sus turistas encuentran una oferta única, eso que llaman el turismo de experiencia, una inmersión de los visitantes en la cotidianidad del barrio, dice Pimienta.

"Entonces, nos enfocamos en que eso era lo más valioso y, bueno, hemos participado de unos procesos maravillosos, primero, de divulgar toda esta riqueza y, luego, permitir que esta comunidad se mantenga, permitir que mantenga su estilo de vida y que los usos comerciales, a los cuales la comunidad no se opone, sean usos compatibles con su uso residencial, es lo que llamamos turismo sostenible”, señala.

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Es permitir que la gente participe de ese proceso de desarrollo y también gane con la llegada de este tipo de turismo.

Recorrimos las coloridas calles del barrio y nos encontramos con el hostal de doña Gladys Morales, una menuda cartagenera que convirtió su casa en un pequeño negocio donde aloja a los visitantes.

Su casa está dispuesta para los turistas, tal cual como es, la gente disfruta de su sala comedor, su patio y hasta sus mascotas, se vive un ambiente familiar que ella, como la matrona, maneja amablemente.

Doña Gladys se declara satisfecha con la llegada de los grandes inversionistas porque no pensaron solo en ellos, sino que le dieron participación a la gente de Getsemaní.

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"Estábamos pensando que nos iban a sacar y esto iba a ser puro hotel, pero sí nos ayudan, nos podemos quedar aquí, aquí hay una cantidad de negocios en la noche que venden, que los fritos, que las cosas, que los cocteles, pues eso está bien porque, con eso, sostienen ellos sus casas porque aquí los impuestos son muy altos y están cobrando como estrato cinco. Entonces, nos toca aruñar para completar los pagos”, explica.

Davinson Gaviria es otro emprendedor que recogió las banderas de su padre, el carpintero del barrio. Las cosas con la carpintería se pusieron difíciles, pero Davinson convirtió el taller de su familia en un rentable negocio: un bar.

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El lugar se convirtió en un punto de encuentro que llama la atención por sus paredes con fotografías de vecinos que son la memoria histórica del vecindario.

Davinson no sólo es un emprendedor, también es uno de los líderes comunitarios que ha jalonado este cambio en el barrio. Dice que no sólo es pintar y darle color a las calles, también es cambiar de mentalidad y convertirse en gestores de su propio desarrollo.

"Nosotros éramos los espectadores de todo lo que pasaba, de todo el que venía, compraba y montaba un negocio, hoy en día, esta calle es un ejemplo de que nosotros como residentes también podemos tener una actividad comercial”, expresa.

La vida de barrio es su mejor oferta

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Mientras conversamo, un vendedor de frutas que parece sacado de un comercial turístico, pasa por el Callejón Angosto, donde nos encontramos, esa vida de barrio es lo que ofrecen a los visitantes, sin maquillajes, tal cual como es su cotidianidad, aquí no hay poses, ni vasijas envejecidas para extranjeros, todo es auténtico y los turistas lo reconocen.

Bernt Kulhmann es un desarrollador turístico que visita los mejores destinos turísticos del mundo, lo encontramos en las calles y nos dio su impresión sobre el barrio.

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"Yo pienso que Getsemaní es tan popular porque tiene una calidad que es muy rara en este mundo, es la calidad de la autenticidad, tiene también mucha alma, los turistas que vienen aquí de Austria o de Estados Unidos saben eso, porque vivimos en un mundo donde todo es igual por Internet, estamos todos igual, comemos las mismas cosas, escuchamos las mismas cosas, música, y viviendo en un barrio como Getsemaní es una revelación, una revelación porque en este barrio se puede sentir el pasado, pero esto es muy importante, no es un pueblo artificial", sostiene.

El proceso no ha sido fácil, pero la persistencia de los líderes comunales y el apoyo de la empresa privada no dejan morir los proyectos y los potencian permanentemente.

El proyecto más reciente es la declaratoria de la vida de barrio como patrimonio inmaterial de la Nación, el proyecto ya fue presentado ante el Consejo Nacional de Patrimonio, cuenta Javier Pimienta.

"Esta es una forma de no solo de proteger sus derechos y los intereses de los nativos, sino que es una manera de darle valor a este destino como un destino turístico de alta calidad que valora el patrimonio, el turismo busca experiencias más que ver edificios o ir a ver monumentos uno lo que siente aquí es único”, asegura.

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Getsemaní, el sueño de quedarse

Getsemaní es como un pequeño país enclavado en el corazón del Centro Histórico de Cartagena, su gente usa gentilicio, tiene himno propio y hasta celebran su propia fiesta, pero en realidad es una comunidad de raizales que ama su barrio y se niega a verlo a morir.

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Su historia está ligada a colonia y a la llegada de los esclavos que los europeos trajeron desde África. En una de las calles, nos encontramos con un grupo folklórico de danzas ancestrales, sus únicos instrumentos, los tambores, sus ecos hablan de la historia de los esclavos africanos, que, a la brava, debieron reinventar sus vidas en este lado del mundo y el cabildo fue la fórmula para no dejar morir sus creencias, cuenta Nilda Meléndez, reina vitalicia del evento.

"El cabildo es la memoria negra, la memoria ancestral de los antiguos esclavizados, ellos trajeron su religión, no solamente su fuerza de trabajo, trajeron su espiritualidad, sus danzas, sus tambores y eso les sirvió un poco de catalizador para ellos poder afrontar en este continente que no conocían", afirma.

Su historia fue rescatada por la gran folklorista Delia Zapata Olivella y la gente de Getsemaní fue su cómplice para traerla de nuevo a la vida, por eso, esta escena no resulta extraña cuando uno camina por el barrio, cuenta Nilda.

"Nosotros hicimos, a través de Getsemaní Cultural, un trabajo de recuperación, primero del barrio en recuperar el sentido de vecindad y más tarde le dimos un piso cultural, nos dimos cuenta que la fuerza que nos da ese barrio reside en que somos vecinos, somos buenos vecinos , en medio de las adversidades, en medio de todo ,somos buenos vecinos", manifiesta.

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En el Callejón Angosto, la primera calle que inició este proceso de recuperación del barrio, Marco Antonio Vargas, presidente de la Junta de Acción Comunal, cuenta cómo fue ese proceso en el que muy pocos creían: convertir a Getsemaní en uno de los barrios más bellos del mundo, según publico recientemente la revista Forbes.

"La comunidad estaba como poco sentada reacia al cambio y, cuando le dimos un poquito de color, era algo un poco oscuro lo que estábamos viviendo y nosotros, con ideas que tuvimos, le dimos un poquito de color y le cambió la perspectiva de la gente, de cambio, de mejora”, señala.

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La pandemia, por poco, acaba con este sueño, pero, cuando llegó la reactivación, sus vecinos siguieron el ejemplo, Callejón Angosto desemboca en calle Lomba. Allí Luis Lenes, miembro del comité de turismo, nos cuenta cómo fue ese proceso.

“Nos dimos cuenta que ellos venían en ese proceso de trabajar su calle, pues cada calle tiene un líder por supuesto, pues, cuando se abrió Cartagena en el mes de mayo, yo me di cuenta de que los turistas desembocaban de la calle El Pozo al callejón ancho y terminaban en la calle Lomba y observé que la calle Lomba no era transitada”, dice.

Entonces, la inundaron con mariposas amarillas y el espíritu del nobel de Literatura colombiano, Gabriel García Márquez, revivió esta calle del circuito turístico.

Mientras caminamos por sus calles se siente una alegría contagiosa, esta es la vida de barrio que disfrutan los turistas, el getsemanicense puro, dispuesto para ellos.

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El Getsemaní de hoy es un esfuerzo de la comunidad, historia de construcción colectiva de unos vecinos que se niegan a ver desaparecer su barrio y se esfuerzan cada día por ofrecer al visitante una buena alternativa, contar la historia de su cotidianidad y de su vida, es su mejor oferta.

En la tarde, la Plaza de la Trinidad es el punto de encuentro donde se hablan mil lenguas y turistas y locales comparten el vecindario, esta es la Cartagena que podría salvar a la ciudad de perder su declaratoria como patrimonio histórico de la humanidad. La Unesco toma nota de Getsemaní, el barrio que se niega a morir.

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