A Paula Carvajal el deber la despierta muy temprano. Vive en el Santander de Quilichao, Cauca, pero todos los días viaja hasta una clínica en el norte de Cali para asistir a su trabajo como enfermera jefe de una sala COVID-19 .
Durante jornadas laborales de 12 horas, y en medio del cansancio, la presión y el estrés, esta joven de 24 años ve su sueño de toda la vida hecho realidad.
“Desde pequeña siempre había querido ser enfermera para cuidar a las personas que más lo necesitaban. Ahora que lo soy y me encuentro en esta pandemia siento que estoy cumpliendo con un propósito en el mundo”, aseguró la joven.
En la tarde, Yazmín Patiño, enfermera de cuidados intensivos, se alista para cumplir su turno en una clínica del centro de la ciudad.
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Ella no sabe qué casos se encontrará hoy en la sala de pacientes UCI y menos cómo va a terminar cada historia, pero aun así viste su uniforme de heroína para enfrentar de cerca a la muerte.
“El caso que más me ha marcado en esta pandemia ha sido el de unos esposos que ingresaron con un intervalo de dos días. Él falleció y ella pudo salir de esta situación”, relató Yazmín.
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Paula y Yazmín trabajan en clínicas diferentes de la capital del Valle del Cauca, no se conocen, pero coinciden en que la mayor recompensa que tiene una enfermera es la recuperación de sus pacientes. Aseguran que más que una profesión, ser enfermeras es un privilegio.