Gol Caracol
Estadio el Campin
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Triunfo agónico: Unión Magdalena venció 0-1 a Expreso Rojo y es líder de la B
La fecha dominical del Torneo Postobón inició a las 11:30 a.m. en Popayán, con el partido entre Universitario y Pereira. El cuadro local se reivindicó con su hinchada luego de la derrota con América, y se impuso 3-0 con la magnífica actuación del atacante Feiver Mercado, quien marcó tripleta.
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Cortuluá, Bogotá y Llaneros celebraron en el Torneo Postobón
El equipo del Valle se impuso a Dépor por un marcador de 3-1. Entre este domingo y el martes se terminará de jugar la primera fecha del campeonato.
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Así fue el Ciclopaseo por un Fútbol en Paz en Bogotá
Más de 100 habitantes de Kennedy se vincularon la actividad organizada por los Cultores de Paz de dicha localidad y el Fondo de Vigilancia y Seguridad. Un pequeño paso hacia el cambio.
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El fútbol del odio, ¿el país del odio?
Seis balines del tamaño de bolas de billar, seis armas que perfectamente pueden ser mortales porque, tal vez no lo saben los hampones que con camisetas de Nacional se los lanzaron al bus de Millonarios (en el que no sólo iban los jugadores y el cuerpo técnico sino la hija de Ganiza Ortiz), pero eso era lo que disparaban los cañones hace dos siglos. Claro, la fuerza de un brazo no es la misma de la pólvora, pero una bola de acero lanzada causa daños y los vidrios del vehículo destruidos lo demuestran. La agresión fue antes de la final, cuando el equipo se dirigía al estadio Atanasio Girardot y, afortunadamente, no dejó heridos, pero sí secuelas. Porque eso es lo peor de la violencia: que genera más violencia. Y lo que está pasando con el fútbol entre Bogotá y Medellín es una cadena de hechos violentos, de vendettas, de odio que se nos está saliendo de las manos a todos. Porque incluso se dio el absurdo de "justificar" la agresión al bus azul con los muertos verdes en Bogotá en meses pasados, que a su vez se "justificaron" con las agresiones a las barras azules en Medellín en el pasado, que a su vez se "justificaron" con el maltrato que le dan en Bogotá a los antioqueños, que a su vez... Y ojo, no es sólo del fútbol. En los 50, cuando la Vuelta a Colombia se encargó de tratar de unir a un país sumido en La Violencia partidista, si el cundinamarqués Jorge Luque ganaba la etapa que terminaba en Medellín recibía una lluvia de piedras igual de cobarde a la que sufría Ramón Hoyos Vallejo cuando ganaba en Bogotá. ¿El problema es regional? Sí, en los colegios ya no enseñan esto, pero había un sancocho administrativo en Colombia llamado Estados Unidos de Colombia, que entre 1863 y 1885 trató de resolver nuestros endémicos problemas de identidad con una constitución federalista en la que los nueve 'Estados Soberanos' hacían lo que se les daba la gana: desde recaudar impuestos, emitir moneda de cada estado y tener libertad de declararle la guerra a otro estado, hasta ir a la guerra contra Prusia como hicieron en Boyacá o encerrarse en sí mismos y apostarle al crecimiento económico como hicieron en Antioquia. El estado de Antioquia, ultracatólico, por supuesto, llegó a ser tan poderoso económica, política y militarmente, que incluso se metió sin permiso en terrenos baldíos de los estados de Cauca y de Tolima en lo que históricamente se conoce como 'colonización antioqueña', y por eso tenemos influencia cultural 'paisa' en lo que hoy es Caldas, Risaralda, Quindío y el Valle del Cauca, sin contar Chocó, que era parte de ese 'Estado Soberano de Antioquia'. Pero aparecieron Rafael Núñez y el godísimo y cachaquísimo Miguel Antonio Caro, ganaron la guerra de 1885, impusieron la Constitución que se escribió en 1886 y la regional, federal y desordenada Colombia de los Estados Unidos se convirtió de pronto en la República de Colombia, con centro en Bogotá y punto. ¿Cómo esperar que en las diferentes regiones del país se aprecie a Bogotá o a los bogotanos cuando históricamente todo lo que pasaba en tu pueblo dependía de Bogotá? ¡Si hasta el nombramiento del alcalde dependía de la aprobación presidencial en la fría ciudad del centro! La capital, a pesar de ser la ciudad de todos, la capital de las puertas abiertas, la que recibió desde los 50 a millones de migrantes regionales que le huían a la violencia, que buscaban un mejor futuro laboral o académico, se convirtió en el antipático centro de poder del que todos los demás dependieron. La Constitución de 1991 trató de cambiar esto con la idea de la descentralización política y administrativa, pero no lo ha logrado del todo gracias a la larga tradición de burocracia y corrupción que heredamos de la carta magna anterior, pero sobre todo a que el centralismo vive en lo simbólico:si ves un noticiero en un canal nacional no es un noticiero nacional, es un noticiero de Bogotá, hecho en Bogotá, con exceso de noticias locales y que trata de justificarse como nacional ofreciendo una ronda por las ciudades; si ves una telenovela, así sea de corte regional (fíjense en la multiplicación de telenovelas geolocalizables y llenas de acentos en los últimos 22 años para mostrar que estamos 'descentralizados'), vas a tener actores bogotanos (incluso haciendo de costeños, paisas, vallecaucanos, etc.) y, peor aún, muy seguramente el personaje chueco, malo, hipócrita o traicionero será un estereotipo rolo. El odio regional está metido en nuestra sangre por tradición histórica, por cultura, por forma de vida, y por supuesto se metió en el fútbol, la última vitrina de intolerancia. Claro, no es la única: somos sexistas (lo de la niña con minifalda en ese sitio que supuestamente es el epítome del colombianismo llamado Andrés Carne de Res lo demuestra), sexistas, racistas, pero, por sobre todas las cosas, estamos cargados de odio en el fútbol y todos esos otros elementos se reflejan ahí. Si elogias a alguien del equipo rival, por ejemplo, inmediatamente salta la intolerancia histórica y te proponen darle culo, mamárselo, abrirle las piernas... todos insultos que demuestran la católica homofobia de la cultura colombiana y lo que en últimas se piensa culturalmente de la mujer: que es un objeto de gozo, una cosa inferior que está para mamarlo, abrir las piernas y poner culo (si hasta el prohombre Andrés Jaramillo cree que por eso es que se ponen minifaldas). Si un jugador negro hace algo mal, inmediatamente es un negro hijueputa o, gran frase de estadio, "tenía que ser negro" (de los mismos creadores de "negro ni el teléfono"), y en esa categoría racista entra eso de "paisas, raza maldita" que vi el domingo en Twitter durante la final, o el "costeños comeburras" que le dicen a los hinchas de Junior en los otros estadios del país. El fútbol nos divide de formas oscuras que hacen aparecer odios históricos y, lo más extraño, es que en este momento el fútbol es la principal razón de unión nacional gracias a la clasificación de la Selección Colombia al Mundial, pero ni así, ni siquiera cuando hay un equipo de amarillo, azul y rojo representando con victorias a toda la nación logramos dejar atrás lo que llevamos en la sangre. Sólo hay que ver cómo se ataca desde el Caribe a aquel que ose criticar a Teófilo Gutiérrez, cómo desde Antioquia florecen las amenazas si hay algún comentario negativo sobre Stefan Medina y cómo desde Bogotá muchos ponen el grito en el cielo porque Pedro Franco no está en la Selección. Porque claro, como pasa siempre con el odio, todo es culpa de otro: si Teófilo es suplente es porque "la prensa de Bogotá le está haciendo campaña a Jackson Martínez", si a Medina lo convocan es porque "la Federación se le vendió a Postobón", porque "Pascual Lezcano es el que maneja la Selección", porque "Nacional es una mafia", y si Franco no es convocado es porque "odian a Bogotá" y "todos son unos vendidos miserables", y todas las anteriores con nueva versión. Es decir, es más fácil dejar salir el odio que aceptar que el señor Pékerman es el que manda en su equipo y está en su soberano derecho de convocar y alinear a quien quiera (para eso le pagan, y mucho, para armar la Selección como se le dé la gana). El odio, dice mi terapeuta (sí, me tocó ir a terapia para manejar el estrés), es un problema de ego, de autoestima, y como lo escribí una vez en Twitter, Colombia tiene la autoestima de una quinceañera gorda. Se refleja en la enorme incapacidad de autocrítica y de burlarnos de nosotros mismos pero, sobre todo, en el miedo que le tenemos al otro. Y el miedo, como diría Yoda, es el primer paso hacia el lado oscuro. Lo triste es que vivimos en ese lado oscuro en el que para ocultar ese miedo cultural a aceptar al otro, a aplaudir la diferencia, es más fácil cerrarle las fronteras a las barras de otra región (qué vergüenza lo del Alcalde de Medellín), que tratar de buscar acercamientos. Por eso los que han sido olvidados por la sociedad y lo único que tienen es esa barra, que en últimas es una excusa para sentirse alguien en una nación en la que no son nadie política, social, económica y culturalmente, le huyen al miedo que esto genera con peleas a cuchillo en parques y barrios vestidos con camisetas de clubes a los que sólo les importan como compradores de boletas y camisetas; por eso tratan de ocultar su incapacidad de ir más allá agrediendo anónimamente con piedras y balines que parecen balas de cañón decimonónico; por eso el fútbol, la mayor de las pasiones de la sociedad colombiana, es la nueva vitrina de un odio endémico, cultural, contra el que hay que tomar medidas pedagógicas y de hecho en serio. Las grandes transformaciones culturales nacen de pequeños cambios individuales que se van convirtiendo en cambios de toda la sociedad. Aún es tiempo; me niego a creer que Fernando Vallejo tuvo razón cuando dijo: "Colombia es un desastre sin remedio. Máteme a todos los de las FARC, a los paramilitares, los curas, los narcos y los políticos, y el mal sigue: quedan los colombianos". En Twitter: @PinoCalad
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América empató 1-1 con Santander y cedió el liderato del Torneo Postobón
El equipo escarlata no pudo aprovechar la localía en el estadio Pascual Guerrero y cayó del privilegiado puesto del campeonato.
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La Policía captura en Bogotá al presunto asesino de un hincha de Nacional
Wilmer Chacón Álvarez, alias ‘Canalla’, es el presunto asesino de Carlos Andrés Medellín, un hincha de Atlético Nacional asesinado el lunes en una estación de Transmilenio.
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La cultura del aguante
Las imágenes que llegaban a Colombia a principios de la década del 90 provenientes de Argentina, mostraban el fútbol y la forma en que se acudía al estadio de una manera diferente. Allí se notaba en todos los partidos atrás de los arcos, un grupo de hinchas que veían todo el encuentro de pie, en muchos casos saltando y alentando a su equipo durante los 90 minutos. Debido a esto, afloró en muchos hinchas de equipos colombianos una identificación tribal, lo que trajo consigo el nacimiento de las primeras barras bravas del país. Para esa época era común encontrar en las tribunas de El Campín o de cualquier otro estadio del país hinchas de un equipo sentados al lado de otros del equipo contrario. En un clásico capitalino se podían ver hinchas de Millonarios disfrutar del partido en la tribuna sur del estadio junto a los demás hinchas de Santa Fe sin que ocurriera ningún episodio de violencia. Eran los llamados paseos de olla en donde sin importar de que equipo se era hincha, todos disfrutaban el antes, durante y post partido, en paz. Con la consolidación de las primeras barras del país, las cuales en sus comienzos tenían la idea pura de alentar a su equipo por medio de cánticos y banderas alusivas a su institución, también empezaron a darse los primeros brotes de intolerancia. Ya asistir al estadio no representaba un plan familiar ni muchos menos amistoso. Se había creado una línea imaginaria que dividía las graderías en dos territorios contrarios, por lo que la idea de sentarse a disfrutar del partido donde quisiera y junto a hinchas de otros equipos había terminado. Las barras con el tiempo empezaron a ser más un negocio movido por la pasión, pero de la pasión no se vive, así que había que determinar la forma de hacer más rentable el hecho de liderar una barra. Con la complicidad de algunos dirigentes, los líderes de las barras comenzaron a tener una participación política importante, pero como nada es gratis, a muchos de ellos los recompensaban con entradas que eran revendidas a su misma barra, pasajes aéreos para acompañar al equipo, además de otro tipo de negocios externos a la dirigencia pero que de igual forma les dejaba grandes ganancias. Donde hay dinero siempre existirá la lucha por el poder, por lo que se empezaron a dar los primeros cruces entre hinchas del mismo equipo por el control de la barra. Por aquel entonces se dio la creación de Goles En Paz, que durante muchos años trabajó para frenar la violencia dentro y fuera de los estadios. Aunque la buena voluntad de muchos integrantes de las barras para querer solucionar los problemas de violencia siempre estuvo, también hubo quienes pusieron por delante el rédito económico que representa manejar una barra en Colombia para destruir todo lo que se había logrado. La Cultura Futbolera y el Barrismo Social empezaron a intervenir en los barrios incentivando a los jóvenes a trabajar y enseñándoles distintas formas de sustento por medio de la tolerancia. Labor que dio sus primeros frutos al bajar los índices de violencia en las localidades más problemáticas de Bogotá, volviendo a hacer del estadio un escenario de entretenimiento, pero sobre todo de convivencia entre los distintos grupos. En un grandioso libro que retrata como la violencia impregnó al fútbol argentino y las distintas causas que hicieron que se reprodujera en otros países, Pablo Alabarces cuenta en ‘Crónicas del Aguante’ como aquella idea de la barra que alienta más a su equipo se distorsionó, generando en el inconsciente colectivo la ilusión de que la barra de más ‘aguante’ es la que logre generar mayor violencia. Hecho que en los últimos 50 años ha dejado cerca de 250 muertos en Argentina. “Lo que une a estas muertes es su gratuidad: todas ellas pudieron ser evitadas. Porque la violencia en el fútbol no es un castigo divino ni una mera cuestión de inadaptados o barras criminales”, menciona en una parte el prólogo del libro. La violencia ha excedido los límites de un estadio de fútbol. Aplazar los partidos o jugarlos sin hinchas puede ser una solución cortoplacista. La verdadera causa de la violencia no está en el fútbol sino en la desacertada manera en que se ha venido desarrollando nuestra sociedad. Ahora el problema se encuentra en los barrios y en la educación de las próximas generaciones. Está en los periodistas, políticos, hinchas y cualquier otro ciudadano común pensar que podemos hacer desde nuestra posición para no tener que lamentar ni una sola muerte más a causa de aquella errónea idea de la ‘cultura del aguante’ que tanto daño ha causado. Por: Daniel Santamaría Jaramillo. Twitter: @danielsaja03
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Pelea de ‘felinos’ en el estadio de Techo: Bogotá derrotó 3-0 a Jaguares
Los ‘leones’ llegaron al undécimo lugar del Torneo Postobón con 17 puntos y entraron en la lucha por cupo entre los ocho. El representativo Cordobés continuó en la octava posición con 19 unidades.
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América y Pereira ganaron en cierre de la sexta fecha del Torneo Postobón
Los ‘diablos rojos' vencieron 1-0 a Bucaramanga, mientras que los ‘matecañas' se impusieron 0-1 a Bogotá. Ambos juegos se disputaron en el estadio de Techo en la capital colombiana.
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Santa Fe remó contra la corriente y venció a Itagüí por 2-1
Jorge Aguirre por la vía de la pena máxima adelantó al visitante. Un autogol de Javier López y un buen remate de Silvio González, significaron la remontada roja.