Algunos lo llaman “la voz de una generación”, luego de que se convirtiera en un ícono durante la década de los sesenta con temas como ‘The Times They Are A-Changin’, convertido en todo un himno.
Presagiando una década cargada de turbulencias políticas y florecimiento cultural, Dylan escribió la canción en 1963, justo después de la marcha en Washington a favor de los derechos civiles. La primera vez que la cantó en vivo fue tras la muerte del presidente estadounidense John F. Kennedy.
La lírica de sus canciones lo hizo merecedor del más alto galardón en el mundo de las letras, que por primera vez fue entregado a un músico y no a un escritor.
No fue poca la polémica alrededor de si la Academia había hecho lo correcto.
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Pero poco se contaba con la particular personalidad de Dylan. En sus últimas giras, ha demostrado ser una estrella muy particular: apenas habla con su público, poco le importa si los fans le ven bien sobre el escenario y casi no interpreta sus mayores éxitos.
Quizá por ello mantuvo silencio sobre su designación, tanto que el comité del Nobel se cansó de buscarlo para informarle de su designación.
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Y talvez por eso también sorprendió al mundo al asegurar que no podía ir a Estocolmo a recibir su premio porque tenía “otros compromisos”.
Pese a ello, en su misiva y en el discurso que envió para la ceremonia se manifestó “honrado” de recibirlo.
Bob Dylan, cuyo verdadero nombre es Robert Allen Zimmerman, entra, aunque él no lo quiera, en una esfera a la que pocos han accedido.
El 2017 lo convirtió en una de las figuras más importantes de la música contemporánea y se consagra en el selecto grupo de los ganadores del premio Nobel de Literatura.
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