
Death Stranding 2: On the Beach no solo es la continuación de una historia extraña y provocadora; es también una carta íntima sobre el dolor, la pérdida y la reconstrucción emocional. Hideo Kojima, fiel a su estilo, entrega un juego cargado de simbolismo, personajes extravagantes y mecánicas que vuelven a apostar por una experiencia distinta a todo lo que ofrece la industria tradicional.
Este no es un juego para cualquiera. Es exigente, contemplativo y a ratos abrumador. Pero también es genuinamente hermoso. Es como si Kojima hubiera destilado todo lo aprendido en su carrera para ofrecernos una historia donde conectar es más importante que destruir. Eso sí, ahora lo hace con más armas, más libertad y con un diseño mucho más refinado que su predecesor.
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La historia
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Han pasado meses desde que Sam logró unir a América a través de la Red Quiral. Ahora, alejado de todo, intenta llevar una vida tranquila con Lou, su hija. Pero esa paz no dura mucho: Fragile (Léa Seydoux), su antigua aliada, lo visita con una nueva misión conectar México y abrir una puerta hacia Australia, un continente ahora invadido por lo sobrenatural y por una nueva amenaza humana.

Sam acepta el trabajo bajo una sola condición: poder volver a su vida con Lou. Pero Higgs, viejo antagonista ahora resucitado con una apariencia más amenazante, reaparece con intenciones de desencadenar una guerra. Desde ahí, la historia se bifurca entre el drama político y emocional, con nuevos personajes como Tomorrow, Dollman y Neil Vana aportando a una narrativa mucho más compleja, pero también más accesible y emocional que la del primer juego.
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La escritura es más ágil, con un tono más liviano en varias secciones, e incluso ciertos toques de humor. Sin dejar de ser raro y profundo, Kojima decide soltarse un poco y explorar otras emociones, sin abandonar la melancolía que caracteriza a esta saga.
Jugabilidad
Una de las críticas más fuertes al primer Death Stranding fue su ritmo. Aunque había quienes encontraban paz en la entrega de paquetes, muchos lo sentían monótono. On the Beach responde con una jugabilidad mucho más dinámica. La exploración sigue siendo clave, pero ahora el combate toma un papel más importante.
El juego nos da total libertad para enfrentar las misiones como queramos: desde rutas sigilosas, pasando por el uso de armas, hasta estrategias más tácticas aprovechando vehículos y herramientas. Podés ser el caminante paciente o el loco que se lanza con dos metralletas sobre su camión, estilo Mad Max. Las opciones están ahí, y lo más interesante es que funcionan.

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Las condiciones del terreno también cambian: terremotos, tormentas de arena, lluvias que envejecen todo a su paso y hasta incendios forestales afectan cómo se juega. Estas mecánicas hacen que cada entrega sea única, cada misión una historia nueva.
Un mundo que respira
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Desde los desiertos de México hasta los paisajes casi alienígenas de Australia, el diseño de escenarios es simplemente impactante. El juego exprime al máximo el poder de la PS5, con texturas detalladas, efectos climáticos que alteran la jugabilidad y entornos tan hermosos como hostiles.
El ciclo día-noche, la iluminación dinámica y el uso del sonido ambiental logran que el mundo se sienta vivo. Uno se puede detener un momento solo a ver cómo la lluvia cae sobre la armadura de Sam o cómo la niebla se traga un valle entero. Es una experiencia inmersiva que te empuja a contemplar antes de actuar.
El combate
Kojima definitivamente escuchó a los fans. El sistema de combate ya no es solo una mecánica secundaria, ahora es robusto, entretenido y variado. Hay un arsenal gigante: desde rifles hasta armas que usan tu sangre, además de gadgets como torretas móviles o cañones montados en vehículos. Y sí, los BTs siguen ahí, pero ahora con más formas, más peligros y más estrategias para enfrentarlos.
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Las peleas contra jefes, especialmente contra Neil y Higgs, son memorables. No solo por la acción, sino por cómo integran la narrativa, la música y el diseño visual. Algunas batallas parecen sacadas de un sueño febril, con referencias cinematográficas que hacen homenaje a todo lo que Kojima ama.
Personajes y actuaciones
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La actuación de voz y el motion capture están al nivel de una superproducción. Norman Reedus se adueña del personaje de Sam con una mezcla perfecta de vulnerabilidad y fuerza. Léa Seydoux vuelve a brillar como Fragile, pero los nuevos rostros se roban la pantalla.

Luca Marinelli como Neil Vana es, posiblemente, uno de los mejores personajes que Kojima ha escrito. Su arco argumental es profundo y emocional. Elle Fanning como Tomorrow también deja huella, y Troy Baker regresa como Higgs con una actuación que da miedo de verdad. Los personajes están mejor escritos, mejor dirigidos y más integrados al núcleo emocional del juego.
Música y ambientación
Ludvig Forssell vuelve a componer una banda sonora que, sin exagerar, eleva la experiencia. Las canciones de Woodkid aportan una melancolía preciosa, y cada tema musical está perfectamente sincronizado con los momentos clave de la historia. Este es un juego que se siente como cine cada escena está montada con precisión quirúrgica para hacerte sentir algo.
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Lo técnico

No hay mucho que criticar aquí. El rendimiento es impecable. El juego corre fluido, con mínimos tiempos de carga y sin bugs graves. El sistema online que permite ver y usar estructuras construidas por otros jugadores sigue siendo una de las ideas más originales de la franquicia. Ver cómo alguien dejó una tirolesa justo donde la necesitabas sigue siendo gratificante, y fortalece ese mensaje central de la saga: conectar para sobrevivir.
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Conclusión
Death Stranding 2: On the Beach no es un juego perfecto, pero está cerca de serlo. Es una experiencia única que combina acción, contemplación, narrativa densa y jugabilidad libre de forma coherente. No es para todo el mundo, claro. Si el primero te pareció lento y te frustró, esta entrega mejora mucho, pero no cambia su esencia.
Sin embargo, si te atrapó el universo de Kojima, esta secuela lo amplía de manera ambiciosa y sensible. Es más grande, más jugable, más emotiva. No solo propone un viaje por paisajes postapocalípticos, sino un viaje interno por el duelo, la paternidad, la identidad y la resiliencia.

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