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En 1984, Atari lanzó un arcade adelantado a su tiempo: I, Robot, el primer videojuego con gráficos 3D poligonales. Fue un fracaso comercial, con menos de 1.000 unidades fabricadas, pero con el tiempo se convirtió en una pieza de culto. Cuatro décadas después, el legendario Jeff Minter (Tempest 4000, Akka Arrh) decidió revivirlo a su manera: con luces psicodélicas, caos visual y una jugabilidad tan exigente como adictiva.
El resultado es una experiencia única que combina plataformas, disparos, estrategia y locura audiovisual en un solo paquete. Una especie de ritual arcade donde lo extraño es la norma y la única constante es el cambio.
Una mirada que todo lo ve
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En I, Robot, encarnas a una figura robótica que debe recorrer plataformas flotantes eliminando paneles del piso, mientras un enorme ojo te observa desde lo alto. El ojo, estilo "Gran Hermano", abre su pupila cada ciertos segundos y, si estás en el aire en ese momento, mueres instantáneamente. Así que toca aprender a leer los patrones, moverse con cuidado, y ejecutar saltos precisos.
Pero esto no es solo un juego de evitar la mirada: también hay enemigos voladores, orbes negros, serpientes geométricas y paneles venenosos. El ritmo es implacable, y cada nivel introduce una nueva regla o trampa que obliga al jugador a adaptarse.
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Cuando terminas un nivel, no hay respiro. Entras en una sección estilo Tempest, donde viajas por un túnel disparando a figuras geométricas (los "tetras") en una batalla psicodélica que pone a prueba tus reflejos y te da puntos extra. Es como si el juego te recompensara con más estrés por haberlo hecho bien.
Delirio visual con propósito
Visualmente, I, Robot es una locura. Minter no se guarda nada: los fondos son explosiones de colores, figuras caleidoscópicas, palabras aleatorias como “RIZZ” o “BANGIN’” flotando en pantalla, y efectos de partículas por todos lados. A veces es tanto que no se entiende lo que pasa. Pero ahí está el truco: no se trata solo de ver, sino de sentir el juego. De entrar en el flow y dejar que el caos te lleve.
Eso sí, para quienes se marean fácilmente, hay opciones para reducir el fondo psicodélico y dejar una vista más "espacial", más parecida al arcade original. Un buen detalle que muestra que el delirio es opcional, no obligatorio.
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Mecánicas ocultas y secretos para descubrir
Aunque la premisa de cada nivel es simple —eliminar todos los paneles del piso—, hay mucha más profundidad escondida. Algunos niveles tienen objetivos secretos, como no matar enemigos o no moverse del punto inicial. El juego nunca te los dice, solo los descubre si los cumples, lo que incentiva la experimentación y la rejugabilidad.
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Los niveles se pueden practicar individualmente desde el menú principal, una decisión brillante. Permite mejorar tus tiempos, explorar estrategias, o simplemente repetir tus niveles favoritos. Además, cada cuatro o cinco niveles aparece una Arena, una zona abierta donde debes disparar a enemigos para hacer explotar el suelo y cubrir un porcentaje del mapa, como un Splatoon psicodélico.
Domina el caos, alcanza la invencibilidad
El sistema de puntuación también tiene su truco. Cada panel que limpias aumenta tu multiplicador, hasta alcanzar los 300 puntos por panel. Si llegas a ese nivel, tu personaje se vuelve invencible, brilla con una aura multicolor y puedes embestir enemigos como si fueras Pac-Man en esteroides.
Pero no es fácil. Morir reinicia el multiplicador, y quedarte quieto lo reduce. Así que el juego te obliga a mantenerte en movimiento, a pensar rápido, a decidir entre arriesgar para conseguir más puntos o jugar seguro. Es una danza constante entre supervivencia y ambición.
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Sheep Test y otras rarezas Llamasoft
Como en todos los juegos de Minter, el humor raro y los guiños están por todas partes. Desde el botón “Sheep Test” en el menú, hasta el modo alterno “Ungame”, que es básicamente un simulador de luces y sonidos donde puedes trastear con los efectos del motor gráfico de Llamasoft. Es completamente inútil en términos de gameplay, pero extrañamente hipnótico. Ideal para dejarlo de fondo mientras haces otra cosa… o simplemente para perderte un rato en el abismo psicodélico.
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Un homenaje al arcade, sin filtros ni nostalgia forzada
Lo más admirable de I, Robot es que no trata de modernizar el juego a medias. No hay concesiones al diseño contemporáneo. No hay tutoriales suaves, no hay checkpoints generosos. Es un homenaje sin filtros a la era de los arcades: mueres, reinicias, aprendes. Lo que sí hace es expandir la experiencia, llevarla al extremo, hacer que cada partida sea única, intensa y visualmente inolvidable.
Y aunque sí hay picos de dificultad duros —especialmente con los paneles venenosos y enemigos múltiples en niveles cerrados—, todo se puede practicar y mejorar. El juego no se burla de ti, solo te exige concentración y memoria.
Conclusión: el caos nunca se sintió tan bien
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I, Robot no es un juego para todos. Es raro, desafiante, y a veces excesivo. Pero si alguna vez amaste los arcades, o te gusta explorar experiencias que se salen de lo convencional, esta joya de Llamasoft te va a volar la cabeza.
No es solo una reimaginación de un clásico: es una transformación total. Un renacimiento que no se limita a rendir tributo, sino que se atreve a reinterpretar, a exagerar, y a darle una nueva vida a una pieza olvidada de la historia del videojuego.
Si te gusta el vértigo visual, los desafíos arcade, y la vibra retro con sabor a LSD digital, no busques más. I, Robot es tu nueva obsesión.
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